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Dos patadas de mula encabronada

Por Jorge A. Amaral

Esta semana abordo dos temas, y es que aunque los dos me interesan, no hay mucho qué decir al respecto, y como eso del choro mareador nunca ha sido lo mío, mejor los meto como una Cajita Infeliz, el Tupper del Godínez, el bolso de mi esposa, como dos patadas de mula encabronada.

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Foto: Thomas8047

 

Periodismo para jóvenes, pero sólo para estos de aquí, los del círculo, los que tienen pase VIP, menos ese porque está prieto

En un diario, un suplemento –hasta donde sé y basado en mi experiencia (por eso no me haga mucho caso)– es un remanso en la información, remanso en el cual se pueden abordar otros temas, o las mismas temáticas pero desde diferentes ángulos, con diversas lentes, dependiendo mucho de a qué sector vaya dirigido el material; o bien puede ser más especializado en ciertos tópicos y enfocado en un sector muy específico de los lectores, quienes semana a semana buscarán aquel periódico sólo para quedarse con el suplemento que les gusta.

Pero imagínese usted un suplemento que parece sólo servir al ego de quien lo hace y a la necesidad de la empresa por abarcar un sector no asiduo a los periódicos, como lo es el juvenil. Entonces tenemos un suplemento con información intrascendente, de escaso interés, a menos que quien lo lea sea estudiante en una universidad privada y viva en una pequeña burbuja mirreinal, pero si no, si quien lo lee es un estudiante de una universidad pública o un recién egresado en busca de empleo, leer sobre la aplicación para móvil que le permite contabilizar sus flatulencias durante el día para saber cuánto daño le está haciendo a la atmósfera, se vuelve innecesario y hasta absurdo.

Revisando un suplemento de corte pseudo juvenil en un diario moreliano de circulación estatal, es fácil darse cuenta de dos cosas: la poca capacidad y cultura general de quien lo coordina y la mano del dueño del diario, quien ya no es joven. Y es que en este estado, tan golpeado por la crisis económica y de inseguridad desde hace tanto tiempo, aunque abordar futilidades puede resultar un buen distractor, es un ejercicio que se desgasta con facilidad, pues las preocupaciones de la sociedad son otras, los intereses de los jóvenes son muchos y muy dispersos, más allá de lo que se comente al seno del club de egresados de la UNLA.

Y es que mantener un espacio semanal, ya no digamos un suplemento, una columna como esta, exige responsabilidad y compromiso no sólo con el editor, sino con el espacio mismo, y no podemos andar improvisando como si de huevos revueltos se tratara. Ahora imagínese usted, amable lector, escribir cada semana un suplemento apoyado únicamente por una colaboradora que algo se defiende (tampoco hay que ser hojaldras) y un articulista que más bien me hizo acuñar el término “articulero”. Se puede, claro que se puede, pero es preciso conocer los temas que se abordan; ser, si no periodista, sí especialista en aquel tópico y tener un bagaje bastante amplio. Pero si no se es periodista, ni escritor, ni experto, vaya, ni siquiera buen redactor, bueno, estamos jodidos.

Mientras tanto ese bodrio sigue apareciendo, y como ya no soy tan joven, ni ex UNLA, ni me interesan las aplicaciones para mi móvil, ese suplemento seguirá teniendo como destino los cristales de mi carro.

 

Foto: Caspar Girl

Mira, compré un perro

Antes de iniciar con este punto quiero aclarar una cosa: no soy Provida, no soy del Yunque, no soy panista ni conservador. Apoyo el aborto como un derecho de la mujer sobre su cuerpo (con sus atenuantes, claro está) y aunque lo mejor que me ha pasado es ser padre, respeto a quienes deciden perpetuar su soltería u optan por no tener hijos.

Hace tiempo alguien me decía que casarse y formar una familia era ir con el statu quo, un acto de conformismo pequeñoburgués y no sé que tantas chaquetas mentales más. Otra persona muy amiga mía me comentaba que casarse y engendrar nunca es una opción, sino que es algo impuesto por la sociedad. Otro más de mis cuates reflexionaba en torno a que mientras sus amigos elegimos el nombre de nuestros hijos recién nacidos, él pensaba a dónde viajaría esta vez. El primero es un jipiteca mugroso que viaja a donde la mota lo lleve, y el tercero, que yo sepa, no ha viajado a ninguna parte, a menos que de su casa al café cuente como expedición.

El punto es que como si con los veganos, los amantes de la bicicleta, los animalistas y los chairos no fuera suficiente, quienes deciden no tener hijos se unen a la legión de los que se asumen como superiores al resto de los mortales.

Pero, no sé, creo que hablo por mí, hace siete años conocí a una mujer, decidimos casarnos y meses después decidimos tener hijos, y hoy nuestra hija está por cumplir seis años y no, no vivimos como animales, no nos hemos quedado sin comer, hasta ahora no se ve que vaya a ser narcotraficante y no, tampoco vivimos como cavernícolas.

¿Que hay que ir con el statu quo lo que sea que esa mamada signifique?, claro, como cualquier persona, mi familia y yo tenemos necesidades, necesidades cuya satisfacción cuesta dinero, que para ganarlo requiere trabajo y el trabajo exige disciplina, constancia, calidad, responsabilidad, honestidad, puntualidad y hasta buena presentación. Entonces, si eso es ir con el statu quo, pues sí, “acúsome” de ir con su cacareado statu quo, pero que no venga un jipi peyotero ni un treintañero virgen a hablarme de conformismo porque uno ha vivido evadiendo la realidad durante 35 años y el otro no se ha animado a salir del cascarón y vivir el mundo de a de veras.

Tampoco voy a caer en el juego de decir que quienes deciden mantener su soltería o permanecer “libres” de hijos están mal o que son egoístas o evaden el compromiso; no y recuerde algo bien básico: cada quien vive como le da su gana, con lo que tiene a su alcance y punto. En cuanto a las familias disfuncionales, que es por lo que les da miedo formar una, pues putas, drogadictos, proxenetas, holgazanes, golpeadores, adúlteros, desobligados y abusivos siempre ha habido y siempre va a haber, al igual que la enfermedad, como uno de tantos filtros para regular los índices demográficos; la diferencia está en lo que cada quien hace al seno de su hogar en cuanto a valores y educación. Así que cuando se sientan superiores y denuesten a quienes hemos optado por perpetuar la especie y el apellido por “vivir un espejismo” (me lo dijo el jipi), volteen a ver a sus perros o gatos y pregúntense cuántas clases y niveles de espejismos hay.

Imagen en Slide: Ian Sane

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