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El discípulo: la Rusia que no se vio en el Mundial

Terminó el mundial de fútbol y el mandatario ruso se acaba de anotar un triunfo ante buena parte de la prensa internacional. Abundaron los comentarios sobre la excelente organización, el impresionante despliegue de elementos de seguridad, así como de la imponente arquitectura y funcionalidad de sus ciudades. Pero pocos medios se atrevieron a explorar temas espinosos de la Rusia actual como la ley contra la propaganda homosexual, las reivindicaciones del colectivo feminista Pussy Riot (quienes invadieron la cancha durante la final disputada entre Francia y Croacia), así como la situación de los opositores políticos, entre ellos el cineasta Kirill Serebrennikov, quien se encuentra en arresto domiciliario desde el año pasado.

Aunque se acusa a Serebrennikov de un desfalco a financiero a un fondo estatal, su detención sugiere tintes políticos debido a su postura abiertamente crítica del régimen, la cual refleja, no tan veladamente, en la película El discípulo (M uchenik, 2016), la cual se estrenó en la sección Un certain regard del Festival de Cannes y que trae a México la distribuidora Alphaville Cinema. El estreno es un tanto tardío, ya que su más reciente trabajo, Leto (2018), ya tuvo su estreno en la más reciente edición del prestigioso certamen francés.

La cinta se basa en la obra “Martyr”, del dramaturgo alemán Marius von Mayenburg, quien colaboró con el propio Serebrennikov para adaptarla a la pantalla. El protagonista es Veniamin, un adolescente obsesionado con la Biblia, libro del que se siente portavoz ante el mundo corrupto en el que vive. Hijo de una madre divorciada a quien acusa de adulterio, el joven reparte culpas entre quienes le rodean: a las chicas de su escuela por usar bikinis en la clase de natación, a su único admirador por sus preferencias sexuales, al igual que a la maestra de ciencias por exponer temas tan “sacrílegos” como la teoría de la evolución así como nociones de educación sexual. Veniamin no pasaría de ser un loco del montón, de no ser porque su notorio fanatismo encuentra eco en la hipocresía de las autoridades escolares.

Filmada con cámara en mano y conformada por una serie de largas secuencias cuidadosamente coreografiadas, la película ofrece una selección de citas bíblicas contradictorias y furiosas (todas ellas debidamente registradas con títulos sobrepuestos en la pantalla), puestas en boca de un adolescente delirante, tendencioso y antisemita. De esta manera, la cinta constituye un reflejo del conservadurismo sin escrúpulos que permea en amplios sectores del mundo actual.

Pero la lectura de El discípulo va más allá de señalar los vicios de las estructuras religiosas. Serebrennikov apunta más alto al señalar el empoderamiento de un chico retrógrado y prejuicioso, afianzado por un alumnado impotente y unas autoridades permisivas que añoran la vuelta al autoritarismo y a la pereza mental. La crítica no podía ser más directa. La maestra de ciencias, la voz de la razón, enfurecida por el rumbo que han tomado las cosas, espeta a las autoridades escolares: “¿No se dan cuenta de que estamos frente a una dictadura totalitaria?”, justo frente al retrato de Vladimir Putin. Cierra su discurso, después de ser despedida, clavando sus zapatos al piso afirmando: “¡Yo no me iré, aquí nací y aquí me quedo!” Un mensaje dirigido a los acosadores del régimen.

El discípulo es una gran película, es un trabajo valiente que explora con ironía y con cierta dosis de humor negro los peligros del conservadurismo religioso y del autoritarismo político. El análisis que hace Serebrennikov no es solo una sátira de la Rusia actual, sino que aplica a todas aquellas sociedades en donde la intolerancia sigue ocupando importantes posiciones de poder.

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