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Ed Maverick y una venganza risible

A las 5:15 a. m. suena el despertador. Sé que no es el mío, así que solo abro un ojo y miro a mi mujer. “Es el tuyo”, le digo y ella me reprocha con un odio atenuado por el sueño: “ya sé, ya sé”. Se levanta de la cama, me mira con el mismo odio porque mi rutina para levantarme consiste en dar un brinco y ponerme pantalones y una camisa, luego me encuentro listo para salir de casa, y ella, por el contrario, lucha contra sus demonios matutinos con un café y un desayuno ligero.

Pero deja que duerma, ahí es donde reposa su plan. Sabe que, mientras duermo, cualquier cosa que ponga en su teléfono me causará pesadillas, como si las interacciones externas repercutieran directamente en mis sueños. Más de una vez me ha entrevistado Roberto Martínez; Yordi Rosado y Martha Higareda han reído de las anécdotas insípidas que cuento; pero esta vez mi chica no pone ningún programa de entrevistas. Hoy se decide por música. Conecta la bocina y la coloca cerca de la habitación. Unos acordes de guitarra me empiezan a despertar, no sentía esta sensación desde la adolescencia en que mi padre entraba a mi cuarto gritando “¡ya levántate!”.

Reconozco la voz de barítono: es Ed Maverick cantando Fuentes de Ortiz. Hace semanas, mi novia descubrió a ese autor y, desde entonces, todos los días lo escucha, pero nunca tan temprano. No pude seguir durmiendo. Con los ojos entrecerrados, me siento en la orilla de la cama.

Yo mismo había sido seguidor de Ed Maverick, siempre con cierta envidia de que a sus 17 años estuviera dando giras con productos creados por él, y, sobre todo, con el sueño de todo artista: una voz propia. El precursor de lo que se convertiría en una especie de nuevo subgénero musical que representaba a una parte importante de su generación.

 Bostezo. Miro a un calcetín que cayó fuera del cesto de ropa en un acto de rebeldía, estoy seguro que él me mira a mí también.

Pienso en lo curioso del caso de Eduardo (el verdadero nombre de Maverick) y que las redes sociales fueron quienes lo hicieron aparecer en el mapa y también quienes lo hundieron. En el 2019 el autor era aclamado por un gran público, tenía sus detractores, claro, con acusaciones válidas como que su música era muy sencilla, que sus letras eran resultado de un vocabulario vulgar y sin imágenes poéticas.

Todo era cierto. Luego, a alguien se le ocurrió mentarle la madre. Bueno, eso sucede hasta con los deportistas. Me imagino que en los coliseos los plebeyos le mentaban la madre al Espartaco, solo que en latín. Después de que eran muchos los que deseaban mentarle la madre al buen Eduardo, decidieron organizarse. Imagínense lo feo que se escucharía un “puto” desincronizado en el despeje de un arquero.

Los fans decidieron destinarle un día de la semana –el miércoles, para ser precisos- para corear juntos un “chinga tu madre, Ed Maverick”. Crearon memes (que ahora son como archivos históricos dignos de una hemeroteca), luego lo llevaron a un coro colectivo en vivo. Pagaban boletos de sus conciertos y mientras el autor cantaba, ellos gritaban “¡chinga tu madre!” mientras otros recordaban “hoy no es miércoles” reprimiendo a aquellos que no seguían el orden del insulto.

Venganza

Eso parecería algo normal, a los futbolistas, boxeadores, actores, cualquiera que se exponga al escarnio tiene por seguro que habrá quien se encargue de insultarlo. Llegó un punto en esta historia que pintaba para terminar como película mexicana -pero de las de Buñuel, no de las de Omar Chaparro- en el que empezaron a amenazarlo. ¿Cómo cambiamos de un “chinga tu madre” a un “te voy a matar” o a un “deberías matarte”?

Evidentemente, el artista se quebró. A los dieciocho años muchos lo haríamos. Cerró sus redes sociales. El año caótico para todos (2020) terminó, y el mismo Ed Maverick, ni sus luces. Luego, a mediados de este año, reaparece con un nuevo disco, uno más complicado, con analogías y ritmos difíciles. Con una línea narrativa y recursos como la anadiplosis que te obliga a recordar la canción anterior para lograr entender la siguiente, o bien, anagramas en los títulos, todo acompañado de un cantante demacrado físicamente, y que lo único que nos recuerda que es el mismo autor es su voz de barítono que no desapareció nunca.

Me levanto de la cama. Advierto que, desde el pasillo, mi novia me mira, le sopla al café y luego sonríe. Se sabe triunfadora.

Pienso en el humor. ¿De qué exactamente es que se ríe? Acaso le causa risa un zombie que duerme poco menos de cinco horas al día. No creo que sea eso, ella misma duerme solo cuatro. Hay muchas razones para reír. La canción aún no termina y yo vuelvo a preguntarme ¿por qué daba risa mentarle la madre o amenazar a un chico de 18 años?

Alguna vez leí que Tomas Hobbes, quien era un amargado de lo peor, construyó una teoría del humor: La superioridad. Mientras que Freud aseguraba que la risa era catártica y servía para liberar emociones reprimidas (lo que explica por qué me daba tanta risa que en la secundaria el maestro “buena onda” dijera “pendejo” de vez en cuando, o cuando alguien decía “coger” o “pene”), el autor de El Leviatán sostiene que la risa surge de sentirnos superiores a los demás.

Nos reímos de un borracho porque estamos sobrios, o nos reímos de alguien que cayó porque nosotros seguimos de pie. A veces esto trasciende y nos burlamos de acontecimientos naturales únicamente por el hecho de que las personas no lo pueden cambiar.

¿Alguien recuerda el chiste de las mujeres “pendejas” para manejar?, o cualquier chiste de negros. La homofobia, el machismo (actualmente el feminismo sectario también), el racismo o la simple discriminación, son tópicos clave de este tipo de humor. Como Simone de Beauvoir refería en El segundo sexo (1949), aun el sureño pobre se siente bien consigo mismo repitiéndose que no es un negro o una mujer.

Siempre que haya tres personas por lo menos, habrá uno que sea “el otro” de quién burlarse.

Mientras me pongo los zapatos me siento como un hipócrita. Yo ayer me reí de un chiste que se encamina por estos ríspidos rumbos en la era de la hipersensibilidad. Pero en mi defensa digo que, si a mí me da risa escuchar que la principal causa de desapariciones en África son los ventarrones, no es porque crea ser superior, vamos, que en México no estamos precisamente en una posición privilegiada, en realidad me río por que logré decodificar el mensaje implícito. Es como si nos convirtiéramos en niños que descubren en el lenguaje una idea subyacente. Eso, por ejemplo, es humor negro.

La canción terminó e inmediatamente mi novia pone otra del mismo autor. Su victoria sobre el que duerme ha sido consumada, pero no basta con eso, el vencedor siempre ha de derrumbar moralmente al perdedor.

¿Qué mensaje implícito habrá en un “chinga tu madre”? No se me ocurre nada más que un incestuoso insulto. Habrá quien piense en la Malinche, pero realmente no creo que esa sea la idea transmitida por los fans. Creo que se trata de un asunto más vestigial: eliminar a quien sea diferente, a quien intente lograr algo en un mundo. Hacer pequeñas tribus y burlarnos de los tropiezos o padecimientos de los demás: Qué gracioso es que alguien sea sordo o ciego. Debe ser realmente una delicia para los sentidos pensar en golpear a tu pareja para después contarle a tus amigos quién manda en casa (?).

Me acerco a la cocina. Veo a mi novia quien se halla sentada tomando su café. Ella me mira. “Estoy listo” le digo todavía con la voz ronca. Ella mira su reloj, luego me mira a mí. “¿De verdad? Todavía es muy temprano. Podrías haber dormido más”, dice. Ella ríe, luego yo también. No sabe que mi venganza será cambiarle la alarma por la noche y ponérsela a las dos de la mañana. Por ahora, todo son risas.

*Imagen superior: Flickr/Guillerme Tavares

 

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