Aunque es más conocido por maquilar éxitos taquilleros en Estados Unidos a finales de los ochenta y principios de los noventa, el neerlandés Paul Verhoeven ha logrado lo mejor de su filmografía desde su regreso a Europa hace quince años. Recientemente Benedetta (2021), su segunda película en francés, que se estrenó en la pasada edición del Festival de Cannes, ha llamado la atención por su contenido, que para muchas personas resulta altamente controversial.
La cinta está basada en la figura de Benedetta Carlini, una monja italiana del siglo XVII, cuya vida fue registrada por la historiadora estadounidense Judith C. Brown en el libro Afectos vergonzosos. Sor Benedetta: entre santa y lesbiana, que en su momento fue editado en español por Crítica. Una serie de detallados informes eclesiásticos de la época permitió a Brown seguir muy de cerca los supuestos milagros de Benedetta, así como su escandalosa relación con otra monja al interior de un complejo conventual en la pequeña localidad de Pescia, cercana a Florencia.
Verhoeven ha señalado que el sexo es un tema importante para su filmografía, sobre todo después de que Bajos instintos (Basic instinct, 1992), resultara un éxito en los Estados Unidos. Desde hace varios años barajaba la posibilidad de acometer un proyecto sobre Juana de Arco o incluso una adaptación de El reino, novela de Emmanuel Carrère sobre los orígenes del cristianismo, por lo que resulta natural que se haya dejado seducir por la historia de una monja conocida por sus andanzas sexuales.
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Desde su llegada al convento, Benedetta descubre las restricciones del cuerpo y de la mente: “la inteligencia solo trae problemas”, le dicen. Pero con el pasar de los años, las emociones contenidas de la monja se traducen en delirios místicos, en visiones de un Jesús acorde a sus deseos y fantasías. La llegada de una bella novicia que no reprime sus impulsos sexuales, despierta en la protagonista sentimientos hasta entonces desconocidos que refuerzan la creencia de su singularidad religiosa, de su carácter de elegida, con dudosos estigmas incluidos.
Su deseo de notoriedad desata una lucha al interior del convento. La veterana abadesa que duda de las pretensiones místicas de su subordinada, debe enfrentarse a las autoridades masculinas que necesitan un milagro para recaudar más limosnas. La cuestión se dirime con el meteórico ascenso de Benedetta en la jerarquía conventual. Y justo aquí las cosas parecen salirse de control, no solo para la monja mística, sino para el propio Verhoeven.
El éxtasis religioso de la protagonista se confunde con el sexual. Su nueva posición le permite dar rienda suelta a sus tentaciones, exacerbadas por la peste que asola el norte italiano. Las cosas suceden demasiado rápido conforme nos acercamos a un desenlace caótico y caricaturesco. A lo largo de toda la película hay algo de absurdo y de irreal. El decorado de estudio y los cielos de un falso enrojecido, son comparsas de una serie de situaciones que no escapan del remolino creado por un personaje sediento de admiración y perseguido por la jerarquía masculina.
Quizás fue la escena en donde una figura de madera es utilizada para fines profanos lo que desató la ira de los grupos Tradición, familia y propiedad, que se manifestaron ante su estreno en la ciudad de Nueva York. Podrán decir lo que quieran, aunque no la hayan visto, pero exageran quienes la califican como una cinta totalmente transgresora. Al inclinarse hacia el plano sexual, Verhoeven pierde la oportunidad de indagar a fondo en el carácter oligárquico, manipulador y machista que aún hoy forma parte de la estructura de muchas instituciones religiosas. Es un tema que sugiere más profundidad y menos escándalo, pero no sería una película del cineasta neerlandés si no cruzara algunas líneas.