Icono del sitio Revés Online

Doce ideas breves después de un asalto

Latinoamérica

1

Escribo esto en mi vieja Royal Quiet Delux de 1952 que compré hace algunos años en el mercado por cuatrocientos pesos. Una ganga. Suelo usarla de vez en cuando para escribir cartas o poemas, géneros que creo se acomodan a la parsimonia y ritmo del tecleo mecánico; a diferencia de la ficción, ensayos y columnas, que por lo menos en mí requieren la velocidad y practicidad del teclado de un ordenador. Sin embargo en estos momentos no tengo opción, la vieja Mac con la que suelo trabajar me fue arrebatada hace unos días junto a otras pertenencias y mi tranquilidad.

2

Desde el robo di un salto en el tiempo, regresé a cuando no miraba el celular cada cinco minutos para ver si tenía algún mensaje o notificación y a cuando escribir en una PC era un lujo que no podía permitirme. Las opciones en mi tiempo libre son pocas: leer y escribir a mano o en la máquina, y hacer zapping en la televisión. Nunca imaginé volvería a disfrutar los clásicos modernos en el canal cinco como cuando era adolescente.

3

Mientras ajusto la cinta de tinta en la máquina y me concentro en la precisión de las teclas para no errar evocando mis clases de mecanografía en la secundaria, el mundo virtual acontece sin que yo sea parte de él y me veo orillado a vivir aquí, donde las voces son reales, el frío cala y uno no intercambia o da likes, sino que se presta a algo antes habitual: la conversación y la pronunciación de perspectivas y sentir sobre la vida y el mundo.

4

Si antes al terminar de escribir revisaba, guardaba y enviaba el texto al editor confiando que se publicase en unas cuantas horas, ahora debo esperar al día siguiente para ir a un cibercafé y aprovechar la hora de alquiler para transcribir el texto y enviarlo como quien va al correo postal y deposita una misiva que sabe tardará en llegar a su destino.

5

Tras leer estas líneas el lector seguramente creerá que el ladrón me hizo un favor, me llevó a hacer lo que tenía meses queriendo: alejarme del barullo virtual y los menesteres adultos para concentrarme en los pequeños detalles de la vida. Pero no, nadie que te apunta con un arma te hace un favor, aún así sea un suicida. Lo que debo aceptar hizo aquel hombre la mañana del jueves fue despertarme a notar algo que debería ser evidente: reconocerme vivo.

6

Habrá quien piense que no es para tanto, al fin y al cabo los robos en México están a la orden del día y considerando los niveles de horror que vive nuestro país, en los que vemos descuartizados, colgados en puentes, cabezas rodando, dinamitados… todos los días. Podría no haber parangón. Y tienen razón, empero, es justo por eso que suelen ser cotidianas las noticias en las que personas son asesinadas por despojarles de sus pertenencias incluso si éstas las entregan sin oponer resistencia. Cuán frustrante es darse cuenta que somos tan vulnerables y estamos a expensas de que individuos decidan si nuestras vidas valen más que unos cuantos objetos.

7

No me habitúo al ritmo de la máquina de escribir para este tipo de textos. Decía que las misivas o los poemas sí me son fáciles crearlos aquí porque requieren menos concentración en la sustancia total del texto, así que no importa la hoja se recueste sobre el rodillo perdiéndose en una curvatura similar a la del mundo. En cambio, en escritos largos es como manejar entre la neblina, sin ver algunos metros hacia delante ni hacia atrás, complicándose (por lo menos para mí) recordar ideas pasadas o el orden del pensamiento. Haciéndome temer que mis palabras tengan sentido.

8

Es el día siguiente al inicio de este texto, son las siete de la mañana, apenas hace unos minutos la luz entró por la ventana. A mi lado tengo la Royal, no me atrevo a continuar allí porque estoy seguro que haré demasiado ruido y despertaré a todos a mi alrededor. Con esa consideración pienso que es triste se nos haya desconfigurado el sonido de las máquinas de escribir, pero encontremos natural despertar entre música de banda y reguetón.

9

El frío cala y hace que mi mano tiemble y sea difícil sujetar la pluma Sheaffer. El mínimo sonido de la punta contra el papel me parece apropiado, respetuoso e íntimo. Me detengo unos segundos para tratar de deshacerme del nudo de ideas en mi cabeza. Se supone que este escrito debe ser una especie de crónica sobre el asalto pero se está convirtiendo más en un ejercicio de catarsis y reflexión. No me desagrada pero tampoco quiero se convierta en uno de superación personal. No pretendo dar ánimos a nadie ya que me es imposible hacerlo a mí mismo. Tampoco es que me sienta derrotado.

10

Es complejo dejar de sentir miedo y preguntarse tantas chingaderas. En unos minutos debo salir a trabajar (será la primera vez que lo haga solo desde el asalto) y me aterra hacerlo. La paranoia es probablemente la peor secuela que deja una situación así. Ayer que salí a buscar el desayuno en la camioneta pensé ver al delincuente dos veces, puede que haya sido alguno de los dos, o ninguno.

11

¿Cuánto deberá pasar para que mi cabeza vuelva un poco a la normalidad? ¿Habrá ese día en que pueda volver a recorrer aquellas calles que solía transitar en soledad contemplando la vida y mis emociones? Ahora que lo pienso me robaron más que mis objetos personales, se llevó un poco de mi fe. No se trata del miedo al tiro en el cuerpo, la desaparición o el sufrimiento, se trata al final del miedo a reconocer que poco a poco este mundo se está yendo al carajo.

12

¿Saben qué? No me apendejé después de todo. Al tipo le di la computadora sin cargador (no funciona sin él) y tiene clave al igual que el celular. En mi cartera sólo podrá jactarse de los cien pesos que llevaba y seguro se emocionó al ver las tarjetas sin saber están en ceros o números rojos. Afortunadamente salvé mi Kindle, pues no me pidió la mochila. No saben cuánto me alegra esto. También evité se llevase mi diario y mis tapones de oídos. Menos mal, ¿no?

TE PUEDE INTERESAR:

Nada me debes, FIL, estamos en paz

Salir de la versión móvil