Solo alguien con un cubo de basura en lugar de corazón,
puede tomar esas dos decisiones.
Gianluigi Buffon
Para Salvador y Francisco, compañeros de fe
El primer día fue como ver por primera vez un tornado o un tsunami. Los ojos no pueden creer lo que van creciendo frente a uno. Eso era la Roma frente al Barcelona, eso terminaba siendo el Liverpool frente al Manchester City. Equipos que tenían las apuestas en contra, que hacen cosas imposibles en momentos imposibles. En el Corriere della Sera se dijo que no había sido un milagro, sino algo más. ¿Existe tal cosa? Si existe Dios, existe el milagro, aquello inexplicable, lo que hace que se abran los mares, renazcan los muertos y los jugadores remonten.
Por eso el segundo día, con el Real Madrid lleno de felicidad de la eliminación del Barcelona, parecía tenerlo todo a favor. No necesitaba a Franco, solo a la FIFA. Dios, que el día anterior se había proclamado italiano y no catalán, parecía oriundo de Roma, la ciudad que protege con calles y muros al Vaticano. En Madrid la batalla empezó pronto. Mandzukic dijo lo que los mexicanos decimos cuando hay que jugar contra Brasil o levantar muros para encontrar gente viva: sí se puede. Al minuto 37 lo repitió. El primer tiempo parecía una final, una carrera de Fórmula 1 donde los jugadores llegaban a 300 kilómetros por hora.
Había mucha prisa por ganar o no dejarse ganar. En la segunda parte, Matuidi mete el tercero. El milagro estaba a punto de suceder. Me dice Salvador por mensaje: si gana Juve hoy, Dios existe. Yo creo lo mismo. Si no es el milagro, es algo más que un milagro. Pero en Piamonte, en el siglo XIX, había tolerancia a la religiosidad católica y no católica, a espiritistas, oculistas y demás. En Piamonte, donde está Turín, protestaron obreros y estudiantes. Y nació una iglesia de Satanás. Y de ahí vino la Juventus, no de la ciudad que protege al vaticano.
Llegan los 90 minutos. La defensa ha sido tan extenuante que Buffon querría jubilarse ya. El tiempo extra huele cerca. La falta es posible, por lo tanto también el penal. Las discusiones podrían durar lo que duraban en discutir en Bizancio si los ángeles tenían ombligo o no. Pero la expulsión de Buffon es la tangente perfecta, ese hueco en el que una autoridad alcanza a dar una doble pegada, aprovechar que el mazo tiene fuerza para romper varias caras de un solo golpe. No lo expulsa para demostrar que al árbitro no se le discute, mucho menos siendo la última jugada del partido. Lo expulsa porque sabe (infiero yo) que Buffon es capaz de prolongar el partido por otros 30 minutos. Seguramente el árbitro tiene sed. O tiene ganas de ir a celebrar con los madridistas. Me comenta mi amigo Leonardo en Facebook que el grupo Los Planetas hicieron una canción llamada El artista madridista. Un verso de la canción dice:
Porque ya está aquí el artista madridista
que los árbitros le pitan casi siempre a favor.
Cazadores blancos con corazones negros
me entran ganas de apostar por el caballo ganador.
Aquí Buffon es el ateo de Piamonte, el diablo de Piamonte. Y quien lo vence no es Ronaldo, el artista madridista, ni Cisco ni Marcelo, ninguno de ellos. El que vence (especulo) es el dinero. Es Michael Oliver, a quien tal vez no sea madridista, pero con su primer gran partido de Champions quiere demostrar que es capaz de cortarle la cabeza al lacayo, aunque haya sido inocente. En México, el General Villa habría hecho lo mismo: primero fusilo, después veriguo. Así es la justicia villista de Michael Oliver. Se va Buffon. Ronaldo mete el gol. Así es la justicia del futbol, donde refutar es imposible. Y es que en el estadio Bernabéu y en nuestros tiempos, Oliver, la injusticia, la FIFA o el dinero pueden más que Dios, que prefirió dormir en Roma.