El falsificador (Der passfälscher, 2022) se suma a la larga lista de películas alemanas cuyas historias se desarrollan durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, se distingue por enfocarse en un personaje que no tiende al heroísmo ni a la abyección. Por el contrario, lleva a cabo sus actividades basándose en el más estricto pragmatismo. El cuarto largometraje de la actriz, guionista y directora germana Maggie Peren fue estrenado en gala especial durante la Berlinale y por estos días llega a la cartelera gracias a Nueva Era Films.
La cinta nos transporta a Berlín, en 1942. Ahí, el joven Cioma Schönhaus (el novel actor Louis Hofmann) de modestos orígenes judíos, ha sido obligado a dejar sus estudios de arte para trabajar en una fábrica de armamento. Todos los integrantes de su familia han sido deportados al este, donde morirán en los campos de concentración y sus bienes han sido requisados por el régimen. Ante su inminente captura, Cioma pasa a la clandestinidad y aprovecha su talento gráfico para falsificar pasaportes, con el riesgo de ser capturado por la temida Gestapo.
El guion de Maggie Peren está basado en las memorias noveladas de Samson “Cioma” Schönhaus, hijo de inmigrantes rusos que creció en el turbulento Berlín del periodo de entreguerras. En su libro, no exento de notas humorísticas, Cioma cuenta sus aventuras en la capital del Reich, así como su rocambolesca huida a Suiza en 1943, en donde terminó su formación como diseñador gráfico y vivió hasta su muerte en 2015. El texto está editado en español por Galaxia Gutenberg con el título El falsificador de pasaportes.
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De la producción de Maggie Peren no hay mucho que pueda conseguirse de este lado del Atlántico, si acaso la comedia romántica Un día para siempre (Hallo again, 2020), que falla al repetir la fórmula de personajes que están atrapados en un día de su vida, muy al estilo de Hechizo del tiempo (Groundhog day, 1993), aunque con mucho menos gracia. Si no me creen, pueden verla con la suscripción a Prime Video.
Por fortuna, en la cinta que nos ocupa la directora evita las soluciones fáciles y melodramáticas, en cambio, se esfuerza para igualar el tono de las memorias de Schönhaus, que tienen mucho de imprudencia y desparpajo juvenil, con un protagonista que trata de vivir un día a la vez. Es por ello que siempre vemos al personaje principal con una sonrisa de oreja a oreja, aunque todo a su alrededor se esté desmoronando.
El joven falsificador no desperdicia su talento ni su aspecto físico: un judío alto y rubio, que se aleja de los estúpidos ideales que promovía la propaganda nacionalsocialista y que le permitían pasar desapercibido en los tranvías, restaurantes e incluso en las fiestas para soldados que regresaban del frente. Y es que, en palabras del propio Schönhaus, un aspecto importante de la supervivencia es la capacidad de poder mimetizarse en el entorno enemigo. De tal manera que con un porte erguido, una voz marcial y un traje usado de la marina, se podían hacer maravillas en el Berlín de 1943.
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La cinta de Peren no solo logra retratar a un personaje creíble. También tiene el mérito de recrear un momento histórico en donde cundía el derrotismo, en donde jóvenes berlinesas se prostituían por cupones de racionamiento y en donde el ciudadano común hacía lo imposible por rapiñar cualquier cosa de los judíos deportados a los campos de concentración. Todo esto sucedía mientras el cabo de Bohemia llamaba a la guerra total, oculto tras enormes bloques de concreto. Por esto y más destaca la presencia de un joven falsificador, que logra con ánimo juvenil, algo de ingenio y no poca suerte, sobrevivir a una época en que el régimen nazi mataba más berlineses que los bombardeos aliados.