ALGÚN DÍA MI GATO COMERÁ SANDÍA
Por Omar Arriaga Garcés
“Dice la gente que la taberna, / es la antesala del hospital”, reza el tango. La versión que escuchaba era la de Carlos Gardel.
Antes, unos años antes, había ido de vacaciones también a Guanajuato, como ahora. Sólo que aquella vez…
Aunque está por demás que yo mismo lo cuente, lo contaré. Pero hay que saber que los elogios en propia boca se convierten en injurias y a la manera de Borges, que el día que conoció a García Lorca se cansó rápidamente de él porque éste quería impresionarlo, así, yo ya estoy cansándome de esta persona que siempre quiere impresionar a los otros y estafarme a mí.
La cosa va como sigue: una noche, después de la clausura del Festival de Cine de Guanajuato, fui a una de las fiestas que se organizaban en un bar y tomé mucho.
Quizá haya sido el alcohol, la parte dionisiaca de la noche, no lo sé, el caso es que le prometí a una chica de cuyo rostro no puedo acordarme que al día siguiente me iría con ella a Veracruz, pues hacia allá iba.
Cuando abrí los ojos, la nariz me sangraba y dormía aferrado a la playera de aquella chica misteriosa, playera que hasta la fecha guardo en el cajón de un mueble.
No era la primera vez ni sería la última; sin embargo, una sensación de extrañeza se quedó a vivir conmigo desde entonces y cada que tengo aquel recuerdo me asalta nuevamente.
Le pido perdón al tango, pero la taberna no es la antesala del hospital, a menos que el hospital a su vez sea la antesala de…
Escuchando una canción de Joaquín Sabina caí en la cuenta de que me recordaba este tango, sólo que, según yo, no tenía nada que ver.
Lo que tuvo que ver fue la historia semejante, no de desamor porque no sé si el amor pueda llegar en una sola noche; sí de una mujer en la barra de un bar.
El tema es tradicional incluso en las leyendas; como en la de El callejón del infierno, de Guanajuato, en la que un minero ebrio acude al llamado de una mujer asomada a una puerta que resulta la entrada al infierno.
Por supuesto que esta versión está plagada de cristianismo; son la época y la zona. No obstante, es una reiteración de literaturas paganas. Diremos sólo del mundo de los muertos, porque nada tiene que ver en esto el infierno.
Y nos dieron las diez, de Sabina, dice: “Fue en un pueblo con mar /
una noche después de un concierto; / tú reinabas detrás / de la barra del único bar que vimos abierto”.
En la continuación, luego de haberla amado (así sea un día, o un año o una vida entera), el sujeto lírico de la canción va a buscarla y ya no la encuentra: “parecía como si / me quisiera gastar el destino una broma macabra”.
El lugar ha quedado vacío: “No había nadie detrás / de la barra del otro verano. / Y en lugar de tu bar / me encontré una sucursal del Banco Hispano Americano”.
No lo soñó, cuenta, y sigue sintiendo una nostalgia que ya no le abandona. Sobre eso, Calasso profiere: “Delante de Calipso, Ulises sintió la atracción que Gilgamesh había sentido por Siduri, la vendedora de cerveza”.
Y le da una respuesta al misterio: “La mujer que sirve detrás de un mostrador y habla, escucha: ¿qué se ocultaba en esa atracción? Ulises todavía lo sabía: es la mujer que acoge en la antecámara del reino de los muertos”.
“En ese lugar intermedio, suspendido, el único donde hay motivos para pensar más allá de la vida y más allá de la muerte, se bebe y se juega a los dados. Las conversaciones con la mujer que sirve atraviesan una noche infinita, sin la amenaza de un alba en las ventanas”, explica. A veces siento que el bar es la antesala a otro mundo, pero al día siguiente todo se esfuma y queda la nostalgia.
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