«Teníamos a alguien que nos defendía”, fue la conclusión de tres especialistas reunidos en el Centro de Información, Arte y Cultura de la Universidad Nicolaita para charlar sobre el origen y las implicaciones del cine de luchadores en México. Convocados por el Primer Festival de Cultura Popular Urbana, Álvaro Fernández, Bulmaro Velázquez y Alfonso Huerta compartieron con el público algunos detalles que han hecho de la lucha libre más que un deporte espectáculo, pues esa batalla entre el bien y el mal se trasladó de los encordados al séptimo arte, formando un cine considerado de culto por el amplio bagaje que contiene: una exquisita mezcla de ciencia ficción, melodrama, mitología e historias policiacas.
Los productores pusieron el dinero, los directores y guionistas dieron rienda suelta a su imaginación y los actores no eran tal, pues se trataba de los mismos atletas que habían forjado su trayectoria en las arenas del país. Pese al éxito de este género, no todos los gladiadores tuvieron la misma suerte de convertirse también en estrellas de cine. El Santo, Blue Demon y Huracán Ramírez fueron los más consolidados en la pantalla grande, custodiados por Mil Máscaras, Black Shadow, Tinieblas y Wolf Ruvinskis. Entre los directores destacaron Chano Urueta (La Bestia Magnífica) Alfonso Corona Blake (Santo contra las mujeres vampiro) y René Cardona (El Enmascarado de Plata), personajes extravagantes que construyeron las historias más disparatadas en las que un enmascarado peleaba con momias aztecas, robots humanos o simplemente contra una bola maltrecha de tela que se arrastraba torpemente a ras de piso.
Los conferencistas reconocieron que este cine estuvo salpicado de cierto humor involuntario, pero también aportaba drama y una formación de mitos que se ha transmitido de generación en generación. “El Santo combatía a los villanos sin usar armas, sólo valiéndose de sus habilidades para la lucha”. El también llamado Enmascarado de Plata sufrió cierta metamorfosis, pues al inicio era un tanto conservador y después se dejó seducir por hermosas mujeres (mujeres lobo, mujeres vampiro o simplemente mujeres), adaptando la pose de un James Bond que para entonces marcaba patrones del galán por excelencia.
Fernández, Velázquez y Huerta también hicieron notar que la temática del cine de luchas varió de acuerdo al tiempo. Así, entre 1958 y 1965 las historias se cargaron hacia el género de lo fantástico, pero entre 1966 y 1971 la balanza se inclinó a favor de los relatos policiacos que entonces formaron lo que podríamos bautizar como cine negro luchístico.
Las películas del Santo muestran una homogeneidad que impide hacer un análisis en cuanto a auge y decadencia; no se podría decir, por ejemplo, que las cintas en blanco y negro son mejor que las de color o viceversa. Más bien depende del gusto de cada quién, del placer que encuentre el espectador por ver culebrones donde un chaparrito y más o menos fortachón le gana a humanos y extraterrestres.
Otra de las coincidencias entre los panelistas fue que los entonces críticos de cine destrozaban al cine de luchadores, acusándolo de intrascendente, quizá sin ver que estas atmósferas fantásticas fascinarían a cinéfilos de países como Francia y España, donde, se cuenta, alguna peli del Santo se sostuvo durante 32 semanas en cartelera, algo impensable en nuestros días.
La mayor parte de estas películas, dijeron los ponentes, estaban repletas de errores tanto en el rodaje como en la posproducción, motivado por los escasos presupuestos que a veces orillaban al director a no poder hacer una segunda toma, por lo que podemos ver al Santo tropezarse mientras corre tras un hombre lobo o un científico loco.
Hoy nadie en su sano juicio podría decir que el cine de lucha libre es bueno, pero tampoco puede negar que adquirió un matiz de culto, lo que sea que esto signifique.