Por Raúl Mejía
Se acabó el mundial. Un campeonato que marcará un antes y un después en esto de los torneos futboleros ecuménicos. A mí me gustó.
Como aficionado villamelón, al menos desde dos o tres mundiales venía cargando con la incómoda sensación de asistir a las pompas fúnebres de un cotejo cada vez menos atractivo dada la calidad e importancia de torneos de liga como el español, el inglés y de repente el alemán, espacios siderales donde gravitan astros como Messi, Ronaldo, Cavani, Ramos, Marcelo y nombres de esa calaña. Si a eso le agregamos la champions, la Eurocopa y otros cotejos de altísima calidad, el mundial cada vez se convertía en una reunión para cotizar ciertos activos en la bolsa de valores del balompié transnacional.
En otras palabras: la cita mundialista de cada cuatro años empezaba a ser algo de menor calidad que los torneos europeos en donde juegan los mejores cracks del orbe. A citas como las de Sudáfrica, Brasil y (un poco) Rusia, sólo los vestigios de nacionalismos guerreros le daban algo de oxígeno. El futbol hace rato dejó atrás el amor a la camiseta y se le es fiel a otros valores. La posibilidad de ver a Ronaldo como campeón en la oncena portuguesa era remota… pero lo podíamos ver en plenitud en el Real Madrid ¿para qué preocuparnos?
Este mundial vino a confirmarlo: ni Messi ni Ronaldo (por señalar dos soles a los cuales tenemos la fortuna de seguir cada semana) fueron lo que son en sus clubes porque, finalmente, ha quedado claro: el mundial de futbol es otra cosa y se ha convertido en un alarde de diseños estratégicos defensivos más cercanos a la ingeniería que al placer. A partir de Rusia, los países van a poner en práctica las “nuevas apps” defensivas y a conseguir el armado de equipos en donde las individualidades estarán al servicio de lo grupal. Los desplantes geniales serán bienvenidos, pero no se espera demasiado de esos superdotados que, para serlo, necesitan condiciones de presión y temperatura excepcionales.
Hablando en términos rockanroleros, la etapa histórica de los teloneros ha llegado. Es el momento de los señores Modric, Stones, Mbappe, Lukaku, Kompany… por supuesto, no estamos hablando de un tal Smith, González, Lee o Mejía -a quienes se les puede tutear. Esos sujetos -a quienes se les habla de “usted”- sin este nuevo tipo de campeonato mundial (y sin la pegajosa fama de apellidos como Neymar, por ejemplo) no hubieran dado pie a las fulguraciones que nos regalaron.
En Qatar, si el calor no termina fundiendo a la mayoría de las escuadras convirtiéndolas en oncenas desahuciadas y pidiendo agua cada diez minutos, veremos la puesta a punto de lo que hoy se mostró: será un campeonato de equipos o no será. Los genios brillarán en espacios controlados de ligas celestiales; los obreros calificados, en los mundiales.
De ahí que la naturaleza de entrenadores como Osorio (luego que se nos pase el coraje) no debe ser desdeñada. En el fucho actual ya no se trata de jugar (y menos jugar bonito) sino sólo de ganar y ese tipo de directores técnicos capaces de escanear tácticas y planes de guerra al detalle, será la norma en próximos cotejos. Me van a perdonar, pero bajo el panorama que groseramente expongo, sujetos como nuestro vernáculo Piojo Herrera no tiene lugar. Por cierto: me tiene todo intrigado qué hará Inglaterra con su banda de escuincles, de qué calado será la reforma alemana o la nueva España con su flamante entrenador.
Quedan cuatro años para cultivar a nuevos valores y exportarlos a Europa. Ojalá y les alcance para ser titulares en los torneos al otro lado del mundo y que en Qatar tengan a un entrenador tipo Osorio (en serio; dejémonos de enojos. Dije “tipo Osorio”). Si México pudo desplegar un “futbol mexicano” en 45 minutos contra Alemania y otros 45 contra Brasil, creo ya vamos por buen camino.
En la final de hoy vi a dos formas diferentes de vivir el futbol y dos esquemas diferentes de asumirse como futbolistas. Las sorpresas dejan de serlo a partir del sexto partido. Croacia es un corazón enorme, pero Francia es la fría eficacia. “Bisnes are bisnes”.
Si queremos despliegues de garra, entrega, sacrificio, pundonor, vergüenza y honor, hay que acudir a las segundas o terceras divisiones profesionales o a la liga municipal de nuestra localidad. El futbol actual, al que accedemos como babeantes admiradores de cabroncitos más interesados en su cuenta de banco que en divertirse como niños (tal vez sólo Messi lo haga, pero ese chamaco no es “normal”), ese futbol -les comento- ya no vende, se cotiza a la baja. Entre más pronto lo asumamos, más pronto llegaremos al quinto partido.
De eso se trata.
Foto superior: Mike Hewitt – FIFA/Getty Images