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El silencio de la princesa

Diana Mariscal, actriz algo posterior a la Época de Oro, que compartió escenario con César Costa, Angélica María y Enrique Guzmán, participó con Jodorowsky en su debut, fue musa del mítico director de teatro Juan José Gurrola y de pronto se esfumó en el anonimato, de su calvario trata El silencio de la princesa.

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Por Omar Arriaga Garcés

Cuenta Manuel Cañibe, realizador de este documental con apoyo de Foprocine, que hace más de 20 años fue a Zacualpan de Amilpas, Morelos, a «veranear» con un amigo cuando vio caminar por la calle a una mujer vestida elegantemente y que parecía un personaje caracterizado con lentes y sombrilla, la cual llamó su atención de inmediato, como había llamado la atención de la gente de la comunidad.

En aquel tiempo, Cañibe no sabía nada de Diana Mariscal ni había estudiado cine, pero una vez que egresó del Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC) de la UNAM la casualidad quiso que una persona cercana a él fuera amiga del hermano de la que supo había sido cantante y actriz, y cuya figura llamó poderosamente las miradas del medio artístico de mediados de siglo XX en México.

El México de los años 50 y 60 estaba en plena ebullición, y Diana Mariscal más que nadie había encarnado los cambios que en el arte y el espectáculo se habían registrado. Partícipe de la primera ola del rock mexicano, compartió espacio en los recintos y en las planas de los periódicos junto a César Costa, Enrique Guzmán, Johnnie y Ella Laboriel, así como con Angélica María.

No obstante, Diana Mariscal poseía una personalidad magnética que ni siquiera Angélica María, con toda la fama que llegaría a alcanzar, había tenido; en parte por su imagen infantil y el hecho de pintarse el cabello de blanco, lo que aunado a su carisma y misterio la convertían en una figura insólita, de fantasmagoría, una especie de aparición, «un ángel caído, fuera del tiempo».

Desde su niñez, Diana había destacado de entre todos y su casa paterna era como un reino escondido en la calle de Colima, de la Ciudad de México, donde se daban cita los directores y artistas de la época, un reino donde sus padres eran reyes y ella la princesa.

Una enfermedad tuvo postrada a la pequeña y las secuelas hicieron que desarrollara una afección nerviosa, que no se manifestaría sino hasta que la actriz y cantante era ya una reconocida figura del medio artístico nacional, y que compartió pantalla con Germán Valdés «Tin Tan», por ejemplo.

Protagonizar Fando y Lis, la primera película de Alejandro Jodorowsky no haría sino agravar la esquizofrenia de Diana, debido al trato que el chileno daba a sus actores, lo que la sumiría aun más en la fantasía de un mundo que no respondía a la lógica de la realidad.

Diversidad de voces cercanas a Diana Mariscal, tanto familiares como actores y cantantes hablan en El silencio de la princesa del talento y las peripecias de quien fuera centro gravitacional para Juan José Gurrola en obras teatrales como Tema y variación en tres actos y Descenso del país de la noche, con quien acto seguido contraería matrimonio.

Un rompecabezas, como lo llama Manuel Cañibe, en busca de Diana Mariscal, con quien tuvo el placer de platicar en persona en Zacualpan de Amilpas, pero cuyo registro audiovisual no pudo usar en la película a causa de «candados en el rodaje»; una pieza más al rompecabezas de un amplio periodo creativo en la historia de México, que permite vislumbrar el panorama nacional con matices más profundos.

Una cinta indispensable por donde se la mire, con un trabajo de documentación impecable sobre la vida de una mujer tan seductora como indomeñable, un espíritu libre olvidado injustamente cuyo periplo competirá con La danza del hipocampo, de Gabriela Domínguez, por el premio a Mejor Documental Mexicano en el Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM).

El silencio de la princesa pasa este viernes 24 de octubre en función gratuita en la Casa Natal de Morelia a las 18:00 horas.

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