A los alemanes les fascina reflexionar sobre el tiempo. En el fondo es una inquietud estrechamente vinculada con el actor del filosofar. Sería vano enumerar los pensadores que se han ocupado del asunto dentro de la tradición filosófica alemana. Pienso en Heidegger, Gadamer o Koselleck. Los tres gigantes de la hermenéutica poseen profundas especulaciones a propósito del drama de la temporalidad.
No es un misterio, entonces, el sustrato filosófico de Dark, la serie alemana de Netflix. Cuando la vi por primera vez evoqué las variadas interrogantes que se suscitan en el momento en que reflexionamos sobre la finitud. ¿Hay un tiempo objetivo o un tiempo subjetivo? ¿El tiempo se puede medir a través de relojes, calendarios, estaciones? ¿Qué sucedería si pudiésemos viajar a aquellas remotas regiones de la memoria plagadas de recuerdos gratos y dolorosos? ¿Cambiaríamos algo? El ser humano experimenta un torrente inexorable de recuerdos que no se detiene, no se detiene, no se detiene. Procuramos (vanamente) edificar dinteles, murallas, silencios. Pero la respuesta es siempre el cambio, el devenir, o, como diría Heidegger, el ser-para-la-muerte.
Es raro que una serie de Netflix aborde un tema tan complejo, tan íntimo, y simultáneamente alcance cierta popularidad. Eso indica dos cosas: en primer lugar que a los millenials les apasiona (o les angustia) el hecho de saberse perecederos en un mundo destinado a la destrucción. De ahí que frente a la pregunta de si quisieran tener hijos la respuesta es casi siempre negativa. “¿Para qué?”, exclaman con resignación, “si a final de cuentas el mundo se va a acabar en el 2050 debido a la hecatombe ambiental”. En segundo lugar, se instaura una paradoja: frente a la furibunda aceleración que nos domina, existe una cierta nostalgia por el pasado. “¡Ah, cuando éramos niños” o “todo tiempo pasado fue mejor”. Es entonces cuando una serie nos anima a seguir revolviendo las cenizas del pasado, quizá encontraremos las respuestas que en aquella lejana época ignoramos.
Debo confesar que al principio Dark me pareció tediosa. Incluso llegué a imaginar que era una triste caricatura de El efecto mariposa o La máquina del tiempo, ya que ambas películas reflejan los riesgos de modificar un pasado consolidado. Ese tema, sin lugar a dudas, se ha vuelto un lugar común. Sin embargo, a medida que avanzaban los capítulos identifiqué un punto nodal en la serie: la idea de que los tres tiempos (pasado, presente, futuro) se yuxtaponen de tal manera que es imposible separarlos. Eso que Heidegger denomina “los éxtasis temporales”: un futuro que está siendo sido. Por eso la apariencia problemática y caótica de la serie, que nos hace aventurar las más disparatadas hipótesis.
El tiempo es uno de los grandes arcanos de la existencia del ser humano. En sentido estricto, la mayoría de nuestros afanes (el arte, el amor, el juego, la gloria, el poder) son un reflejo de la impotencia que sentimos ante la presencia avasalladora de las horas. Atónitos, imploramos la trascendencia, la eternidad, la duración.
Pero el tiempo no nos pertenece. Sí, somos tiempo, y nada más podemos decir de la vida. Lo demás es silencio o estruendo puro. Porque, como diría Nacho Vegas en una de sus canciones, “el tiempo no se puede detener”. Dark, por lo tanto, es una serie profunda, de contenido filosófico, que merece la pena ver, no importa que derrochemos un poco de nuestra temporalidad.
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