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Cuarenta y pico años y una sana separación

A los cuarenta y pico años de edad mi padre se dio cuenta de que ya no quería seguir viviendo con mi mamá y, mi mamá, por su parte, admitió que ella se había dado cuenta de eso ocho años antes, es decir, cuando ambos, mi padre y mi madre, tenían treinta y siete años de edad.

Man and woman halve their house. Illustration of divorce
Ilustación de Thien Trang

Por aquel entonces yo tenía catorce años y no tenía conciencia plena de lo que pasaba con mis padres. Tiempo después, sin embargo, fui siendo cada vez más capaz de ver los desplantes y descalificaciones que mis papás se hacían de manera mutua. Me dolía pero no le daba importancia. Ellos terminaron por separarse un trágico 20 de agosto cuando cumplían veintitrés años de casados y yo veintitrés años de edad.

Mi papá cayó en depresión después de dos meses de separación aunque debo decir que los primeros días significaron para él una verdadera fiesta. Mi mamá, en cambio y aunque decía ya no amar a mi papá lo suficiente como para aguantarle otro partido de futbol acompañado con sus amigos y ahogado en alcohol hasta las 3 de la madrugada, sufrió desde el primer momento en que se separaron. Dos meses después, sin embargo, ella salió de su letargo emocional para encontrarse con una vida social y fiestera que nunca, desde que tenía dieciséis años, había conocido. Aunque se casó con mi padre a los veintitrés, se conocieron a los dieciséis y desde entonces no se habían separado.

A mí aquellos extraordinarios cambios en casa no me fueron del todo mal pues podía, por primera vez en mi existencia, hablar con mi mamá sin que ella me estuviera gritando o jaloneando. Mi papá, por otro lado, había encontrado en el empecinamiento por la lectura, su refugio emocional. Un refugio emocional que lo fue alejando cada vez más de mí y de los que lo querían. Empezó a fumar y a tomar en exceso, se dejó la barba y el cuarto que se había conseguido para vivir parecía la cueva de un pordiosero. A veces sentía lástima por él aunque sé que está mal sentir lástima por alguien y debe ser peor cuando sientes lástima por tu propio padre. A veces me daban ganas de convertirme en su padre y cuidarle, abrazarle.

Mis padres se casaron por un acuerdo mutuo. Es claro que un matrimonio es un acuerdo mutuo, eso es obvio, pero entre mis padres el acuerdo había sido todavía más extremadamente mutuo y explícito. Habían decidido casarse para poder darme un hogar dónde crecer sin la falta de un padre o una madre que fueran mi ejemplo de vida y que mi inoportuno nacimiento no significara el nacimiento de un desquiciado social.

Imagen de Joanna Bourne

Por aquel entonces la psicología de revista le daba una excesiva importancia a la sobreprotección de los niños y se leían títulos cómo Qué hacer para que tu hijo no sufra por una separación, Consejos y tips psicológicos para que tu hijo sea exitoso y más cosas por el estilo. Mis padres, agobiados por la culpa de haber tenido un hijo no planeado, se habían convertido en lectores voraces de toda aquella psicología de basura y se habían convertido en sus víctimas.

Lo cierto es que más que un bien, me habían hecho un mal. Me hicieron sentir que yo era lo suficientemente imbécil como para no merecer que me mostrasen la realidad, tal cual; en lugar de eso prefirieron hacerme creer, pésimamente por cierto, que se amaban y que si habían venido a este mundo había sido para amarse el uno al otro sin restricciones.

Entre ellos se desató, después de la separación, una guerra sucia y de calumnias que duró aproximadamente dos años. Si juntos se descalificaban, separados se odiaban a más no poder. Fueron dos años de mucho cansancio para mí, pues me habían convertido en su mandadero de notas de guerra. Sin embargo, no todo fue malo, después de esos dos años empezaron a tolerarse y a ser lo que debieron ser desde un principio: amigos y sólo amigos. Con el tiempo también aprendieron a dejarme en paz; aprendí a vivir solo. Con su separación yo nací de nuevo.

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