SEBASTIÁN RANGEL RODRÍGUEZ
Justo cuando todo se vuelve oscuro, el aire gélido arrasa tu piel, te cala hasta el tuétano. No hay cobija alguna que te proteja. Los latidos de tu corazón disminuyen su velocidad. Tienes frío. Un frío extraterrestre.
Justo en ese momento, en el que te rindes a aquello que sabes está por encima de todo, y que imploras una salida, un escape al sufrimiento, es cuando llega el calor, la luz, esa que te calienta las entrañas, que surge de tu espíritu. Todo cambia de matices y sonríes. La vida es otra. Has encontrado el camino de la espiritualidad, que no viene con menos retos, pero la perspectiva es distinta. Este camino es el que provee al ser de una vía alterna, una vía necesaria derivada de una afirmación generalizada en la actualidad que alude a que la existencia misma es sufrir. No conviene observarla así. La existencia misma es Luz, libertad, éxtasis, solo que es arduo el sendero. Es regresar al origen. ¿Qué somos si no polvo de estrellas? Energía universal en todo el sentido de la expresión.
La Luz es la fuente, la oscuridad la contraparte. El espíritu es la Luz, la razón es la oscuridad. La razón que no nos permite desarrollarnos en aquel ser completo. Desarrollamos mucho el intelecto pero no nuestra espiritualidad. No crecemos de manera holística. Somos mucho cerebro y poco corazón. Existe una crisis de empatía hacia lo natural, hacia el otro. Este es el origen de clasismos, machismos y feminismos. Vemos con el cerebro y no con el corazón. Y le llamamos progreso, además. Lo aplaudimos cuando es esto lo que nos separa del mundo. El camino es regresar, mirar con compasión, dejar de querer tener el control de todo… Solo fluir en este mar de amor y de amar.
Es arduo el sendero, pero más lo es sufrir. El ser que sufre se pasa la vida intentando escapar, no desde la espiritualidad sino desde el alcohol, las drogas, los vicios del alma. El opio vulgar. Alterar la psique y olvidar. Porque la vida es abrumadora, la dinámica social que elegimos es estresante. Estas alteraciones de la psique no son más que mecanismos de defensa, para no afrontarnos a nosotros mismos. Vemos las nubes pero ya no las observamos, igual las estrellas y los astros.
La rutina, las estructuras sociales actuales, nos sumergen, nos drenan la energía vital, el espíritu. Por eso se odia al lunes, o al día en el que empieza nuestra rutina cotidiana. Semana tras semana, año tras año, hasta que se nos gasta la vida. La dinámica social que hemos elegido nos rebasa. Caminamos y vemos edificios, no árboles. Nuestras cárceles de cemento, amuebladas y adornadas, nos cubren de los elementos pero nos separan de lo natural. Nosotros somos lo natural, mas ya no caminamos descalzos.
Nos encerramos en oficinas, odiamos al “otro”, el egoísmo impera. Buscamos poder y riquezas, no amor y bondad. El ser ha perdido su esencia. Se tiene que deconstruir para encontrarla. Cuestionarse, reflexionar y criticar. Hemos alabado falsos profetas desde la antigüedad sin buscarlos en nuestro interior. Estamos desconectados de nuestra deidad interna. Las relaciones humanas no se basan en amor sino en posesión. En poder. El mundo está enfermo. Es “la Náusea de Sartre”. La espiritualidad será el antídoto. Si esto es cierto no lo sé, pero prefiero ver al mundo así, desde la Luz, con compasión. El mundo al revés, en sentido levógiro.
Al caminar por este arduo sendero ya no hace frío, y eso que solo cuento con una raída chamarra de mezclilla, rota por doquier. Pero me proporciona calor. Ya no hay escalofríos. Entiendo la felicidad de los colibríes. El aullido del lobo. Entiendo que la razón no es todo, paradójicamente. Entiendo a mi hermano el hombre, que está perdido, pero cuando se encuentre reiremos juntos, porque estoy seguro de que todos nos vamos a encontrar algún día. Esa Luz, ese origen. Entiendo por qué el árbol le lanza cocos al perezoso y por qué el viento se enfurece a veces. Escucho a la Tierra. Estoy despierto.
¿Alguna vez has observado a las nubes desaparecer? Hoy conté hasta diez, las vi cambiar de forma para luego desvanecerse en la vastedad celeste. La sonrisa no se ha desdibujado de mi rostro. Y así voy, descalzo, conectado, feliz, hacia la Luz.
Casi siempre, el ser, se encuentra en la constante espera de que le digan qué hacer, de que le digan en qué creer. Por eso sigue religiones y dogmas o doctrinas, pasa en todos los ámbitos, no solo en lo religioso, y no es por la incapacidad de pensar y reflexionar sino por propia elección. Es más fácil seguir un conocimiento masticado que construir uno.
La espiritualidad, más bien, es escuchar a tu espíritu interno, tu deidad individual, confiar en tu sabiduría interior y no buscarla en el exterior. Siempre estamos atentos a las opiniones de los demás, cuando la realidad es que, las verdades más verdaderas reposan en nuestro interior, esperando a ser descubiertas. El ser debe ser capaz de observarse, de reconocer en su interior las realidades, la unicidad del bien y del mal, escucharse. No esperar a que le digan qué leer, qué escuchar, qué creer o qué sentir.
Existe una escasez de consciencia por el momento. Estamos desconectados de la energía universal, por eso no respetamos a los árboles o domesticamos a los perros. Por eso no amamos y poseemos, estamos en el apego y en la fuerza, no en el amor. El ser no conoce el amor porque se ha olvidado de sí mismo.
Pero no existe amor sin ser, ni ser sin amor.
Imágenes: Flickr/Crom Shin
TE PUEDE INTERESAR: