Bostich más Fussible es una combinación que raya en lo exquisito. Y aunque cada proyecto tiene sus trabajos en solitario como parte de Nortec Collective, la manufactura conjunta de los discos Tijuana Sound Machine y Bulevar 2000 no sólo les mereció el reconocimiento que supone una nominación al Gramy Internacional, sino que los llevó a los públicos masivos que tan bien ha recibido esa mezcla de música norteña con despuntes electrónicos.
Este sábado el dueto lo hizo de nuevo: puso a bailar a cientos de chavales que subieron hasta la montaña moreliana para verlos cerrar un festival que combinó distintos estilos y que por lo mismo tuvo sus altibajos. A Pepe Mogt (Fussible) y Ramón Amezcua (Bostich) les basta con un par de iPads sumados al sorprendente tenori y se apoyan en los instrumentos básicos de la música fronteriza mexicana: acordeón, guitarra, trompeta y tuba, siendo estos dos instrumentos de viento los que quizá luzcan más en manos de Gustavo Medina, elemento fundamental para que en verdad se perciba ese tufillo de banda tradicional.
Así sonaron los hoy imprescindibles y mañana clásicos: Tijuana makes me happy, I count the ways, Norteña del sur, Shake it up y por supuesto Tijuana sound machine, la más conocida entre las mayorías. De hecho, el set list de Fussible y Bostich no sufrió demasiados cambios respecto a la última vez que visitaron Morelia; un programa más cargado al primero de sus discos en comparación con el Bulevar 2000.
Sobra decir que fue la presencia más aplaudida de la noche, aunque muchos de los asistentes también le dieron su mérito al cantautor español El Guincho, un tío que tiene un estilito muy particular y que sabe hacer canciones inteligentes, bien logradas, algo no tan sencillo en esta época donde abundan composiciones grises que no dicen gran cosa. Su propuesta, que conjuga samplers con ritmos africanos y tropicales, lo ha llevado a ser considerado uno de los mejores exponentes en la España de los dosmiles; lo ha dicho Rock de Lux y entonces habrá que considerarlo.
Otras actuaciones afortunadas dentro del extenso festival fueron las de Los Daniels, Sho Trío, Da Punto Beat y NSMPSM, sin restar méritos al trío rockabilly Los Gatos, quienes desafortunadamente pisaron el escenario muy temprano, cuando poca gente había arribado al famoso Jardín Ego.
Como ocurre en tantos festivales, lo mismo independientes como éste o majestuosos como el Corona Capital, las fallas de sonido abundaron, así que los críos tuvieron que lidiar con que el bajo de Los Gatos no se escuchaba o que el teclado de El Guincho se quedaba mudo. Además, habría que colocarse al centro de los escenarios para evitar esas saturaciones de graves que se cuelan por las orillas.
El cartel no lucía tan mal, pero hubo presentaciones que se quedaron cortas o simplemente no lograron la comunión esperada con los espectadores: Carla Morrison fue una de ellas, lo mismo que Afrodita, dueto kitsh que si bien armó el baile en la tarima fue mirando cómo los melómanos los abandonaban antes de que cantaran las piezas finales.
La asistencia al festival sin duda resultó escasa y quién sabe cuál será una explicación cercana; algunos lo atribuirán a los costos, otros al line up y unos más a la canalla crisis económica. Lo cierto es que un evento tuti fruti lo que se debe exigir es la calidad integral que implica buen sonido, escenarios bien montados, seguridad, servicios higiénicos y alimentos. El saldo, puesto en esos términos, fue positivo para muchos, y es que a final de cuentas y contra todo lo que hubiese resultado mal, ahí estaba Nortec para salvarlo todo, ese colectivo que tan bien refleja al México de los sombreros, al México de las fuscas, al México de los narcos, al México de las ruinas.