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El kit básico de la violencia

Por Raúl Mejía

Hace unos siete años, tomando un café con Arturo Honold, un amigo que no sólo es un lector aferrado sino además sophisticated, intercambiamos novelas de dos autores: yo le di una de David Lodge (Terapia) y él una de JM Coetzee (Desgracia).

Siete años después, la novela seguía en mi librero y me preguntaba por qué no llamaba a Arturo para devolverle su libro y recuperar el mío. ¿Motivos para no leer la novela del tal Coetzee? La portada. Me deprimía. Es la foto de un perro callejero, escuálido y sin amor. La imagen de la desgracia pues.

Hace una semana, revisé el archivo “libros prestados” y me puse a pensar en cuántos de esos volúmenes me dan ganas de recuperar. Ahí estaba Terapia. No es la mejor novela de Lodge pero es divertida y además -eso sí se lo agradezco- influyó en mi ánimo para emprender un viaje introspectivo/espiritual. Ese viaje tiene varias versiones (camino español, camino portugués, camino primitivo, camino jacobeo del Ebro). La que emprendimos con mis amiguitos es de 764 kms pero nosotros, modestos y prudentes, sólo recorrimos un poco más de doscientos en diez agotadores días.

“Ese libro sí pienso recuperarlo”, me dije y busqué el de Arturo. Lo abrí, empecé a leerlo y ¡zas! me atrapó. Suspendí las dos lecturas paralelas en proceso y le dediqué toda mi atención a Desgracia. Lo terminé en cinco sesiones. Por ahí me topaba con los subrayados realizados por el dueño de la novela y me pregunté si sería un abuso poner los míos. Al final lo decidí sin remilgos: ese libro no volvería a las manos de su legítimo dueño y el de David Lodge lo di por perdido. Listo.

Si Arturo Honold ve este texto ya lo sabe: puede dejarse mi libro; yo ya me quedé con el suyo.

UNO

Empecemos con mi rollo mareador sobre el libro de JM Coetzee.

Cuando lo terminé de leer me quedé quietecito, sin molestar a nadie y al final concluí que esa novela simplemente no es recomendable ni se puede regalar como muestra de cariño a alguien. Para esos desfiguros está Harry Potter. Es una novela intensa y paso a contarles un poco de la trama. Les podría contar todo con detalle y spoilers incluidos porque su relevancia no está en la secuencia de acontecimientos, sino en los detalles, en los famosos “entre líneas” o, para ser más sangrón, beyond the lines, metalenguaje puro. No no se asusten con esa palabreja mamona (metalenguaje). Dicho en otras palabras, su valor no está en lo que cuenta, sino en lo que uno tiene que develar. ¿Se oye mejor?

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El libro salió a la venta en 1999. Sudáfrica estaba gobernada por Nelson Mandela y el desmantelamiento de la cultura del apartheid vivía momentos álgidos. Sudáfrica se independizó de “la pérfida Albión” en 1961, pero la segregación siguió sin cambios por muchos años más. Chance siga de manera soterrada, como en todas partes.

La historia se lleva a cabo en Ciudad del Cabo (mundo urbano) y un pueblo sin chiste (mundo rural). El profe David Laurie anda saliendo con una alumna a la que le lleva más de tres décadas de edad. Eso no está bien. ¿Es una relación consensuada? Sí… pero no. ¿Hubo una violación? Sí… pero no.

Desgracia

Laurie acepta todos los cargos imputados, pide perdón y sólo faltó que se hincara gemebundo por algo de indulgencia, de piedad, pero no fue suficiente. Las autoridades de la universidad querían algo más que las palabras o la sinceridad del arrepentimiento. El profesor decide no seguir en esa tónica de humillación al que lo someten y acepta las consecuencias: pierde el trabajo, económicamente queda vulnerable y reflexiona sobre el asunto de Las Palabras (con mayúscula) y su escaso peso a la hora de exponer una verdad, su verdad o la verdad. Laurie piensa que el lenguaje está en crisis y no posibilita aproximarse a alguna verdad.

No sé si la intención de Coetzee… o mejor: la intención de Coetzee a través de un narrador equisciente (recomiendo buscar en Google que cosa significa ese palabreja) es dejar en el lector la duda: ¿de verdad fue una violación? Cada lector tendrá su punto de vista. Lo cierto es que a Lauire lo pusieron como lazo de cochino. Lo hicieron pedazos y luego pedacitos.

Con su vida hecha un desmadre mayúsculo, David decide lo que todos, en circunstancias adversas, decidimos: “empezar de nuevo”. Hace su maleta, llama a su hija Lucy a quien no ve desde hace mucho tiempo, le pide asilo, ella lo acepta y así llega a un pueblo muy alejado de Ciudad del Cabo. Lucy vive casi feliz inmersa en los usos y costumbres de esa comunidad en donde ella es una rareza tolerada de buena gana. Es simpática, empática, la quieren… pero es una mujer blanca en una comunidad negra. Así, la vida del papá y su hija va transcurriendo.

Poco tiempo después, de regreso a casa, ambos son atacados por tres tipos que les aplican el kit básico de la violencia tradicional: violan a la hija, le prenden fuego al profe, matan a los perros (menos a una linda perrita), se roban cuanto pueden y todo lo meten en la camioneta de David Laurie. Todo les tomó menos de una hora y a otra cosa: bye, aquí no pasó nada y saludos a la abuela.

O sea, dos violaciones. Una en un entorno urbano y otra en un entorno rural. En la primera nunca queda claro si hubo una violación. Aun así, David Laurie se declara culpable, pide perdón, pierde el trabajo, es excluido de la vida social, pero eso no fue suficiente. Querían más, pero ¿qué más?

Una mujer llamada Liliana Acosta escribió sobre el asunto y la cito: “Su confesión no es considerada aceptable. Llegado a este punto nos preguntamos, ¿qué quieren de él? No quieren palabras, quieren su corazón para abrirlo con bisturí. Las palabras no transmiten lo que guarda en lo más profundo, tampoco redimen al acusado, no le sirven para defenderse, a pesar de que con ellas intenta decir lo que -sus inquisidores- dicen querer escuchar. El lenguaje sería entonces insatisfactorio”

En la violación rural todo fue brutalmente claro, verificable, pero si en el medio urbano las palabras no podían decir, en la zona rural, menos. Lucy se niega a denunciar la violación. Su padre no entiende esa actitud e intenta que su hija denuncie a esos sujetos, pero ella se sume en el silencio. Van otras líneas de Liliana Acosta (al final les dejo el link por si quieren leer su texto completo): el silencio “es la opción de Lucy. Calla porque no encuentra el lenguaje adecuado para expresarse. La insensatez aparente de sus decisiones, su fe en un cambio radical que le exige inmolarse para renacer, no se pueden traducir en palabras. Por eso calla”.

A ver, pregúntoles: ¿no es (todavía) la opción a la que acuden miles de víctimas de una violación? Prefieren callar. ¿No son las autoridades una recua de bestias sin sensibilidad que sólo revictimizan a las víctimas? ¿Cuántos jueces venden las sentencias y se hacen millonarios con eso?

DOS (Y FINAL)

Me saldré por un minuto del tema de la novela para llamar la atención sobre un caso muy reciente. En estos días circula un video de una madre cuya hija de cuatro años fue abusada por un tío de más de cincuenta (les dejo el link para que se den cuenta de la magnitud del problema de las leyes en Sudáfrica y México).

La mamá dio TODAS las pruebas del delito cometido por el patán pero ¿qué creen? El pinche juez de mierda declaró inocente al tío porque nunca pudo probarse que los tocamientos a su sobrina se hayan llevado a cabo. ¿Saben por qué? Porque la niña (¡de cuatro años!) nunca pudo precisar el domicilio en donde fue abusada.

Así las cosas en México.

Así las cosas en una novela de Coetzee.

Última alusión a la reseña de Liliana Acosta: “Leyendo Desgracia uno recuerda que los cambios políticos no implican un nuevo orden en la práctica. Lo que cambia es el grupo que detenta el poder. El sistema se renueva, puede incluso limpiarse, pero en la vida diaria el hombre sigue defendiéndose como puede, sin importarle el dolor ajeno”.

Y sí. Ni cómo desmentirla.

La historia narrada en Desgracia aborda más asuntos: la vejez, la búsqueda de la ternura, la relación con los hijos e hijas. Para todos hay algo en esta historia.

  ¿La recomiendo?

Por supuesto que no.

Es cosa de ustedes si se deciden a leerla.

Yo la terminé porque no pude soltarla, empecé a subrayarla y decidí quedármela aunque mi libro de David Lodge no lo vuelva a ver (y también está subrayado, caray).

Aquí abajo van los links:

  1. Texto de Liliana: https://lilianacosta.com/desgracia/
  2. Video de la señora Victoria Figueiras narrando el abuso a su hija:

 

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