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Crónica de una relación pasajera: nacimiento y declive del amor

Crónica de una relación pasajera

¿Cuánto tiempo debe durar una relación para considerarla pasajera? ¿En qué momento deja de serlo? Estas y otras interrogantes tratan de responderse los protagonistas de Crónica de una relación pasajera (Chronique d’une liaison passagère, 2022). La comedia pensante de Emmanuel Mouret se estrenó hace un año en la edición 26 del Tour de Cine Francés y recién ahora llega a la cartelera.

Simon (Vincent Macaigne) y Charlotte (Sandrine Kiberlain) se reencuentran en un bar después de conocerse en una fiesta. Él es casado y escrupuloso, mientras que ella es una madre soltera con pocas inhibiciones. Después de los titubeos iniciales deciden intentar una relación sin ataduras, solo sexo y sin promesas de futuro. Evidentemente las cosas nunca salen como se planean y pronto comienzan las complicaciones.  

El actor, director y guionista Emmanuel Mouret no es muy conocido en México. Casi ninguno de sus once largometrajes ha tenido estreno comercial de este lado del Atlántico. En sus inicios se especializaba en comedias románticas que desmenuzaban la naturaleza de las relaciones de pareja. Fue hasta la aparición de Lady J (Mademoiselle de Joncquières, 2018), una correcta adaptación de la novela de Diderot, Jacques el fatalista, que el cineasta francés probó nuevos terrenos.

Dos años después presentó en Cannes Las cosas que decimos, las cosas que hacemos (Les choses qu’on dit, les choses qu’on fait, 2020), una comedia coral en donde ensaya una versión más pulida de las cuitas amorosas de sus protagonistas.

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En cierta forma, Crónica de una relación pasajera es una continuación temática de su predecesora. En riguroso orden cronológico y con fechas incluidas, somos testigos de la evolución del romance entre Simon y Charlotte. A través de una serie de viñetas los personajes van descubriendo detalles de  “la otra vida” de su contraparte, nos enteramos al mismo tiempo que ellos de las situaciones familiares, además de sus manías y ocupaciones. 

Mouret dispone con elegancia los movimientos de cámara en los espacios cerrados. Lo vemos en las elaboradas coreografías de los protagonistas que van y vienen por un bar atestado, en  el seguimiento de los personajes que entran y salen por las puertas de los departamentos, sin perder nunca la agilidad de la conversación. Es notorio que solo haya un discreto acercamiento en toda la película, un ligero zoom a la espalda de Charlotte en cuanto escucha la palabra “enamorados”. 

Es justamente esa palabra la que hace tambalear la aparente seguridad de una relación en la que no se habla a futuro. La constancia de enamoramiento es a la vez el límite entre la sensatez y el autoengaño. Los personajes evidentemente lo sienten, pero se resisten a expresarlo por temor a romper lo acordado. Pero ya no hay vuelta atrás, comienzan las llegadas por sorpresa al trabajo del otro y el mandar a la familia por delante en las vacaciones de verano para quedarse unos días más junto a la amante. 

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No es gratuito que Mouret incluya un pequeño homenaje a una de las cintas emblemáticas de Bergman, Secretos de un matrimonio (Scener ur ett äkteskap, 1974). Sin afán de comparar, el francés también disecciona con habilidad los sentimientos de sus personajes, aunque es verdad que Kiberlain y Macaigne son grandes actores, y eso ayuda. Mouret se aleja un poco del dramatismo para diseccionar con humor el surgimiento y declive de un amorío que cala más hondo de lo que sus protagonistas quisieran. 

Al final, cuando se encienden las luces, cae uno en cuenta de que sería muy difícil no sentirse identificado con alguna de las etapas de este amor pasajero. 

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