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Ema: retrato de una mujer incendiaria

Ema

Ya había dado mucho de que hablar desde de su estreno en la pasada edición del Festival de Venecia. Mientras algunos la acusaron de dispersa, otros alabaron su impresionante despliegue visual y el gran desempeño de la actriz Mariana Di Girolamo. Ahora, Ema (2019), lo más reciente del chileno Pablo Larraín, llega a la cartelera local justo en el momento en que existe la posibilidad de que se cierren temporalmente las salas de cine.

El guion es firmado por Guillermo Calderón, un colaborador habitual de Larraín y el también cineasta Alejandro Moreno. Sigue los pasos de Ema, una joven bailarina que acaba de devolver a un niño adoptado después de que éste lleva demasiado lejos sus instintos pirómanos. Hostigada en su trabajo y oprimida por su pareja, un coreógrafo veinte años mayor que ella, Ema decide liberarse mediante una peculiar campaña que incluye recuperar al hijo perdido, bailar los ritmos que a ella le apetecen y al mismo tiempo reorganizar el mundo que gira a su alrededor.

La película parece partir de dos premisas distintas. Por un lado, está el tema de las adopciones que no resultan bien. Los factores son complejos y variados, pero en este caso Ema y Gastón (Gael García Bernal), no son lo suficientemente maduros para llevar la crianza de un menor. Ella le transmite al menor su amor por el fuego y él se intuye indiferente. Ema ha reprimido su deseo de ser madre y Gastón es estéril. Ambos funcionan a diferentes niveles y el fracaso de la adopción parece indicar un fracaso de la pareja.

El otro punto de partida es el baile, punto nodal de discordancia para la pareja. El ánimo controlador del coreógrafo mayor y academicista choca contra el muro que impone la juventud y el instinto de la protagonista femenina. Es por ello que el enardecido discurso de Gastón contra el reguetón se traduce como una queja no contra el ritmo, sino contra la libertad de Ema.

El baile callejero es para la joven su medio de expresión. Ya sea en canchas públicas o sobre la mesa de una abogada, el baile es libertad y seducción. Ema se sabe atractiva y sabe que los movimientos de su cuerpo son también una herramienta para lograr lo que parece una obviedad: recuperar al hijo perdido, que para estas alturas ya ha encontrado una nueva familia adoptiva. Pero la película nos guarda algunas sorpresas y el comportamiento aparentemente caótico e individualista de la protagonista se revela al final como una mente organizada que se preocupa por el bienestar de quienes le rodean.

El escenario es la ciudad costera de Valparaíso, un personaje más de la película. Con sus calles empinadas, coloridas y brillantes, es toda una novedad en la filmografía de Pablo Larraín. La cinta abre en sus calles, con la imagen de un semáforo en llamas, la cámara se mueve y nos muestra a Ema, cargando un lanzallamas. A lo largo del metraje, el ánimo de la joven incendiaria pasa por autos, juegos infantiles y hasta bustos de personajes históricos. Un tanto curioso, si tomamos en cuenta que en el pasado reciente la ciudad de Valparaíso ha sido pasto del fuego en varias ocasiones.

No solo son objetos los que se consumen con el fuego sino también la moral de una sociedad caduca. La generación a la que Ema pertenece, se mueve en parámetros distintos. Conceptos como la familia y la maternidad se abordan de una manera más acorde a los tiempos que se viven. La película no juzga esta nueva manera de ver las cosas, en cambio, parece decirnos que no es mejor ni peor, solo es diferente.

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