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Dos suposiciones absurdas

Supongamos que somos artistas y que aún pensamos que el arte es la panacea para todos los males de la humanidad, imaginemos que además somos bien revolucionarios, pacifistas, ecologistas, sapiosexuales, antitaurinos, incluso veganos. 

paz

Por Jorge A. Amaral

Somos lo que se diría una bomba de conciencia sociopolítica, ecológica y de género. Imaginemos ahora todas esas cualidades en un contexto de violencia, represión y censura, pero ya no tanto por parte del gobierno, como en las buenas épocas de Óscar Chávez, sino por parte de grupos delictivos que han llenado el ambiente de buchonas, chacas y halcones a los que les importa un rábano todo aquello que no tenga que ver con ganar dinero. Supongamos pues.

Somos artistas comprometidos con las causas más justas y los más altos valores de la humanidad; entonces, después de que arrojan una cabeza de puerco a una iglesia cristiana, decidimos hacer lo que está a nuestro alcance para frenar esta situación y que Michoacán vuelva a ser la tierra pacífica y fértil que siempre fue, la tierra por la que podemos transitar libremente para llegar a Guerrero y recorrer los pasos de Lucio Cabañas.

Entonces, ante ese clima de violencia y pérdida de valores, decidimos luchar frontalmente contra esos lastres de la sociedad, tomar al toro por los cuernos y enfrentarnos a los poderes fácticos cueste lo que cueste y tope en lo que tope, es así que reunimos a un grupo de valientes amigos, gente decidida y comprometida con Michoacán que está dispuesta a arriesgar todo para devolver a los michoacanos la esperanza, la paz y la justicia.

Reunimos fondos, contactamos a más amigos pues entre más seamos es mejor, trazamos una estrategia para llegar a más gente y entonces, ya con todo listo, convocamos a los medios de comunicación –que además nos ayudarán a difundir el mensaje–; ya estando todos instalados en la rueda de prensa y con semblante consternado pero decidido, alardeando que no perseguimos un bien personal y ni queremos el dinero de nadie, hacemos alusiones al doctor Mireles, al Che Guevara, a Marcos, y damos a conocer nuestro afán de luchar contra la violencia y los embates de la delincuencia, por lo que hemos decidido emprender una cruzada hasta sus últimas consecuencias, organizando un ¡concierto por la paz!

Los representantes de la prensa se miran entre sí con cara de “pues ya estamos aquí, igual y la notita sirve para rellenar” y cuestionan y preguntan con cierto interés, lo que nos permite aclarar que el concierto no tendrá costo de entrada, que se organiza en coordinación con otros músicos y dependencias que tienen por ahí algunos recursos que no se usaron en el Secrea para pagar las pensiones alimenticias de los artistas.

Llega el gran día y en esa plaza no cabe un alfiler, el evento está a tope, y es que coincidió con la fiesta patronal. Uno a uno los artistas (recuerden que estamos suponiendo) subimos al escenario que el Ayuntamiento nos prestó (no querían pero cuando les dijimos que era gratis de inmediato accedieron, con la única condición de no hablar de política). No es el Concert for Bangladesh ni el Macro Concierto de La Tremenda pero la gente se entusiasma, entra en sintonía con nuestro mensaje de paz, tanto que al final nos corearon “¡otras, otra, otra!”.

Misión cumplida, nuestro mensaje ha llegado a las estructuras más altas del poder que ahora, gracias a nosotros, saben que los michoacanos queremos paz y tranquilidad.

Siguiendo en el plano de la imaginería y la suposición, pongámonos ahora del lado de quienes han lastimado a la sociedad.

La plaza siempre ha estado en disputa, otros cárteles la quieren pero la empresa es fuerte y la gente está dispuesta a defender los territorios. En labores de inteligencia averiguamos que un templo cristiano funcionaba como centro de reclutamiento y casa de seguridad de otro grupo, un tal Chucho; pensamos que era Reyna y por eso les mandamos un mensaje dejándoles unas cabezas de puerco.

Sabemos que nuestras acciones luego no le gustan a la sociedad pero han sido necesarias para mantener las cosas en orden y que no vengan otros grupos a extorsionarlos y secuestrarlos, para eso estábamos nosotros.

Todo estaba bien y trabajábamos con la cooperación de las autoridades que pusimos hasta que a esos artistas se les ocurrió hacer su concierto por la paz. Desde el principio nos preocupó porque como no estaban cobrando nada ni vendiendo alcohol, no había cuota que pedirles. Desde ahí supimos que algo no estaba bien pero estábamos atados de pies y manos, ellos eran artistas conscientes, y nosotros, vulgares matones.

El día del concierto por la paz yo mismo estuve ahí, sólo que en una casa frente a la plaza, en un cuarto de la planta alta. Conforme avanzaba el concierto más sentía que se me abrían los ojos, como que estaba teniendo una epifania, me dijo El Pitirijas, mi chalán, que vio la película de Los Sinson, pero yo a Epifania ni la conozco.

La cosa es que al terminar el concierto, El Pitirijas y yo nos sentíamos como renovados, como diferentes. Me asombré cuando me escuché a mí mismo decirle “Pinche Pitirijas, ya hay que dejar la loquera y vamos a jugar básquet”, y más me sorprendí cuando él me respondió que ya no iba a matar ni levantar a nadie, que se iba a meter a la prepa abierta y aprender un oficio en el Icatmi.

Por cuestiones de seguridad ese concierto se grabó y yo les mandé una copia a todos los miembros de la organización. Después de verlo y compartirlo con sus células dejaron las armas, ahora son gente de bien que se entregó para pagar por sus delitos, y otros, los que no tenían atrás a la justicia, hacen trabajo comunitario: plantan arbolitos, recogen basura, pintan escuelas y lugares grafiteados; incluso El Chimbomba, que era cocinero de la empresa allá, en la Sierra, se metió al Seminario porque quiere ayudar al Padre Goyo en su labor pastoral. Yo terminé la prepa y entré a la universidad a estudiar Medicina porque quiero ayudar a otros, y todo gracias a ese concierto por la paz.

 Así de absurdo me resulta, y no es que esté mal, sino que con quejarse y ponerse sensible no se resuelve nada. Un libro, un artículo, un concierto no van a cambiar nada, son sólo partes de un mismo contexto y será muy difícil que lo trasciendan, a menos que sean de verdad excepcionales.

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