Una revolución de perros comienza en Budapest luego de que una familia abandone a un cánido en las calles; la trama es inverosímil y hasta absurda por momentos, lo que echa por la borda la cinta. Con todo, White god (Hagen y yo) viene con un premio de Cannes y es señalada por Daniela Michel como una película de culto. ¿Será?
En otro año, el Premio Una Cierta Mirada (Un Certain Regard) que entrega el Festival de Cine de Cannes recayó, por ejemplo, en Después de Lucía, de Michel Franco, un filme propositivo en cuanto a lo técnico, con un tema polémico y que suscita ampula: el bullying.
No es que la película del mexicano sea la mejor del mundo, pero está bien lograda y consigue sostener un ritmo narrativo que nos sumerge en la historia de Alejandra, una adolescente que sufre en confinamiento emocional el abuso de sus compañeros de escuela tras la depresión a que la arroja la muerte de su madre.
El director Kornél Munduczó, con su sexta película, White god, crea una parábola del fascismo, dicen las críticas, cuando un perro que no es de raza «pura» es abandonado en las calles al establecerse un impuesto contra los cánidos «eléctricos», diríamos, mestizos, cruzados, aquí en México.
Aunque el filme es conmovedor en su primera mitad, consiguiendo atrapar al espectador y tejiendo una atmósfera opresiva, pronto las consecuencias del planteamiento inicial pierden toda proporción y verosimilitud, y se disparan hasta un nivel revolucionario: de revolución de perros, cuando Hagen, el abandonado por el padre de la niña que lo adora, Lili, mata a uno de sus captores y deja libres a cientos de canes, convirtiéndose en el macho alfa, liderando una revuelta sci–fi de cánidos.
El tema nos toca, es actual, diríamos, con sustancia; pero el tratamiento de la obra parece no ser el mejor. Para Daniela Michel la película está llamada a convertirse en película de culto en breve, y aquí entra lo que cada quien entiende por «película de culto». Esa misma mirada tiene el Festival de Cannes al premiar la cinta.
Una frase de Adiós al lenguaje, de Jean-Luc Godard, ayudará quizá a comprender la distancia cultural entre lo que es verosímil para este reportero notero nacido en el caos de lo que implica habitar una ciudad latinoamericana, y lo que es verosímil para una persona que vive en Europa, con toda su vida viviendo allá y una formación harto distinta.
«¿Es que la sociedad está dispuesta a aceptar el asesinato para combatir el desempleo?», ironiza el realizador francés y critica a un tiempo, pero en sus palabras se capta cierto sentido.
En White god, el entrenamiento de Hagen para hacerlo un perro de pelea, la propia pelea de perros en que participa y alguna otra escena en que los perros corren poseen una crudeza y un realismo dignos de mención; en el sentido técnico son pasajes muy bien logrados. No obstante, pueden usarse diversas comparaciones para tratar de hacer sentir lo que este reportero notero sintió al ver la película.
La revuelta de los perros en White god recuerda el golpe de estado que dan los caballos de Abdera en el cuento «Los caballos de Abdera», de Leopoldo Lugones; recuerda la rebelión de Espartaco en Roma cuando lidera a los esclavos en contra del imperio; recuerda La rebelión en la granja, de George Orwell; recuerda la última parte del tercer capítulo de la Guerra de las Galaxias cuando los «ewoks» se levantan contra el imperio en el bosque de un planeta lejano; recuerda un capítulo de un manga japonés del que ya no me acuerdo del nombre; recuerda cualquier película de zombies donde todos están a punto de morir y alguien se salva; recuerda el cuento del flautista de Hamelín; en fin, recuerda un montón de cosas pero el filme no se sostiene (aunque creo que ya lo dije).
La película mezcla los géneros; a veces hay comedia, luego romance, sci–fi, terror, suspenso, una especie de cinta sobre la mafia perruna que encabeza ahora Hagen, y el gran final: como en un cuento de Hadas el objeto mágico salva el día. No sólo le prestaba dinero a Wagner cuando no tenía para mantener su estatus social, también salva el mundo ese Liszt en White god. ¿Película de culto? Al tiempo.