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Crónica: Feratum y su terrorífica organización

La búsqueda comenzó desde que hablé a varios hoteles en Tlalpujahua, cuando en uno de ellos el doctor Echevarría me dijo: “Ya no hay espacio, pero hay un cuarto de una señora en el centro que cuesta 500 pesos; no te voy a mentir, no es mío, me lo dejaron a consignación y a mí me van a dar 50 por rentártelo, ¿de dónde vienes, vienes al festival?”.

Feratum 2015
Imágenes: Feratum

Rápido le conté que sí, que iría a cubrir el evento porque este año no había habido apoyo de los organizadores: “Ese tipo (el director de Fertum) es un ladrón, le pide a los patrocinadores, le dan desde la Ciudad de México, a todos les pide, al Ayuntamiento y a todos; no tiene vergüenza”, dijo el doctor.

Luego pidió que esperara diez minutos, que le hablaría a la señora del hotel del centro y que tras ese tiempo le marcara a ella a un número que me proporcionó. Pasados los 600 segundos la señora me respondió que había rentado la habitación y que gracias por llamar.

Una amiga que tiene un hotel en Tlalpujahua cuyo nombre había olvidado me contestó el teléfono y comentó que tenía un cuarto de 550 pesos. Accedí porque no había más espacio en el pueblo mágico y minero, pero pensé que se trataba de una habitación sencilla, de 350.

Serían las doce del día del viernes cuando llegué al pueblo y pasé a acreditarme a un costado del Teatro Cenobio Paniagua, donde Jorge Magaña -el encargado de prensa del festival- me dijo que el correo electrónico que me habrían enviado para acreditarme seguramente se perdió en el ciberespacio, por lo que no habría ni cuarto ni comida ni apoyo ni nada, salvo un programa y un gafete en el que se leía “participante”, con el que podría ingresar a ver las películas -que de todos modos eran gratuitas-, porque a la clausura del evento no pude pasar.

Aunque no es obligación de un festival invitar a nadie ni cubrir sus gastos, existe un acuerdo tácito entre quien difunde el trabajo de los organizadores y quien realiza el evento, aunque esto no quiere decir que tuvieran ninguna clase de compromiso; por el contrario, nos habían acostumbrado en otras emisiones a apoyarnos para cubrirlos. Lo curioso fue que al pedir una entrevista con un director de cine que estaba en ese momento presente, dijeran: “Anota mi teléfono y llámame en unas horas para hacer contacto con él”, como si el realizador no estuviera ahí mismo, al lado.

Pero la búsqueda había comenzado en realidad en Morelia, cuando en la rueda de prensa de Feratum, le pregunté a la salida a Jorge Magaña cuál sería la mecánica este año para la acreditación, si de nuevo sería anotarse en una lista y salir de un punto acordado rumbo a Tlalpujahua. Me dijo que no habría acreditaciones esta vez, que el gobierno no le había dado dinero al festival y que sólo nos enviarían un email para decirle a cada medio con qué podrían apoyarlo. Ese correo no le llegó a ninguno de los dos medios en los que me registré para el evento.

A lo primero que entré fue al teatro, a la clase magistral que Bryan Yuzna daba: “No tratar de hacerlo todo; dejar que el equipo de edición haga la edición y que el iluminador ilumine, porque ahora hay directores que quieren hacerlo todo, que se creen artistas y eso no se puede”, dijo hacia el final de la misma.

Después vi el estreno mundial de Female Werewolf, más aburrida que una película de Béla Tarr o de Andrei Trakovsky cuando uno tiene diez años. El primer programa de cortometraje tuvo más emoción, aunque algunos dejaban que desear; y México Bárbaro habrá sido quizá la mejor realización de todo el evento, con once historias de once diferentes directores, basadas en tradiciones populares del país.

En una conferencia sobre el estado del cine fantástico y de terror en México, parecía que el director de Feratum, Miguel Ángel Marín, hacía un consabido reproche a los críticos, encarnados esta vez en la figura de José Luis Ortega, co-creador de la Revista Cinefagia, al que dijo “no sé en qué ayudan críticos como tú”, cuando en realidad quiso decirle: “Tú querías ser cineasta, eres un frustrado y por eso escribes mal sobre los realizadores”, la respuesta canónica de quien no se toma bien un comentario adverso a su propuesta estética.

Una película mexicana intitulada Suéltame pudo ejemplificar a la perfección el caso, ya que los autores se presentaron muy en su papel, de traje y seriamente, posando para las cámaras en una sede vacía -la Capilla la Cofradía-, actuando el protagónico de realizadores estrella. ¿La película? Un compendio de todos los clichés de la literatura paranormal del siglo XIX: un grupo de personas que se sienta a escuchar una historia de terror (Vampirismo, Hoffmann); la advertencia de que el diablo vive en el bosque al que deciden ir a acampar (La leyenda de los ojos verdes, Bécquer); una narración que podemos identificar con la tercera persona aunque parezca que se desarrolla en primera… Y otros varios más, con el añadido de la cámara de video, que ya se recuerda del Proyecto de la Bruja de Blair.

Luego de que no me dejaron pasar a la premiación, opté por ver alguna película en la plaza, de las que se proyectaba en ese momento, ya el sábado a las ocho. Más negro que la noche era algo que no había visto hasta entonces y bien pude no haber visto; me recordó un comentario de Juan Carlos Ortega durante la conferencia del futuro del cine fantástico en México: que eran pobres las raíces del género en nuestro país, y que durante los años 80 el pequeño Star System Mexicano que se dedicó a rodar películas de ese corte recaía en Televisa. Justamente, una novela/filme de esas que la televisora está acostumbrada a grabar es lo que parecía la cinta. Las gorditas, las quesadillas del mercado con salsa verde y el atole de guayaba de los portales fueron de lo mejor en esta visita.

Apenas terminó la premiación, me dirigí a la sala de prensa para ver si podía al menos tener la lista de los ganadores para publicarla, pero no había nadie, ni hubo nadie en los siguiente minutos, ni la página del Imcine, ni el twitter de las revistas fílmicas especializadas subieron los ganadores, ni Jorge Magaña ni su equipo se encargaron de enviar boletín de la premiación; al parecer, ni siquiera mandaron a los medios de cuánto ocurría en el evento. Procedí a caminar detrás de “la marcha de las bestias”, una de las partes más esperadas del Feratum, donde se dice que van hasta seis mil personas, muchas de ellas disfrazadas.

Si había 100 personas con disfraz entre los 500 que seguían la procesión quizá esté exagerando. Y salvo el sábado, cuando más gente caminaba las calles del municipio, el resto de los días el pueblo parecía Real de Catorce o la locación de una película de terror, porque estaba completamente vacía.

Aunque quizá exageré, porque el viernes por la noche Silvano Aureoles Conejo visitó el Museo Hermanos López Rayón para inaugurar la Feria de la Esfera, y ahí sí que había personas, cuando el gobernador se comprometió a muchas cosas, pero sobre todo a apoyar al Feratum (que mucho que lo necesita).

Ya se verá si el año siguiente mejora su programación y difunde de mejor manera su actividad, porque una cosa es cierta: hay unos cuatro festivales de cine de terror en México y, ciertamente, debe haber más, no menos.

Hasta el siguiente año, Feratum, esperemos que en 2016 el festival sea de terror para los espectadores, y no de horror para quienes lo cubrimos.

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