En Patti, Sicilia, el obispo Angelo Ficarra recibe cartas diversas en las que El Vaticano le pide que apoye a la Democracia Cristiana en la región, pero como eso va en contra de los preceptos de la propia cristiandad, el religioso opta por no realizar movimiento alguno.
Durante años, el escritorio de Ficarra apila más y más epístolas en las que sus superiores de la Santa Sede le dan a entender, muy sutilmente, que están en desacuerdo con su labor al frente de la diócesis de Patti -por no apoyar al partido, seguramente-, al grado de que en una de las últimas misivas se le aconseja retirarse por su edad avanzada y su enfermedad.
Con sorpresa, el obispo se entera por esa carta que está enfermo y, lo que es más, que debe jubilarse por la edad que tiene, pese a no haber llegado aún al momento en que se supone un religioso cristiano puede presentar su renuncia.
Trata entonces de argumentar con respeto ante sus superiores que su edad no es impedimento, dado el excelente estado de salud de que goza, pero en cambio se le envía un asistente, a fin de que su enfermedad no se vea agudizada, y este nuevo personaje le ayude a realizar sus tareas.
En tierra de infieles (Dalle parti degli infedeli, 1979) se llama este libro del escritor italiano Leonardo Sciacia, que hace alusión a la diócesis de Leontópolis, en Augustamnica, Egipto, remoto lugar al que finalmente monseñor Angelo Ficarra es comisionado por sus años de servicio, luego de que El Vaticano le confiera el dudoso honor de nombrarlo arzobispo de la que fuera provincia romana siglos atrás.
II
Aunque con menos trasfondo político, la historia narrada por Sciacia puede compararse a lo que apenas el domingo -12 de julio- vivió Iker Casillas, ex portero del Real Madrid, uno de los símbolos de ese equipo en sus 113 años de existencia, que fue enviado a la provincia portuguesa de Oporto, lo que debe saber a cenizas tras haber militado toda su carrera en el club que se considera el más importante del futbol.
Hace apenas unos años, el que también es tenido por el portero más emblemático de España en su historia, se enteró por boca de su entonces entrenador, el portugués José Mourinho, que padecía una enfermedad irreversible llamada vejez y que debía ser relegado a la banca para que su sitio en el once inicial lo cubriera el que parecía su ayudante, un tal Diego López que el técnico hizo traer desde Sevilla.
Aunque Iker hizo todo lo posible por hacerle entender a sus superiores que gozaba de excelente salud deportiva, y aunque Mourinho abandonó al equipo, las señales apuntan a que la orden venía desde el estamento más alto del club -el presidente Florentino Pérez-, puesto que pese a su trayectoria intachable a Casillas se lo condecoró con el dudoso honor de ser nuevo guardametas del Oporto.
III
Antes de salir a dar la cara por última vez como jugador del Real Madrid, el símbolo del madridismo en más de tres lustros, que hacía paradas inverosímiles y que desesperaba si uno comulgaba con el equipo contrario, no pudo contener las lágrimas al pararse frente a las cámaras y los micrófonos, en una sala de prensa donde no le acompañaron ni el esperpéntico presidente del club ni directivos, ni entrenadores, ni compañeros, ni recogepelotas, ni jardineros, ni siquiera el personal de limpieza ni el de seguridad del estadio, en lo que fue considerado por los medios internacionales como una falta de señorío del que se supone que es el más importante club de futbol de todos los tiempos.
Antes de salir a dar la cara por última vez como jugador del Real Madrid, a eso de las cuatro de la mañana, Iker Casillas no podía conciliar el sueño por los sentimientos encontrados que le producía la despedida prematura de la que todos creíamos sería su casa hasta que acabara su carrera.
A la misma hora pero en México, Joaquín Guzmán Loera proyectaba escapar en unos cuantos minutos por un túnel excavado debajo del refugio que lo había albergado durante los últimos tiempos; Su escape haría eco en todo el mundo y repercutiría en los medios de comunicación durante días, mientras el presidente volaba con destino al viejo continente y en aquel país los servicios de salud se privatizaban sin que nadie prestara la más ínfima atención a ese detalle bizantino.