J.G. Ballard fue un escritor inglés reconocido principalmente por sus obras de ciencia ficción. Parte de su bibliografía ya ha sido llevada a la pantalla: El imperio del sol (Empire of the sun, 1987), dirigida por Steven Spielberg, probablemente sea la adaptación más popular de alguna de sus obras, aunque la estupenda Crash (1996), dirigida por David Cronenberg, sea la preferida entre los amantes del cine de culto.
Con el reciente estreno de El rascacielos (High-Rise, 2015), la obra del escritor británico vuelve a las salas de cine. Es el quinto largometraje, primero con un presupuesto importante, que dirige el cineasta inglés Ben Wheatley, quien cuenta con una filmografía corta pero interesante. La cinta inició su recorrido festivalero en San Sebastián, en donde formó parte de la selección oficial, también pudo verse hace unos meses en el Festival de Cine de Morelia y recién se estrena en los circuitos de arte del país.
El guion, que no fue escrito por Wheatley como lo había hecho en sus filmes anteriores, se basa en la novela de J.G. Ballard, publicada por primera vez a mediados de los años setenta, mientras que en español está editada por Minotauro, con el sencillo título de Rascacielos. Aunque no se menciona abiertamente, muchos datos sugieren que la historia está ambientada en un imaginario Londres de finales de los años setenta, cuando se produjo el ascenso de Margaret Thatcher al poder. En ese momento, el doctor Laing se integra como inquilino a un enorme edificio de departamentos, en el cual predomina la estratificación social como norma. Las constantes tensiones entre los distintos grupos que habitan el rascacielos desembocarán en una serie de violentos enfrentamientos que pondrán en evidencia la falsa sensación de armonía que aparentan los habitantes de la inacabada construcción.
Y es justamente el diseño de producción uno de los aciertos del filme. El rascacielos forma parte de un enorme complejo de edificios, que visto a la distancia, sugiere la forma de una mano, en cuya palma persiste inconcluso una especie de lago artificial, seco y vacío como las mentes de los inquilinos. La cuidadosa selección de muebles y vestuario nos permite ubicar fácilmente a los peculiares personajes en ese mundo antes de la era de las computadoras personales y el internet.
Cada una de las clases sociales está representada por un personaje que no se anda con sutilezas: el arquitecto Royal (cuyo nombre es elocuente), se muestra frío e indolente en sus enormes habitaciones de los pisos superiores, mientras Wilder, es un periodista que encabeza enardecidas reyertas en las primeras plantas del edificio. En tanto que el protagonista, el doctor Laing, intenta hacerse amigo de todos y de ninguno, antes de verse él mismo inmerso en el caos y la barbarie.
Aunque el reparto es interesante, sobresale por mucho la figura de Tom Hiddleston, cuya sola presencia y el hecho de que la película está basada en el trabajo de un escritor reconocido, han servido de asideros a los productores para darle un impulso a una película que debido a su temática y ejecución sería difícil de comercializar. En ese sentido, es posible que el espectador más sensible se sienta agredido por las imágenes que exhibe o sugiere en algunos momentos, incluso puede perderse ante su caos narrativo.
El rascacielos es por momentos una adaptación puntual de la obra de Ballard, pero en buena parte del metraje aparenta darle más importancia a la forma que al fondo. Aunque es visualmente impactante y arriesgada, la película de Wheatley no tiene la suficiente cohesión para mantener la atención del espectador menos paciente, por si fuera poco, pasando la primera hora empieza a caer en una espiral monótona y ostentosa que probablemente solo disfrutarán los más asiduos de la obra del escritor inglés.