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El Cedram, las redes y el periodismo

Hace unos días el periódico Cambio de Michoacán publicó una entrevista realizada a la productora teatral Gunnary Prado en la cual externa algunas dudas sobre el funcionamiento del Centro Dramático de Michoacán (Cedram). Firmada por el reportero Omar Arriaga, la nota fue compartida por algunos usuarios de redes sociales y causó una reacción negativa por parte de Mauricio Pimentel, trabajador de ese centro, quien en su cuenta de Facebook reclamó airadamente el hecho de que Prado dudara sobre la transparencia del Cedram; la tachó de poco objetiva, mal informada y le cuestionó su postura a pesar de que ella misma ha presentado funciones exitosas apoyada por dicho centro de formación teatral.

Si algo distingue a una buena parte de usuarios en redes sociales es la inmediatez para reaccionar, la facilidad para ejecutar juicios sumarios y los calificativos despiadados contra quienes opinan diferente. Tras la queja de Pimentel, acompañada por algunos números positivos del Cedram, varias personas atacaron la integridad de Gunnary, acusándola de envidiosa, ignorante, caníbal y otros despropósitos.

Horas después vino la reacción de Prado, quien a su vez descalificó el trabajo del reportero al que acusa de descontextualizar sus palabras para hacer de la nota un ataque contra el Cedram y la Secretaría de Cultura de Michoacán (Secum). Gunnary aclara que esa entrevista no se la concedió a Omar Arriaga, sino al reportero de la agencia Quadratín, Luis Felipe Reynoso, en enero pasado. Subraya también que nunca intentó dañar la imagen del Cedram y tan solo expresó su desconocimiento respecto a su operación. Al publicar esta aclaración en su perfil del caralibro y a través de una carta enviada y ya publicada en Cambio de Michoacán, la reacción de muchos usuarios fue similar a lo escrito por Pimentel: una lluvia de descalificaciones pero ahora contra Omar Arriaga, tachándolo de poco ético, parcial, mentiroso, manipulador, interesado y muchas linduras más. Uno de los usuarios incluso aconsejó tener cuidado si el temerario periodista se llega aparecer en las ruedas de prensa organizadas por la comunidad teatral.

¿Cómo reaccionó el reportero ante esta ola de palabras? Envió una carta a su casa editorial, donde aclara varios detalles, entre otros que efectivamente él no estuvo presente en la entrevista pero pidió la grabación a su colega de Quadratín y decidió publicarla al tratarse de un asunto que refiere al estado actual de instituciones públicas y cómo la evalúan los protagonistas de la cultura local. Además ofrece la grabación íntegra para quien la quiera escuchar.

Este episodio deja algunas reflexiones sobre varios ámbitos; el primero es, insisto, lo sencillo que es atacar en redes sociales a las personas sin tener un contexto completo, dañar reputaciones sin antes ejercer el más mínimo proceso de pensamiento, sin dar oportunidad a la réplica.

También abre la oportunidad para sopesar la relación entre instituciones, comunidad artística y el papel que juega el periodismo, en este caso, cultural. Acusar a Omar Arriaga de redactar una nota tendenciosa es delicado y sobre todo subjetivo, pero queda en el criterio del lector y los protagonistas del caso sacar sus propias conclusiones. Por su puesto que el trabajo de un reportero se puede y debe cuestionar en tanto que ejerce una profesión de interés público, lo cual, sin embargo, debe cuidar esa delgada línea que roza con la libertad de expresión. Sugerir, como lo hace Gunnary, aprobar una nota por parte del entrevistado antes de que salga a la luz solo remite a esas prácticas políticas donde el funcionario poderoso exige palomear lo que se publica, y de no gustarle, lo censura. Mucho menos se puede pedir que una entrevista se transcriba con absolutamente todas las palabras del interlocutor, pues precisamente el trabajo del periodista es editar y ofrecer a los lectores lo que a su juicio sea lo más interesante de la charla. De otra forma volveríamos al ejemplo del político que manda la versión estenográfica de su discurso para que se publique tal cual en los boletines de prensa.

Imágenes de la obra «Al revés», tomadas del Cedram en Facebook

Prado también escribe en redes que el reportero en cuestión “ya tiene un largo historial donde trata de denunciar distintos aspectos del funcionamiento y operación de la Secum”, y siente que con esa entrevista la ha utilizado para golpear a la institución. Revisar el “historial” del reportero sería objeto para otros propósitos, pero de entrada es mejor que un periodista cuestione, investigue y contraste información a aquel que solo replica sin chistar lo que llega a través de comunicados oficiales.

También vale la pena reflexionar por qué una productora de teatro y además promotora cultural desconoce los detalles de cómo opera el Cedram. Más que ignorancia o indiferencia de su parte, lo que deja ver es que el Centro Dramático ha fallado en su ejercicio de comunicación institucional; si un ciudadano ajeno a las artes escénicas desconoce incluso su existencia es comprensible, pero que los propios integrantes del gremio no sepan cómo opera es preocupante. Habría que hacer un ejercicio demoscópico para saber si es una mayoría de gente de teatro la que ignora cómo funciona, de dónde se financia y a quién le abre o cierra las puertas –y bajo que criterios- esta subdirección gubernamental. No se trata de sentirse atacado, sino de mejorar el trabajo de comunicación para que ningún actor del gremio se sienta ajeno a un proyecto edificado para beneficiarlo.

Instituciones, gremios artísticos y periodistas se necesitan unos a otros, pero no es con base en relaciones públicas donde todo sea color de rosa, con amiguismos que caigan en el elogio gratuito y mucho menos en líneas oficialistas que hablen bien aunque algunas cosas estén mal. En lo personal conozco mucho a Omar Arriaga y un poco menos a Gunnary; creo que ambos hacen muy bien su trabajo y ojalá este incidente sirva no para cortar la necesaria interacción entre el artista y los medios, sino por el contrario, para aprender del caso y que ello abone a una mejor relación en beneficio del público que aprecia el arte y la cultura de su ciudad.

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