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Dulces sueños, mamá: supervivencia esquizofrénica

Nacer es menos certero que morir. La madre, que ha dado a luz a dos niños, gemelos, lentamente encontrará que su vida se acerca a esa certeza y acostada en una cama, comienza a dudar sobre su existencia.

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O tal vez seamos nosotros la madre, quienes sostenemos en las manos esta duda, una duda sembrada como quien siembra espinas en vez de flores. ¿Quién saldrá vivo de todo esto? La premisa: en una casa en el bosque, una mujer se recupera de una operación, viviendo sola con sus dos hijos. La madeja se irá deshilvanando y pronto encontraremos las pistas, el «cómo» llegamos hasta aquí. Uno de los gemelos sospecha, o mejor dicho, está casi seguro que su madre no es su madre. La sospecha recuerda que en nuestro mundo el terror es más fuerte que la razón. Recuerda también que una vez establecido este principio, la verosimilitud es irrefutable y se sobrepone a la propia verdad.

Terminar con la vida de la madre es terminar con el origen, como lo hacen los que crean imágenes para comunicarse, aniquilando los alfabetos y los idiomas, terminando con la vida de la lengua madre. O cómo lo hacen los que nacieron con el presente y el futuro por delante, aniquilando el pasado, que les dio origen.

En Goodnight Mommy el thriller renace, más no se reinventa y lo mejor es que no necesite reinventarse, pues no hay nada que reinventar. ¿Quién tiene la razón? – se pregunta el espectador. Y como hacen lo estados, las policías, los gobernantes, el autoritarismo: terminar con la amenaza, antes de verificarla. ¿Es Goodnight Mommy, una crítica al Estado de Miedo que vivimos en el mundo, donde disparamos en defensa propia o compramos un seguro, solo por que el miedo nos lo dicta? Tal vez.

El espectador tendrá, como siempre, la mejor respuesta. La película nos enfrentará a otra pregunta: ¿cómo concebir -repensar- la crueldad en la niñez? Volvemos al viejo paradigma, a una historia que ha pasado por películas como El señor de las moscas (Harry Hook, 1990, basado en la novela homónima de W. Golding) en donde los niños se vuelven adultos y en su adultez prematura hacen lo que hace la humanidad: dividir y someter.

En Goodnight Mommy la supervivencia es esquizofrénica: aferrarse a la obsesión, a la errónea idea, a pesar de no contar con pruebas que digan lo contrario. ¿O es que la infancia ha nacido terrible, como en Los Niños del Maíz (Kiersch, 1986, sobre la novela homónima de Stephen King) o como la comunidad infante que tal vez es culpable en El Listón Blanco (Haneke, 2009)? ¿O es que la infancia no debería seguir siendo infancia, como lo sugiere la tesis de The Hunt (La Caza, Thomas Vintenberg, 2012)?

En Goodnight Mommy la infancia no parte de un error, sino de un mal endémico, en un mundo que le permite hacer verdad una idea falsa, una sospecha, una creencia. ¿Dónde nació la duda, ergo, el mal? ¿En qué momento se desvió la infancia? Tal vez la respuesta no sea tan satisfactoria, tal vez el giro del barco nos lleve a un puerto equivocado, pero la certeza de morir se antepone a la certeza de haber nacido y la madre, en algún momento de la película, probablemente se pregunte si no hizo mal en haber dado a luz a quienes están por matarla.

Goodnight Mommy (Dulces sueños, mamá). Austria, 2014. Escrita y dirigida por Severin Fiala y Veronika Flanz.

 

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