Por Raúl Mejía
Ya estamos avisados: el mundo entró en recesión y ésta será “peor que la de 2009”.
Eso dicen los del Fondo Monetario Internacional. Leí el encabezado y me pregunté si debía leer la nota o no porque no estaba seguro de recordar la crisis del 2009. Entiendo que mi condición de privilegiado me impedía captar la magnitud del asunto pero, siendo honestos, no recuerdo una catástrofe en ese año.
Todo empieza en la juventud ¿cierto? Pues bien, señoras y señores, ahí les va un relato de esos que hacen pensar en las tardes con el abuelo a la orilla de la chimenea: corría la década de los setenta. Quien esto les pergeña ostentaba una poderosa e insolente juventud en donde se cifraban todos los anhelos de un México mejor. No los aburriré con el rosario de penas que se avecinaban. Baste decir que entre 1976 y buena parte de la década de los noventa, nuestra luchona moneda pasó de sólidos 12.50 por dólar a más de cinco mil aunque, en efecto, ya en 1993 al peso se le habían eliminado tres ceros para hacer más manejable la morralla, pero para ilustrar el asunto lo dejamos en los “cinco mil por dólar” que alcanzó en 1994.
La década de los ochenta la pasé siendo un neo papá azorado. ¿Qué es lo más terrorífico que recuerdo en materia económica entre 1980 y 1990? La imposibilidad. De todo. La consecución de metas magras y sin chiste interpretadas como triunfos épicos en la hacienda familiar de clasemedieros venidos a menos. La posibilidad de un crédito para una casa era materia de los sueños. El primer auto que pudimos comprar fue un Renault 10 cuya puerta trasera del lado izquierdo se desprendió del resto de la unidad automotriz al mes de haberlo comprado y así la dejamos, sujeta por unos alambres.
Un vejestorio en toda regla. ¡Ay! Un auto formaba parte de las ilusiones más descabelladas en la mayoría de las familias y “las naves” (así se les decía) eran un bien patrimonial que se pasaba de padres a hijos. Creo de ahí viene la frase esa de “¿y la Cheyenne apá?”.
Cuando finalmente unos miles de paupérrimos pudimos conseguir una casa (modesta hasta dar ternura) fue por un extraño mecanismo financiero implementado por el gobierno para que los jodidos extremos pudiésemos exclamar, ilusionados “¡por fin tengo mi casita!”. Ese complejo mecanismo no permitía pagar el crédito gubernamental -la inflación galopante impedía tales hazañas- sino que, luego de dos décadas y media, la deuda refinanciada mes con mes hasta el delirio, terminaba saldada por simple piedad administrativa.
El esquema de créditos de las casas de INFONAVIT, construcciones tan modestas como las de Lomas de Morelia -en donde conseguí mi casita– o los “pies de casa” de Xangari, se hicieron realidad bajo ese esquema. No me pidan explicarles en detalle. Tengan fe en mi testimonio: si se cotizaba en la parte baja del ingreso salarial (era mi caso), tener una casa de esas características era el equivalente a comprar una en Altozano. No recuerdo sosiego en ese lapso. Si algo puede definir esa etapa es el cansancio, el sin sentido de echarle ganas -concepto filosófico y de praxis obligada a partir de entonces en el país. Vivir en la precariedad, para mi y buena parte de compañeros de generación, fue una forma de vida, una cultura, un destino.
Las cosas empezaron a cambiar a fines del siglo XX y no iban tan mal pero… ya saben: los aztecas podemos salir de las crisis más peladas a nivel mundial, pero somos incapaces de mantener una situación aceptable por más de una generación. No me hagan entrar en detalles y anoten por favor: hubo una etapa en que Dios nos colmó de bendiciones con un océano de petróleo nomás para nosotros. Pero no crean que mucho petróleo. No: un hiper madral de petróleo. Una cosa de no creerse. Era cosa de no apendejarnos y saldríamos de nuestro origen y destino de jodidos forever. Tan sencillo como prepararnos para administrar la abundancia, para ser ricos lo que se llama ricos. De ese tamaño nuestra ingenuidad…
…Pero pos ocurrió lo de siempre: le dimos en la madre a todo. Nuestro mandatario, José López Portillo (JLP) para lavarse las manos, acuñó una frase chida: “Soy responsable del timón, no de la tormenta”, pero había sobradas evidencias de cuántas veces se le dijo algo como esto: “Señor Presidente, usted es infalible, sabio, misericordioso y adalid de las mejores causas populares, pero por favor no sea tan pendejo, lo que hace está mal y perjudicará al país estructuralmente”.
Uno de los más distinguidos críticos del omnipotente fue Heberto Castillo. Este ingeniero le advirtió del peligro de petrolizar la economía pero a JLP le valió chetos. Seré breve y mayestático: todo lo echamos a perder. Absolutamente todo. El mundo entero se conmovió (no tanto) con la magnitud de nuestra tragedia. Cierto: entramos con balón dominado al área, “la teníamos, era nuestra”… y nos la dejaron ir.
No cualquiera puede lograr una hazaña de esa envergadura y debemos reconocerlo: se necesita talento para ser tan pendejos. López Portillo, además de sabio, sensible, intelectual y adalid de las causas populares, también era un necio, un obcecado, un macho (pero criollo; con convicciones) y un chillón. En el crepúsculo de su gobierno, con un manotazo nacionalizó la banca y soltó otra frase chida: “ya nos saquearon… no nos volverán a saquear”. Para el mármol la frase esa, pero -lo que sea de cada quien- sí nos volvieron a saquear y la frase se convirtió en algo más divertido: “ya nos la metieron… no nos la van a volver a sacar”.
A partir de ahí, los mexicanos demostramos al mundo de qué estamos hechos (además de maíz): no somos capaces de mantener un estado de gracia. Lo nuestro es empezar siempre. Nada del pasado funciona -excepto el indígena anterior a los malditos españoles- y todos nos quieren chingar, pero eso sí: salimos adelante de cualquier crisis.
Podemos doblarnos, pero jamás quebrarnos. Digámoslo ya y clarito: todo nos la viene pelando. Así, al chile y sin anestesia. Va una muestra de nuestra grandeza. Contesten rápido a las preguntas clave:
- ¿Salimos airosos de la crisis petrolera de 1978 y las sucesivas? (¡¡sí!!)
- ¿Creamos un sistema duradero, con instituciones fuertes como para que las generaciones futuras dijeran “no está tan cabrón el panorama; tenemos un Estado eficaz, sólido, confiable”? (¡¡no!!)
De hecho, las acciones del actual gobierno ya casi terminan de inutilizar a las instituciones que empezaban a funcionar. Lo nuestro no es edificar, sino arreglar el desmadre que nuestra irresponsabilidad nos endilga con rigurosa regularidad porque, ya se dijo más arriba, todos nos quieren chingar y todo es culpa del periodo neoliberal (o los españoles, los gringos, la mala suerte, el tipo de cambio, las tormentas, nuestra infancia…).
Hoy, poco queda de aquellos chamacos que fuimos en la década de los setenta (bueno, queda Bob Dylan, quien en los setenta pasaba por su deplorable etapa cristiana y hoy nos ha entregado una rola que dura lo mismo que In a Gadda da Vida). Nosotros, los de entonces, hoy somos unas viejos panzones, calvos, ojerosos y con pocas ilusiones. Con cierta resignación vemos cómo se “ha desmantelado” el ominoso sistema neoliberal, tan corrupto y miserable, para sustituirlo por… por… por… pos ni idea.
No sabemos por cual sistema se sustituyó al conservador, pero mi nostálgico olfato percibe, en el actual, un tufo echeverrista y eso me da escalofrío… pero sólo a mí y a algunos de mi generación; tampoco se crea que alguna vez se ha dado la unidad revolucionaria en estos asuntos. El actual gobierno se parece mucho a la llamada “docena trágica” comandada por Luis Echeverría y José López Portillo. Las nuevas generaciones se preguntarán si esos tipos realmente existieron o son leyendas urbanas. Se los informo: existieron y tuvieron la capacidad sobrada para arruinar al país.
Si en los setenta el mismísimo Belcebú nos escrituró los veneros del petróleo (más arriba deslicé que había sido Dios, pero me informan que El Señor no se metió en ese asunto. Todo fue obra del mismísimo Satanás) en el 2020 no hay lugar a dudas: un manejo voluntarioso de la economía y una pandemia oportunamente anticipada en la inmarcesible obra de Nostradamus (ese señor vaticinó todo. Ya es hora de tomarlo en serio, carajo) nos llevará directo y sin escalas a lo que puede ser un escenario peor que el del periodo 1976-1994 con todo y el “error de diciembre”. Eso sí es algo serio.
Recapitulemos: con todo y las desgracias, en el periodo arriba señalado, no recuerdo escenas de desesperación extremas (como se empiezan a ver hoy). La cosa estaba del nabo, pero ahí la íbamos llevando con gallardía. La inflación llegó a ser de más del cien por ciento y ni así se nos quitaba la vocación por el chacoteo. Cuando se logró calmar ese monstruo porcentual y las cosas se estacionaron en un dígito de inflación (como hasta hoy) ocurrió un milagro… pero ese milagro lo tomamos como algo normal: el crédito empezó a fluir, los precios se quedaron sosiegos más tiempo y cada vez más mexicanos pudimos lograr los sueños de la clase de más arribita: el consumo.
Ese escenario tan promisorio fue presidido por una generación de cabrones rateros, inmorales e insensibles que lograron hartar al 97.789% de los mexicanos en general y un poco más de treinta millones de votantes en particular para cambiar la situación. Un cambio radical en materia de gobierno. En eso estamos y no sabemos qué pasará.
Yo no soy economista -seguro ya se percataron- pero con humildad les confío: creo que ya nada nos salvará de La Madre de Todas las Crisis. No importa que el coronavirus termine por alivianarse con México (estudios acreditados aseguran que el chile es un anticuerpo muy cañón; el covid19 no nos exterminará del todo). ¿Cómo se pondrá? Pues… más o menos como se puso a partir de 1978, cuando López Portillo se negó a bajar el precio del petróleo y confió en la morenita del Tepeyac para hacerle frente a la realidad. Como todos lo sabemos, la realidad -en vergonzante contubernio con los países de la OPEP- nos pasó a jorobar. Como suele hacerlo.
Dicen que el 70% de los mexicanos vive al día y no hay motivos para dudarlo. Con las redes sociales a todo lo que dan, los atracos serán algo cada vez más frecuente y orquestado. ¿Cómo decirle a ese porcentaje que se aliviane y aguante una semana más? Otra: la idea de dar créditos al mercado informal y a los changarros está bien pero ¿saben? sin un apoyo franco y decidido a las empresas medianas y grandotas las cosas se pondrán peores y no me imagino a Carlos Slim vendiendo la deliciosa sopa Sanborns (altamente recomendable) en un changarro afuera en una calle cercana al Zócalo.
Creo que es hora de dejar de lado los caprichos del aeropuerto y la refinería. Si algo ha mostrado esta crisis es que eso de extraer petróleo y refinarlo hasta convertirlo en gasolina es el negocio más pinche nefasto del mundo… pero a ver: háganle ver eso al presidente actual que también se apellida López. Hay que apoyar a las empresas. A nadie le conviene que los ricos de México se vayan con sus inversiones a otro lado. Buena parte del dinero que el gobierno tiene para gastar viene de los impuestos que esas empresas entregan. No se necesita ser economista para entenderlo.
Acceder a un crédito inmobiliario era (o es) más o menos sencillo hasta ahora. Pues bien, en breve eso será un bien escaso (y por lo tanto, caro). Van otros ejemplos: si algunos de quienes me leen tienen ahorros en pesos porque la economía está (o estaba) bien fuerte, la tasa de interés de referencia era de más del 7% hasta hace tres semanas y el dólar controladito en menos de veinte pesos… pues ya no es así. ¿Qué hacer? Bueno, una opción es comprar Centenarios aunque, en la compra de su primer moneda, pierda cuando menos el 20% de su inversión. Hoy, si usted quiere comprar uno, se lo dejan ir en 53 mil pesos… y si lo quiere vender se lo reciben en 42 mil. Una pérdida de ese tamaño, en tiempos de paz, se recupera en unos cinco años.
La otra es que no le alcance para ese tipo de proezas (es lo más seguro) y se resigne. En este tipo de crisis lo primero que vale chetos es el ahorro, pero como casi nadie puede ahorrar en México pues no hay tanto problema.
Mientras, el porcentaje mayoritario y menos favorecido económicamente sufrirá tal como la prescribe el manual para casos como el que viviremos a partir de unas semanas. Poco podrá hacer por ellos un gobierno quebrado y que da muestras documentadas de no saber de qué se trata este asunto del coronavirus y sus conjuntos.
Y bueno, la mayoría de seres humanos oriundos de este país nació cuando México estaba viviendo dos circunstancias: una estabilidad económica razonable… y una corrupción desatada. Hoy, las cosas no pintan nada bien. No hay confianza. Casi se ha concluido el plan maestro de división entre los mexicanos desde el púlpito mañanero del palacio y complementado eficazmente por quien quiera participar en las redes sociales.
Hoy tenemos una parte de la estructura económica funcionando bien (y heredada del nefasto neoliberalismo) pero se ha ido desmantelando. Ya saben: todo estaba permeado por la corrupción aunque casi nadie ha sido enjuiciado por esa corrupción. No se ha puesto en marcha un sustituto eficaz, operable, medible que sustituya al anterior. Algo se ha jodido de manera definitiva y es hora de hacer lo que nos sale perfectamente: sobreponernos a lo peor aunque nunca construyamos el andamiaje institucional que nos permita defendernos de iluminados, corruptos o pandemias.
Me pondré platónico: hoy estamos como los encadenados en la caverna del discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles (ver Google): estamos apanicados viendo las sombras que se proyectan en las paredes, imaginando escenarios a partir de siluetas difusas e intimidantes de “allá afuera”… y lo peor es que la mayoría de los encadenados de verdad cree que “los de allá afuera” saben de qué se trata y resolverán el problemón.
Y no. No saben.
Imagen superior: Flickr/Vrtiska
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