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Entre el Cielo y el Infierno

Por Francisco Valenzuela

Hace muchos años, pero muchos, que fui a mi primer Vive Latino, el único antes de repetir la experiencia este fin de semana. Era la segunda edición del festival y yo era un joven estúpido al que le gustaba la música de Búnbury, de los Fabulosos Cadillacs, de Julieta Venegas, de Panteón Rococó, de Zurdok y de Molotov. El cartel me parecía impresionante y creo, 13 años después, que efectivamente lo era, pues todas las bandas tenían material nuevo, sonaban en la radio alternativa y le daban frescura a la escena del rock cantado en español.

Trece años después la mayoría de esas bandas o solistas viven de su pasado. Casi ninguna ha sido capaz de crear nuevos y buenos temas, e incluso los Cadillacs, tratados como dioses en donde quiera que se paren, se llenan los bolsillos de dinero gracias a éxitos viejos, cantados una y otra vez, hasta el hartazgo. Verlos este domingo fue más que un deja vu, fue una confirmación de que a veces nos conformamos con la nostalgia, la repetición de nuestras vidas, el pasmo, el temor por lo nuevo.

En esta nueva edición del “Vive”, reduccionismo ad hoc con los tiempos donde la brevedad se impone, hubo alrededor de 100 bandas en los diferentes escenarios y carpas, es decir, más de 30 por día. Yo fui el sábado y domingo; el primer día vi a 4 bandas y el segundo a dos, un muy pobre porcentaje, algo que ningún joven se permitiría, pero yo no soy ningún joven y sí un adulto sin ganas de estar corriendo entre miles de personas para ver a mi rockero favorito.

¿Y entonces por qué fui al Vive Latino? Por dos cosas que nada tienen que ver con el origen del festival: primero para ver a Blur y Tame Impala, dos agrupaciones no  latinas, una inglesa y la otra australiana. Y aprovechando el viaje, me entraron ganas de curiosear con Los Ángeles Azules, un grupo-grupero, algo impensado hace 13 años, cuando esa generación de los “Vives” era tan cerrada que no permitían algo que no sonara a su rock latino.

Blur es una banda monstruosa, su líder es uno de los creativos más importantes de fin y principios de siglo, el clásico genio que no se conforma con un proyecto, de ahí que luego se convierta en Gorilla o se fusione con Flea y Tonny Allen para sonar a afrobeat. La banda tuvo sus mejores momentos en los 90, pero se ha reunido para grabar nuevos sencillos y siguen amenazando con una nueva placa. Su actuación sabatina rayó en la perfección y complacencia absoluta, momento irrepetible para su legión mexicana.

Tame Impala es un viaje, un aventón psicodélico lleno de guitarras turbulentas y letras alucinantes. Su segundo disco, Lorenism, fue encumbrado por NME, revista que lo nombró, nada más, el mejor del 2012. No sé cómo lo percibió esa gran masa del Vive Latino, si no le entendieron porque iban a ver a Fobia y El Tri, pero justo cuando tocaban yo probé la mejor hierba producida en Michoacán, lo que me dio una claridad que, lo siento, no puedo describirles con palabras.

Tame impala

Después de los tributos a Los Tigres del Norte, a Celso Piña y ahora a Los Ángeles Azules, que nadie tenga duda: la cumbia y el norteño mataron a la estrella de rock, al menos a la estrella latina que se ahoga en sus discos reciclados. Un poco asustados antes los miles que los ovacionaban, los creadores de El listón de tu pelo se hicieron acompañar de la insoportable Ximena Sariñana y el decepcionante Jay de la Cueva, tan atrapado en sus personajes que ha olvidado su buena calidad musical, que sin duda la tiene.

Y no vi nada más. Utilicé mi tiempo en meterme al backstage gracias a las buenas amistades cosechadas durante la vida. Aquello era lo más cercano al paraíso, con whiskeys Jack Daniels interminables, con bellas mujeres ofreciendo masajes, con un local de tatuajes y unas hamacas para relajarse, para pensar en la vida, en la muerte, en lo que sea.

O para no pensar, daba lo mismo.

Un masajito...

También había excelente comida, cervezas inagotables y Suicide Girls pasando junto a uno, como si fueran nuestras amigas, o nuestros ligues. Mientras pedía otro Jack Daniels y un ron pintado, el amigo que me acompañó osó en preguntarme si eso era el Paraíso.

-¿El Paraíso? No, esto es el Infierno y nosotros morimos ayer, en el viaje al DF. Salud.

Así pasó parte del sábado y casi todo el domingo. El tiempo transcurre rápido cuando la vida te trata bien y sin duda que este fin de semana nos trató muy bien.

“El Paraíso, el Infierno, debe haber una frontera imperceptible entre esos dos territorios”, pensaba mientras tomaba un drink más en el Backstage y a mi lado caminaba una rubia con tatuajes en toda su espalda.

Rectifiqué:

“Esto es el Paraíso. El infierno está allá afuera, con Panteón Rococó en el escenario”.

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