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El sonido del metal: el disfrute del silencio

El sonido del metal

Los sonidos de las ciudades son el reflejo de la actividad humana: el murmullo de las muchedumbres y el ruido del tránsito vehicular, se combinan con la vacuidad de los anuncios publicitarios y la propaganda electoral. Resulta cada vez más difícil encontrar remansos, espacios silenciosos inmunes al estruendo. ¿Pero qué sucede cuándo el silencio llega sin pedirlo?

El sonido del metal (Sound of metal, 2019) es el largometraje debut de Darius Marder. Justamente se centra en un músico que pierde repentinamente la audición. Una clara ironía, muy obvia incluso, pero que no se queda en la anécdota y recorre otros aspectos del personaje, como sus relaciones personales y comunitarias. Pero sobre todo, la apreciación que tiene de su propia persona.

El punto de partida de la película fue una producción cancelada. Después de terminar Triste San Valentín (Blue Valentine, 2010), el director Derek Cianfrance se enfrascó en un proyecto basado en los integrantes de la banda de sludge metal Jucifer, el cual finalmente no prosperó. Tiempo después, Darius Marder, coguionista de su siguiente largometraje, Cruce de caminos (The place beyond the pines, 2012), retomó la idea para desarrollar un guion que recuperó algunos elementos característicos de la banda, como su apariencia y su persistente nomadismo.

Lou y Ruben comparten su amor por la música y un estilo de vida alternativo. Habitan una casa rodante y viven de los conciertos que dan a lo largo y ancho de Estados Unidos. Las cosas parecen marchar bien hasta que una mañana Ruben descubre que está perdiendo la audición. Una visita al médico lo confirma. El hecho provoca una escisión en la pareja: Ruben, en contra de su voluntad se interna en una comunidad de personas sordas, mientras que Lou se traslada a París, con su padre.

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Lo siguiente es el proceso de adaptación de Ruben: las visitas a la escuela, donde aprende el lenguaje de señas y también a serenarse, “simplemente estar sentado”, como pide su tutor. La tarea no es sencilla, él es un hombre de acción, sigue a hurtadillas los pasos de su novia en internet y vende todas sus posesiones para obtener un implante cloquear, como si su vida solo estuviera en un paréntesis y su condición auditiva fuera transitoria.

Aunque distintos detalles lo sugieren, es muy avanzado el filme cuando nos damos cuenta de las abismales diferencias entre Ruben y Lou. La escena del reencuentro es incómoda y exhibe una relación mutuamente dañina. La chica mimada que tiene una relación tirante con su padre, no puede contener los rasguños que antes adornaban sus brazos, algo que advierte y acepta el baterista de origen humilde y nómada por naturaleza.

La cámara, siempre en planos medios, sigue todo el tiempo al protagonista, pero en ningún momento nos ofrece su punto de vista hasta que llegamos al plano final. Es un largo camino el del personaje, la narrativa tiende un arco desde la escena inicial con el golpeteo de platillos de batería hasta el tañido de una campana, el último sonido que escuchamos en una plaza de París. Ambos sonidos de metales son la apertura y el cierre de este viaje que tiene algo de budista en su contemplación y nos conduce hacia el disfrute del silencio.

 

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