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El traidor, crónica de una presentación

El traidor

Por Iván Farías

La cita fue en la Biblioteca Vasconcelos, a las 6:30 de la tarde. Veinte minutos antes de la hora las sillas dispuestas para los invitados ya estaban llenas. Eran cerca de 120 o 140 lugares en aquel enorme sitio, justo debajo del esqueleto de una ballena que mandó poner Gabriel Orozco como pieza para adornar el lugar. Alrededor de ellas se comenzó a arremolinar la gente que había llegado puntual, pero que ya no había alcanzado silla. Al fondo, frente a una escalera habían dispuesto el presidum, muy elegante, con alfombra, sillas acolchonadas y un display en negro con el nombre de Anabel Hernández, portada y el título del libro: El traidor.

La portada es horrible, pero se entiende la razón de que sea esa y no otra. Es un autorretrato que el propio “Vicentillo” se hizo en prisión cuando lo atraparon en Estados Unidos. Se le ve vestido como un payaso, con el traje naranja de reo peligroso, un gorro del mismo color y una lágrima negra, que en la clave de las maras significa que has matado a alguien.

Anabel está ahí, vestida de negro, con un saco gris oscuro. Se veía relajada, a diferencia de las decenas de entrevistas que da siempre donde suele lucir agitada o inquieta. Su vida no ha sido fácil, está bajo amenaza de muerte, razón por lo cual vive constantemente con custodia del gobierno.

Horas antes le pregunté a Andrés Ramírez, el editor en jefe de Random House, si ella asistiría. Me dijo, relajado como es: claro. Me pareció valiente que fuera ahí, un sitio que francamente es un buen lugar para montar un atentado. El 21 de diciembre de 2013 un grupo armado entró a la privada donde vivía en San Juan Totoltepec, Estado de México. Ella, por suerte, no estaba, así que no le hicieron nada. Sin embargo sus vecinos y uno de sus custodios, a quien secuestraron para luego soltar en la carretera, sufrieron la violencia de estos tipos.

En el presidium están dos periodistas especializados en narcotráfico. Francisco Cuamea, sinaloense, y Ernesto Ledesma, también con acento norteño. Cuamea tiene el desenfado de todo mazatleco y su chispa. Durante más de 15 años ha trabajado en el periódico Noroeste, en donde ha ocupado los cargos de reportero, editor, jefe de información y actualmente subdirector.

Cuando toma la palabra cuenta cómo conoció a la periodista y como buen mazatleco, ahonda en detalles graciosos sobre la relación de su padre con la familia de Fernando Glaxiola, abogado de los Zambada (“mi padre era ciclista”), como los narcos verdaderos no andan de sombrero y botas, sino de traje y son hombres “respetables”, empresarios, funcionarios. “El narcotráfico es una empresa y los narcos solo son mayoristas”.

En ese momento me doy cuenta de la cantidad de seguridad que hay. Yo estoy de pie del lado derecho del presidum, a unos metros de la zona acordonada. Frente a mí hay un custodio con la pistola abultándole la cintura por la espalda. A mi costado, hay dos policías vestidos de civil, sus cortes a rape y las pistolas escondidas bajo sus chamarras de cuero los delatan. Uno de ellos es un tipo corpulento con la cara cuadrada y el cejo fruncido, que pese a eso bromea todo el tiempo con su compañero, este más bajito y al cual no le pude ver la cara porque todo el tiempo veía hacia la entrada.

El traidor
Anabel Hernández, presentando El Traidor con Aristegui

Desperdigados en varios puntos está la seguridad propia de la biblioteca y varios policías de la policía auxiliar con sus chalecos antibalas pegados al cuerpo. Cuando veo hacia arriba también hay policías desperdigados en varios lados, amén de los visitantes comunes del lugar.

Los servicios a partir del presidum están cancelados. Nadie puede pasar a partir de ese punto. La seguridad compacta a los visitantes en pelotones cercanos a las sillas; estos se dejan conducir sin problemas.

Luego de Cuamea le sigue al micrófono Ernesto Ledesma. Este es más formal, va de traje y preparó un texto que trae impreso en letras grandes. Lo puedo ver desde mi sitio. Ledesma es director de Rompeviento TV, un portal de noticias que cada vez gana más credibilidad. Su intervención completa puede leerse aquí.

Para ese momento el tiempo se ha extendió bastante; son casi las 7:30. Anabel toma la palabra y se oye emocionada. Nos cuenta la historia que ha tenido que repetir en decenas de entrevistas en igual número de diarios: luego de una entrevista en Estados Unidos la contactó el abogado de los Zambada, Fernando Glaxiola. Este quería entrevistarse con ella y darle información privilegiada sobre el narcotráfico en México. Ese fue el inicio de ese libro de más 350 páginas que ha vendido miles de ejemplares en todo el país. En todas las librerías ha sido número uno desde que apareció y la cantidad de gente que está reunida ahí es prueba de su éxito.

Por sus páginas pasan empresarios relacionados con el huevo, el atún, con aerolíneas, funcionarios mayores y menores, policías y claro los traficantes sinaloenses. “Es gente que ya es rica, pero no se sacian, siempre quieren más”, dice Anabel de los empresarios. El policía de cara dura le dice a su compañero: Así eres tú, insaciable. Y suelta una risotada sordeada por sus manos, que se llevaba a la boca para que no lleguen al público. Luego, le sigue diciendo algo que también le provoca risa.

En ese momento, de un lugar donde no debería haber nadie sale un tipo moreno, en pants, que se detiene a unos tres metros de donde habla la periodista y pone su mochila en el suelo. Parece buscar algo que hace que todos los de seguridad se dirijan hacia él. El policía risueño manda a un auxiliar a ver qué está haciendo. El custodio frente a mí se voltea hacia él y se pone en un estado de alerta total. Tengo ganas de dar dos pasos hacia atrás cuando el tipo saca un sombrero y se lo pone. El auxiliar le dice que no puede estar ahí y lo escolta hacia la salida.

Anabel Hernández nos cuenta que vivir junto a ella es peligroso. Dice en tono de broma que pese a que está su mamá, algunos más de su familia y amigos, nadie quiso compartir con ella el auto hasta la biblioteca. Entonces la imagino la soledad por la que está pasando. “Pero ahora me siento acompañada por todos ustedes”, dice. “Me los voy a llevar hasta la cloaca, para que me acompañen porque esto lo tenemos que hacer juntos”.

Antes de que acabe, la seguridad dice en voz alta que la firma de libros se hará de forma organizada, dan las instrucciones y la gente obedece. Pronto una fila de más de cien personas está en formación. Anabel saluda algunos amigos, a gente de la editorial. Me acerco a unos pasos de ella, se ve radiante y alegre. El custodio bajito está siempre a su lado, como una especie de fantasma. Si no lo hubiera ubicado antes no sabría que él la protege. Pronto ella se sienta y comienza la ronda de firmas. La otra parte del público abandona el sitio.

Un amigo le dice “seguro ahora vas a descansar” y ella responde, “no, ya estoy escribiendo otro libro”. Supongo que ya se hizo adicta a la verdad y al vértigo.

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