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Entre artistas y culturitas te veas

A veces no entiendo a los artistas, no sé si en verdad son tan geniales o nada más les gusta contar muelas. Creo que el engreimiento y el ser pretenciosos son inherentes a los aspirantes a genio, incluso quienes creen que ya lo son.

Stefan Z
«Alter Artist», de Stefan Z

No me haga usted mucho caso, no soy crítico ni esteta (todo menos esteta), pero es que hay notas de periódicos que lo hacen a uno saltar de la silla, pues de repente es difícil discernir quién es más extraordinariamente pretencioso, si el artista frustrado enfundado de reportero o el novel artista enfundado en su casaca de genio.

Y aunque respeto mucho la chamba de los reporteros, algunos de cultura son una especie que pongo aparte, ahí, a un ladito de los mamones a los que les toca entrevistar, y no creo que sea culpa suya, sólo que de tanto convivir con personajes como Felipe Ehrenberg pues algo se ha de pegar.

Y es que el uso de un lenguaje rebuscado incrustado en frases largas es un arma de doble filo dado que se corre el riego de terminar diciendo obviedades en el mejor de los casos, como aquello de “ejercicio visual sobre la concepción de la belleza y las múltiples interpretaciones que puede haber de ella”, utilizado para describir una película filmada con poco presupuesto. Claro que si la cinta se llama Los órdenes estéticos son más un espejo que un pasaje para la ansiedad metafísica, cualquier cosa que se diga para describirla se queda corta, sobre todo considerando que muy posiblemente al autor se le fue media creatividad en el puro título. ¿Que si ya la vi?, no ni pienso hacerlo, si en lugar de ese nombre mamerto le hubieran puesto algo como Te sientes bien buena pero ni al caso o En realidad pintas bien culero, lo pensaría, pero no.

Hay una sencilla razón por la que el ensayo nunca ha sido mi fuerte: soy demasiado coloquial y ordinario, los retruécanos nunca han sido mi habilidad, y aunque puedo hacer las cosas con la seriedad requerida, yo no me tomo demasiado en serio pues, por ejemplo, podría pensar que estoy diciendo la neta del planeta cuando en realidad estoy tecleando sandeces, pero eso ya se verá en su momento, por ahora no me importa. Y por ello cuento lo que veo como lo veo, como lo siento y como lo asumo, y si lo que veo no me causa ni siquiera repulsión (que hay que decirlo, es un sentimiento interesante) me será difícil abordarlo.

«The artist (explored)», de Pascal

Por eso de muchos autores, sean artistas o filósofos, jamás podré escribir una sola línea, salvo la idea de que sólo son unos pobres infelices.

A lo largo de 35 años de existencia y quince de vida cafetera me he encontrado con gente pretenciosa de todos los niveles y calibres: desde los que pueden parecerlo cuando en realidad son de gustos refinados hasta las eminencias cultísimas que leen libros que no entienden, escuchan música que no les dice nada y ven películas chafa que por la etiqueta “de autor” se venden como pan caliente entre los culturitas.

Como el estudiante de Filosofía que alzaba la voz cuando alguien pasaba cerca de donde él departía con sus cuates nada más para que el transeúnte escuchara la intensa charla que sostenía; el estudiante del Conservatorio que, sintiéndose la reata de Dios, lo que la música del siglo XXI espera para pasar a la historia; cuando alguien habló de Pink Floyd (que es como la primaria de los mamones) suspiró, resopló, puso cara de arrobamiento y con gesto grave dijo: “Pink Floyd es de esas bandas que… rompieron… cosas”, lo que hacía que sus contertulios lo miraran, asintieran como quien escucha un buen sermón en la iglesia y pelaran los ojos al mirarse entre sí.

Así debieron ser las clases de Sócrates, así debió ser escuchar a Jesucristo o los discursos de Hitler, pensé mientras me ponía los audífonos para no escuchar tales muestras de sapiencia. No es que la forma de calificar a Pink Floyd esté mal, pero de las eminencias del Conservatorio pues como que se espera más, eso hay que dejarlo para quienes no somos músicos ni estetas.

Volviendo a ciertos periodistas culturales o críticos y especialistas en los medios, es desesperante ver cómo a toda costa tratan de impresionar a los escuchas, lectores o espectadores, y a la gente le gusta, esa gente que quisiera ser como ellos o sueña que ellos los entrevistan, y terminamos viendo a la payasa de Avelina Lésper, cuyo aguzado ojo de crítica de arte encuentra cosas que ni el autor de la obra sabía que estaban ahí, como un trazo chueco que para el vulgo es un mero descuido, la ínclita especialista sabe que es “un viraje hacia la libertad que se respira en una caja de cartón donde lo metafísico convive con la conspicua imaginería de un autor dispuesto a arriesgarse al sumergirse en oníricas visiones concatenadas en su psique”.

«Mime Artist», de Peter Person

Y el pintor, desesperado, dice: “No, en serio, fue una pincelada malhecha, un descuido, pero ya que lo mencionas…”, y en las siguientes entrevistas el pintor hablará de la búsqueda la libertad, los sueños y toda una metafísica plasmada en sus pinturas.

Si tú, amable lector, te encuentras con personajes de estos, escúchalos sólo si es necesario y nada más lo indispensable, no les hagas mucho caso, pues puedes terminar convertido en uno de ellos. ¿Por qué no me preocupa que algún culturitas de esos recalcitrantes se moleste conmigo?, bien fácil, lo que escribo no es para intelectuales, es para quien desee leerlo.

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