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Entrevista con Hari Sama: México, un país enfermo 

Este 26 de septiembre se cumplen cuatro años de la desaparición forzada de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa. Como una muestra de no olvidar el caso y seguir exigiendo justicia, Catatonia Cine y Amnistía Internacional convocaron a distintos realizadores para filmar un cortometraje sobre este lamentable hecho en nuestra historia reciente. Uno de ellos es Hari Sama, director mexicano al que conocimos por cintas como Sin ton ni Sonia (2003), El sueño de Lu (2011) y Despertar el polvo (2013). 

En Ya nadie toca el trombón, Sama nos comparte el dolor profundo de familiares, amigos y excompañeros de Cutberto Ramos, uno de los estudiantes desaparecidos, un joven que estaba decidido a convertirse en maestro rural no sólo para formar personas, sino para ayudar económicamente a sus seres más queridos. Amante de la música, Cutberto ha dejado como herencia un trombón solitario, ese que aún espera un milagro, y mientras eso sucede, nadie más podrá tocarlo.  

El cortometraje será proyectado en diversas plataformas digitales en México (entre ellas Revés Online) este miércoles 26 de septiembre desde las 00:00 horas y hasta las 23:59, para luego quedar disponible en Filmin Latino y Cinépolis Click.  

Para conocer más detalles platicamos con el realizador, quien no duda en señalar que algo le ha pasado a México, que tal vez es un país enfermo que no quiere aceptarlo.  

 

¿Cómo recuerdas haber recibido la noticia sobre la desaparición de los estudiantes en Guerrero? 

Estaba tratando de estructurar la filmación del documental Sunka Raku cuando me enteré de la noticia. Es difícil describir el cómo recibes y asimilas una de las mayores atrocidades en el México contemporáneo, que de por sí ya está descompuesto. Me es muy importante porque yo sé lo que significa perder un hijo, pero no sé cómo es perderlo en esta tesitura de violencia, de atropello y de falta de humanidad. Me parece lo más lógico poner mi pequeño aporte de luz en esta realidad brutal que estamos viviendo.  

¿Cómo te llegó la invitación para realizar este cortometraje? 

La iniciativa original fue de Amnistía Internacional, quien invitó a varios cineastas a realizar cortometrajes sobre el caso de los estudiantes desaparecidos y juntos formar un trabajo colectivo, que se convirtiera en un largometraje. Nos dieron absoluta libertad, por ello mi propuesta tiene que ver con lo que me he formado, con el humanismo, intentar hacer un cine que vaya más allá de la epidermis, tanto para el que hace la película como para el que la recibe. Cuando me llega la invitación me doy cuenta de que le quiero hablar a toda la sociedad mexicana, en especial a la clase media, porque es donde estoy más relacionado y donde he escuchado atrocidades como “bueno, estuvo muy gacho, pero es que medio se lo buscaron, igual se lo merecían.” Es el tipo de cosas terribles que tanto se dicen, como cuando se condena a una mujer asesinada por traer minifalda; pareciera más fácil identificarnos con los victimarios que con las víctimas. Siento que eso obedece al miedo, es una ignorancia que está provocada por un miedo atroz de que te pase a ti también, por ello es más fácil hacer una especie de estructura de defensa, pero esa estructura se puede perpetuar cuando tú no ves a las personas como seres humanos, no los ves como tu espejo. Yo me fui a hacer un corto de la poesía en la práctica, como dijera Gabriel Zaid, una película poética pero que parte de la poesía de lo cotidiano, de lo más inmediato: de qué hacía uno de los chicos desaparecidos, alguien a quien le gustaba Bob Esponja, alguien que quiso tocar el trombón, igual que yo, y que tuvo mucha cercanía con su abuela, igual que yo. Era entonces hablar de un chico como cualquiera en México, de un estudiante que buscaba ser un mejor humano en un país cada vez más deshumanizado, lleno de gente que no quiere ver la realidad.  

¿Sientes que además de acostumbrarnos a la violencia, nos estamos convirtiendo en espectadores complacientes de la violencia? 

Yo creo que sí, creo que algo muy raro ocurre en México en relación a la violencia que nos ha llevado a un alto grado de deshumanización. Existen diagnósticos puntuales de la ONU que nos identifican como un país con crisis en derechos humanos, y no es un tema fácil de resolver, existen muchas circunstancias como la complicidad de las policías locales, o la extorsión a las policías locales por igual. Lo más grave es que muchos de estos problemas ni siquiera se han comenzado a aceptar; en el caso específico de los 43, el gobierno niega que haya sido una desaparición forzada a pesar de las contundentes evidencias de lo contrario, se empecina en decir que fue un secuestro y se cierra a otras posibilidades. Pareciera que tenemos cáncer y no lo queremos aceptar, nos mentimos, nos engañamos a nosotros mismos. Si no aceptas una enfermedad, no puedes recibir ningún tratamiento, eso es lo que me parece más preocupante de todo, que gran parte de la sociedad civil sea tan indiferente.  

¿Cómo te encontraste con la historia de Cutberto? 

La investigación que he hecho a través del cine es, de entrada, muy personal, casi siempre cae en lo autobiográfico, siempre con una búsqueda de la compasión, sin juzgar a los personajes. Para eso necesito sentir una reverberación importante. Para poder dialogar con esta parte de la sociedad que muchas veces es indiferente, decidí contar una historia desde la mirada de la familia y la ausencia que ahora tienen, y necesitaba encontrar al personaje que yo adoptara como un espejo. Me puse a leer biografías de los 43 y me encontré con la historia de Cutberto, de cómo se relacionó con la música y cómo se llevaba con su abuela: ahí nació un documental sobre la ausencia.

 

*Fotogramas cortesía de Catatonia.

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