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En La Llamada, de Leila Guerriero, yo le creo a Silvia Labayru

Paso a platicarles algunas cosas que pasaron por mi cabeza cuando estaba leyendo un libro de Leila Guerriero. Acomódense porque ahí les voy.

A esa chica, Leila, la conocía poco y por sus artículos publicados en diarios españoles. ¿Qué puedo decir? Sólo eso: me gustaban sus textos. Es fue hace un par de años, cuando su nombre empezó a llegarme mayor frecuencia y, casi al mismo tiempo, algunos amigos lectores se expresaban elogiosamente de su escritura. Uno de ellos incluso me pidió le consiguiera uno de sus libros a través de Amazon porque no había en existencia en las librerías de por aquí. Esa permanente referencia a la calidad de Leila se hizo “ominosa” cuando sacó su más reciente libro: La llamada. Un retrato.

Lo que van a leer, si terminan por animarse a hacerlo, es el esquema más a mano para establecer una conversación entre los eventuales lectores y un tipo (yo) a quien le gusta leer y chismear sobre algunas de sus lecturas. Despreocúpense: nada de lo expuesto está en el tono de un experto, de un crítico profesional o de alguien que “tiene la razón” (guácala). La verdad es sencilla: escribo de los libros que me han gustado y andar desanimando a alguien a leer (lo que quieran leer) no está en mi lista de intereses.

Empiezo pues.

Para contextualizar, primero van unas citas que leí en el artículo de un tipo que se llama Christopher Domínguez y me cae muy bien. Nunca me quedó claro quién era el autor y tampoco es una cita como para quedarse pasmados. De hecho, casi cualquiera pudo decirla, pero yo me la topé en ese texto de Christopher y por eso le pondré comillas. Va: “Lo más cercano a lo real, es lo que debió ser”.

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Se oye bien.

Se parece a esta: “el amor es eterno mientras dura” o “lo que no fue, no será”.

Eso me da pretexto para usar el título de una novela de Daniel Sada que se llama Porque parece mentira, la verdad nunca se sabe. Así, entre esas dos sentencias (“lo más cercano a lo real, es lo que debió ser” y la de Sada) podemos ubicar la historia que desarrolla Leila Guerriero en La llamada. Un retrato.

De una vez se los digo: no es una novela, pero sin problema pasa por semblanza, por reportaje, crónica, testimonio y, para decirlo rápidamente, es literatura monda y lironda.

¿Ustedes sabían de la existencia de Silvia Lebayru? Pues estamos en las mismas. Yo tampoco, pero luego de que se pongan a leer La llamada hasta se meterán en dilemas morales bien cañones o, ya que estamos entrecomillando todo, se quedarán como el narrador de una novela de Javier Marías: “no quería saber, pero he sabido”.

Así. Ni más ni menos.

Mi vida, por ejemplo, transcurría tranquila y sin molestar a nadie, pero leí La llamada y ahora sé demasiado de ella.

¿De qué va?

Es el intento de Leila por sitiar y situar a Silvia Lebayru, una mujer que fue secuestrada por la Junta Militar en los meses posteriores a que Jorge Rafael Videla se hiciera del poder en Argentina y empezara una etapa siniestra en ese país.

En su búsqueda, afán, compromiso o vocación por sitiar y situar hasta donde sea posible lo que realmente pasó antes, durante y después del secuestro, Leila nos abruma de manera tal que muchos terminamos agradeciéndoselo. Leila, por si estaban con el canijo pendiente, es de las más conspicuas representantes del periodismo narrativo o literario -o como se le quiera llamar a ese intento de aprehender a la persona, al personaje y a las circunstancias.

Le dejo la palabra a Guerriero para no equivocarme: el periodismo narrativo es “un oficio modesto, hecho por seres lo suficientemente humildes como para saber que nunca podrán entender el mundo, lo suficientemente tozudos como para insistir en sus intentos y lo suficientemente soberbios como para que esos intentos les interesarán a todos”.

Para intentar acercarse a “la verdad”, desde la perspectiva periodística, los osados escribidores han de ser fieles a los hechos: no decir algo que no esté rigurosamente documentado. No es fácil lograrlo. Tal vez por eso, el devenir de la escritura de esos contadores de historias verificadas, documentadas y cotejadas le dio cauce a una herramienta facilitadora con resultados altamente satisfactorios: el periodismo narrativo, literario, la non fiction o como se le quiera llamar.

Ese tipo de periodismo (algunos le llaman “nuevo periodismo”) inicia en el siglo XIX pero no nos meteremos a eso. Mencionaré, eso sí, a uno de los más importantes representantes de esa nueva forma de escribir, de hacer periodismo en el siglo XX: Tom Wolfe. Ese chamaco le dio vuelo a la literatura permeada por el periodismo (o viceversa) y se hizo popular -él y su forma de escribir.

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Pocos serán quienes nieguen el papel fundamental de Truman Capote en este guiso del periodismo narrativo, literario o como se quiera llamar. Su novela A sangre fría marcó un antes y un después. No haremos los clásicos deslindes. Si el tema les interesa y no andan para profundidades, sumérjanse un rato en Google y pásenla chido con la información.

Pero bueno, volvamos a La llamada. Es una historia que va de una muchacha de veinte años, de clase alta, bellísima y miembra de la organización guerrillera peronista conocida como Montoneros. Esta joven mujer es secuestrada por los militares el 29 de diciembre de 1976, la llevan a la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), un siniestro lugar por donde pasaron más de cinco mil personas y sólo sobrevivieron alrededor de doscientas. Su nombre: Silvia Labayru.

Es hija de un militar conocido, es torturada, está embarazada de cinco meses y cuando lleva ocho en ese estado, ocurre algo excepcional: los “milicos” hacen una llamada al papá de Silvia (marzo de 1977), le informan que su hija está viva (el padre estaba seguro de que la habían matado), que un bebé está por nacer y se lo van a entregar apenas nazca (al final no era El bebé, sino La bebé).

Como casi todos recordarán, los recién nacidos en ese lugar eran robados y entregados a otras familias, casi siempre de militares. La bebé de Silvia nació en abril de 1977 y en junio de 1978 es liberada, se exilia en España… y ahí empieza lo malo: creyó que la recepción que se le venía en ese país, por parte de los exiliados argentinos, sería amable, solidaria y fraterna, pero fue todo lo contrario (al menos con ella). Llegó a Madrid y se encontró con el repudio de todos porque, si la Silvia había sobrevivido en su paso por la ESMA, seguro lo hizo delatando a algunos de sus compañeros. ¿O no?

De eso va la historia.

Yo no tenía idea, les repito, de quien era esa tal Silvia Labayru y Leila tampoco.

Todo empezó cuando un amigo de la periodista, Danny Yako, le mostró una entrevista de Silvia publicada en el diario Página 12 en abril de 2021. Silvia era una de las tres denunciantes en el primer juicio por los crímenes de violencia sexual contra víctimas secuestradas en la ESMA.  Nunca antes había hablado de su experiencia y era la primera noticia que Leila tenía de ella.

La autora de La llamada se interesa en el caso, acuerdan conocerse, se caen bien y se pone a entrevistar, investigar, documentar todo lo referente a Silvia Labayru (todo) con tal de acercarse a lo que pasó realmente en esa historia dramática, trágica, terrible. Nada de lo expuesto por la autora carece de sustento y ese libro se convierte en un maratón en el cual se han inscrito profesionales y aficionados (mi plumaje es de estos últimos) y confieso que en varios tramos me dieron ganas de salirme de la carrera.

Todo lo contado es corroborado, contrastado, matizado, puntualizado (para bien y para mal) con el entorno social que tuvo relación con Silvia: compañeros de la causa montonera, amigos de la infancia (y otros no tan amigos), juventud, madurez, tercera edad, personas que la aprecian y critican o sólo la comprenden o sólo prefieren no entrar en detalles o sólo dicen lo mínimo o mejor dicen todo lo que se han callado. Esposos, amantes, familia, hijos e hijas, conocidos. Todo lo que se llama todo, lo coteja la autora. A veces el personaje/persona Silvia sale bien en el cruce de información, otras no. Esa mujer es de verdad “una amenaza pública”, una periodista excepcional.

Lo que sigue lo dijo Leila en un podcast del diario El País. Lo parafraseo y si les interesa, les pasó el link por Inbox o Whatsapp. Nomás expresen que lo quieren en el cajón de comentarios:

Lo que yo hago es periodismo. Literatura de no ficción. Empecé con cuentitos, pero en los noventa dejé esa pulsión. Me gusta escribir, y todo ese trabajo de orfebrería con el lenguaje, esa cosa tan artesanal de estar buscando el adjetivo justo, de preocuparte por las preposiciones, que no se repitan diez veces las palabras “con”, “qué” en un mismo párrafo… eso me parece parte del trabajo que hay que hacer. En este oficio, me parece que la estética es una ética.

No da lo mismo contar una historia terrible con una prosa desvaída que contarla con un peso y contundencia de tal forma que quien la lee comprenda el peso de lo terrible que tiene esa historia. Lo “otro”, es redactar y es lo mismo que NO contar. Por eso digo que, para mí, la estética es una ética. Si vos querés que la historia llegue, tenés que preocuparte por la estética. Eso es escribir.

Ni cómo desmentirla.

El libro, pues, es un esfuerzo por develar las circunstancias que se activan para que algo haya ocurrido como ocurrió. Esa frase se repite muchas veces en todo el libro y con leves matices: “A lo largo del tiempo -días, semanas, meses- nos dedicamos a reconstruir las cosas que pasaron y las cosas que tuvieron que pasar para que esas cosas pasaran, y las cosas que dejaron de pasar porque pasaron esas cosas. Me pregunto cómo queda ella cuando el ruido de la conversación se acaba”.

La lectura de La llamada me metió en una serie de reflexiones sobre el papel definitivo que uno juega en una circunstancia extrema (no me juzguen sin primero leer el libro, por piedad). Obvio, hay docenas de matices para definir eso de “circunstancia extrema” y el de esta mujer (Silvia Labayru) es lo los más fuertes porque -lo diré desde la impune libertad que tenemos como lectores- si ella tuvo algún rol (indirecto y no consciente… si eso es posible) en la suerte de algún compañero de lucha, yo lo entiendo y no lo juzgo.

 (¡Puñeta! ¡Qué complicada situación!).

Pienso en el rol que jugaban los judíos que “colaboraban” con los nazis: Los Sonderkommandos. ¿Servía de algo el sacrificio de alguno de ellos? No. Lo que sirvió fue el testimonio por escrito que algunos infelices lograron dejar escondidos en alguna parte y fueron descubiertos años después. A fin de cuentas, esos infelices eran ejecutados luego de unos meses para no dejar testigos de las atrocidades en Auschwitz, por ejemplo; pienso en el momento en que alguien es diagnosticado con una enfermedad incurable y le quedan cuatro meses de vida ¿cómo enfrentar ese hecho ineluctable? ¿Cómo se actúa cuando a alguien inocente le dictan prisión preventiva oficiosa? Puede pasar lustros en prisión sin tener un juicio.

La historia de Silvia Labayru, integrante de Montoneros, es de las extremas… o eso creo. El mero intento de ponerse de un lado u otro (sí fue una traidora o no fue una traidora) ya es un pinche broncón moral que retumba en nuestro ánimo.

Pienso en si de verdad “vale la pena” arriesgar la vida por una causa política y sé que gracias a esos héroes que no transigieron ante la adversidad extrema, algunas cosas se lograron.  ¿De verdad la lealtad a los preceptos políticos e ideológicos de “la causa” rinde los frutos que se supone debe rendir? ¿Hay forma de salir indemne de esos dilemas? ¿Acaso no hay otro tipo de bacterias que al final pasan a la Historia como héroes intachables cuando no son más que unos miserables?

Y bueno, con esto me despido: el libro me cansó y me gustó también por motivos generacionales. Todo lo narrado coincide con fechas que tengo presentes en mi vida: Silvia Labayru tiene mi edad. Cuando fue secuestrada recuerdo bien qué hacía yo en esa fecha (con la suma de años uno recuerda con precisión el pasado y nebulosamente lo más cercano); cuando llega exiliada a España se vivía la segunda fase del campeonato de futbol en Argentina. Era 1978 y con dieciocho años (alejadísimo de la experiencia de una parte de la juventud argentina) me daba tiempo para estar enterado de lo que ocurría en ese país y en Nicaragua; poco después con Irán y el Sha Reza Pahlevi y los inicios de la crisis económica en México luego de “la administración de la abundancia”.

Todas las fechas consignadas en La llamada (hasta las últimas, de 2022) las tengo registradas. Es una forma extraña de ser parte de un libro.

Tal vez por eso me gustó tanto a pesar de lo conmovedor de su trama… y si me ponen a elegir, se los digo: desde la libertad que tengo como lector, yo le creo a Silvia.

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