Por: Gonzalo Trinidad Valtierra
Con una narración simple e impecable, Gravedad (Gravity, Gran Bretaña-Estados Unidos, 2013), de Alfonso Cuarón, penetra en el alma humana y el impulso vital por sobrevivir. Quien no lucha, muere.
La película abre con una toma del planeta Tierra, específicamente México. El norte y el sur están invertidos. Así comienza una sucesión de hechos imprevistos que se irán acumulando hasta convertirse en una situación límite que recuerda aquellas historias de Jack London, en donde un hombre tiene que luchar contra la naturaleza en su forma más cruda por conservar su vida.
En esta ocasión las condiciones a las que se expone la tripulación de un transbordador son las del horroroso vacío del espacio. Pronto el filme se convierte en una caída que es, al mismo tiempo, subida. El efecto es impresionante, incluso sin asistir a una proyección con tecnología estereoscópica.
Las lecturas que se pueden hacer de Gravedad se acumulan con el pasar de los días. Y la película, sin duda, es una de las mejores historias del espacio. Porque a pesar de ser producto de la era digital, desborda vida. Los personajes no adolecen de una construcción ramplona, sus diálogos parecieran hacer eco en el espectador. Sus vidas correrían frente a nuestros ojos su tuviéramos tiempo de detenernos e imaginarlas. Pero la película transcurre con tal velocidad que no hay tiempo para detenerse a pensar cómo podría suceder algo así. Y ese es el punto. La vida da un giro inesperado en un instante, y al siguiente tienes que luchar por sobrevivir.
El espacio es el fondo en el que los diminutos astronautas se debaten con la muerte. Flotando como motas de polvo, junto a otra mota de polvo azul, la Tierra. El corazón de las tinieblas se ha expandido. Y en este momento recuerdo la obra de Joseph Conrad, cuando narra la selva inexpugnable como el corazón de la oscuridad, de lo innombrable, de esa noche que va reptando hasta llenar, ¿o vaciar?, el pecho de los hombres.
De Gravedad se ha dicho que es una obra de ciencia ficción. Lo es en el sentido de la ficción de las ideas. De imaginar las posibilidades en cómo se resuelve una caminata espacial de rutina. Llevando a una mujer a enfrentarse a las leyes ciegas y sordas del espacio.
Al caso recuerdo un cuento de Ray Bradbury en el que una tripulación será desperdigada en el espacio después de un accidente. Aun en sus últimos momentos, los hombres, que mantienen contacto por radio, no dejan de ser humanos. Unos a otros se reprochan; con palabras, se hieren. Son humanos. De una manera muy bien lograda, lo mismo ocurre en Gravedad. La diferencia es que cuando Bradbury escribió su cuento, el hombre estaba aún lejos de las estaciones espaciales. Todo aquello era todavía ficción. Hoy, algo que sucede en la película podría de hecho ocurrir en cualquier momento. En esa posibilidad se ancla la narración. A cualquiera lo recorre un escalofrío en la oscuridad de la sala al imaginarse dentro del traje.
Se ha hablado de la fotografía, impecable también. Una historia de ese calibre necesariamente requiere una fotografía que este a la altura para llevar a buen puerto la historia. Y del realismo, ni hablar. Ninguno de nosotros ha estado en el espacio, así que eso y la imaginación del director dan lo mismo. Su mayor mérito es lograr contar una historia que recordaremos.
Quizá a la única eternidad que podemos aspirar sea la de convertirnos en cadáveres congelados cortando el espacio y el tiempo, como cometas. Como la tripulación de la película.