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Érase una vez Tarantino: notas sobre Sharon Tate y el noveno filme

1. Tarantino, el reivindicador

Hacia finales de los años 60, Hollywood aparentemente ya dejaba detrás el Star System y empezaba a construir sus estrellas de otra forma. Sin embargo, con el branding que creaban ciertos actores se fueron consolidando y durante los siguientes años se solidificó el typecasting. Es decir, asociar a un actor con cierto tipo de personajes/valores. En este sentido, el has been (ya viejo) Rick Dalton (Leonardo DiCaprio, siempre magnífico) ha encontrado ese posible cul-de-sac, o callejón sin salida. Y para eso tendrá al intermitente mentor, Marvin Schwarz (un justísimo Al Pacino, ¿para qué queremos más?) y su entrañable e inseparable sidekick, Cliff Booth (genial, aunque no sorprendente Brad Pitt).

Acaso el personaje que menos participación tenga el pantalla es aquel cuya historia se complementa de manera entrañable, y en cierto modo melancólica, cuando cierra el noveno filme de Quentin Tarantino, Érase una vez en Hollywood. Sharon Tate, el invisible motor de la subtrama que acompaña como vecinos invisibles a Cliff Booth y Rick Dalton, respectivos doble de acción y actor de reparto y casi nunca principal de series de televisión en el Hollywood de los años 50 y 60, será recordaba desde esta película como la Sharon que sobrevivió, la que se salvó gracias al maniqueísmo amoroso y la justicia poética que Tarantino una vez más profesó desde lo que mejor saber hacer: escribir y dirigir. Si en Bastardos sin Gloria Tarantino cambió la historia (su respuesta fue, porque puedo) ahora lo hizo, pero con dolor y nostalgia.

El amor por la historia de Tate, Polanski y Manson crea una especie de reivindicación en la que gracias a lo que Tarantino más ama, el cine, puede volver a construir la historia y modificar el pasado para que quede manifiesto una versión en la que dos accidentales héroes Rick y Cliff mataron a los miembros de la familia Manson y evitaron una carnicería. Es posible que en su investigación haya visto, por ejemplo, la entrevista a Charles Manson, el autor intelectual de la matanza, donde dijo que no sintió culpa porque él no había hecho nada. Pero el repaso histórico sirve para construir el universo en donde el niño Quentin se permite, como su propio Bandersnatch, cambiar la trama original. El permiso a imaginar no se le ha negado a Tarantino, por fortuna.

Amén de la historia revisitada o manipulada, Tarantino es tal vez quien más dignamente ha representado la figura de Sharon Tate. En seis películas en las que apareció, una dirigida por su pareja Roman Polanski, su presentación como personaje y, en consecuencia, su typecasteo no era el más afortunado.

2. Sharon Tate, una corta carrera

Su carrera empezó con la película Don’t make waves (No hagan olas), dirigida por Alexander Mackendrick y estrenada en Estados Unidos el 20 de Junio de 1967. Tate interpreta a una chica llamada Malibú, quien salva al neoyorquino Carlo (Tony Curtis) que ha venido de vacaciones a Los Ángeles y se queda sin coche gracias a un accidente que tiene con Laura Califatti (Claudia Cardinale). Del siniestro, hemos llegado a la comedia. Carlo duerme en la playa y después intenta surfear. Tras casi ahogarse, Malibú lo rescata. Así, conocemos a Malibú a través de un punto de vista de Carlo quien le mira el trasero. Es esta la presentación de Sharon Tate en el cine, sin considerar sus roles de extra en un par de películas y series anteriores. Segundos después, Sharon Tate le da respiración de boca a boca. Carlo se vuelve loco, al grado de hacer cualquier cosa para quedarse con ella.

En su segunda película, The Fearless Vampire Killers (El baile de los vampiros) Sharon Tate tiene un papel secundario en la película dirigida por quien sería su marido, Roman Polanski. Se estrenó el 13 de Noviembre de 1967 en EUA. Polanski interpreta a un joven cazavampiros, quien junto a su mentor, el Profesor Abronsius (Jack MacGowran) llegan a una posada a descansar de su travesía. El dueño de la posada les enseña su habitación. Al abrir la puerta del baño, descubrimos a su hija, Sarah Shagal, desnuda, tomándose un baño. Ella (Tate, Shagal) rápidamente se cubre y desciende a la protección de la espuma del baño. Un par de escenas después, se escabulle en la habitación del personaje de Polanski. Y mientras se baña, un vampiro la rapta.

En su tercera película, Eye of the devil (El signo del diablo), Sharon Tate interpreta a Odile de Caray, una misteriosa mujer cuyo hermano Christian de Caray es siniestro y acostumbra pasearse con un arco alrededor del castillo donde viven. La única película en blanco y negro de Sharon Tate se estrenó el 6 de diciembre de 1967, dirigida por J. Lee Thompson. Mientras el misterio empieza a desenvolverse, la cámara se desplaza lentamente para introducir a Odile. La mirada de Odile es esquiva, casi perdida, enmarcada en un cabello tan rubio que olvida lo blanco y negro del filme. Su personaje será sumiso pero siniestro. Contribuye a enrarecer la maldad, con una gran escena pasivo-agresiva en la que un niño juega sobre la orilla de una torre en un castillo, mientras ella maliciosamente espera a que caiga. La sumisión de Tate parecía dejar de serlo, cubriendo como oveja a una sociopática malvada.

La cuarta película de Tate es posiblemente su personaje más complejo sin abandonar la tendencia de no-protagonismo actoral. Tate le da vida a Jennifer North, una chica también abnegada que se entrega por completo a su marido. Valley of the dolls (Valle de las muñecas), dirigida por Mark Robson, se estrenó en EUA el 15 diciembre 1967. La vida corta de Jennifer va cruzar de gold digger, a enamorada perdida de un cantante, a actriz de cine erótico francés, a padecer de cáncer. Acostada, derrumbada en su cama, reflexiona: «Lo único que tuve realmente fue tener un cuerpo. Y ahora ni eso tendré.» En tal momento de desolación, Jennifer llama a su madre, a quien siempre ha apoyado económicamente y le promete que no volverá a hacer desnudos.

La quinta cinta de Sharon se estrenó el 5 de febrero de 1969 en Estados Unidos. En The wrecking crew (Las demoledoras), dirigida por Phil Karlson, Tate interpreta a Freya Carlson, una aparente asistente de una agente secreto. La primera vez que vemos a Freya es tropezándose con el protagonista/héroe de la película, el personaje de Matt Helm (Dean Martin). Freya cae sobre las maletas. Sus piernas abiertas muestran su ropa interior. Habla con voz de niña estúpida y dice que estará para servirle en todo lo que se ofrezca. La década se impone. Freya deja de ser una aparente niña estúpida y resulta ser una excelente (aunque no muy diestra actoralmente) peleadora. Tarantino la mira distinto: ríe, se pone de forma juguetona los mismos estúpidos lentes y sube los pies al asiento. Lentamente se erigía una reina.

En el último filme de su carrera, Sharon Tate compartió créditos con Orson Welles y Vittorio de Sica. Dirigida por Nicolas Gessnger y Luciano Lucignani, la película se estrenó el 1 de mayo de 1970, evidentemente de forma póstuma. El título fue Twelve plus one (Doce más uno). El personaje de Tate se llama Pat. Es hábil, sagaz, cómplice. Sin embargo, utiliza su propio cuerpo (como Jennifer North) para sobrevivir y salirse con la suya. Le muestra los senos a un guardia para que la deje escapar, por ejemplo o acepta hacer un trío sexual con la facilidad argumental de una película porno. Esta tonta comedia sería su última película. Su último plano la muestra en un embarcadero, despidiéndose con la mano en lo alto para después subirse al coche de un hombre rico. Sobre esta película, la única nota que mereció Tate en la diminuta revisión de la revista Variety fue la siguiente: “Tate tiene la calidez y gracia como una dura chica estadounidense que está en el extranjero y para quien prevalece el dinero antes que el romance”.

La (in)madurez de Tarantino

Entonces vino Tarantino, quien filmó a una deslumbrante Margot Robbie que interpreta a SharonTate. La primera vez que la vemos, Tate está a bordo de un avión Pan Am, bailando, cual reina del mundo. Luego en el aeropuerto de Los Ángeles, caminando con Polanski. Corte a: ellos dos como la gran pareja, a bordo de un MG convertible. Tate, o Robbie, o ambas, por la calle con una elegantísima falda corta blanca, su sonrisa detrás de sus pies desnudos sobre el asiento en el cine. No hay plano de Margot Robbie que no sea alabanza. Hasta despedirla, desde un ángulo picado sobre el tejado de la que fuera su casa, brincando con gusto para abrazar a Rick Dalton y darle la bienvenida a su casa e iniciar una amistad que nunca sucedió.

La justicia poética pareciera el sueño de un adolescente que ve por fin cumplirse lo que siempre soñó. Soñar que los desalmados soldados de Charles Manson son brutalmente asesinados como ellos lo hicieron. El sueño adolescente de cambiar la historia en la pantalla, porque es evidente que la historia en sí misma no cambiará. Así, Tarantino madura como sus personajes y siente, tal vez, que está por retirarse; pero ministra la violencia del sueño adolescente como premio a la relectura de la historia.

La puntualidad del universo infantil de Tarantino nos lleva desde pasear una grúa por encima de una gloriosa pantalla de un autocinema hasta las latas de comida de perros y las fotografías impresas en formato pequeño afuera de la sala de cine. Es evidente la ausencia de un conflicto perspicuo en la novena película de Tarantino y una clara necesidad de hacer una lectura previa de la historia de Charles Manson y el trágico final de los años 60, para tal vez ver desde los ojos de Tarantino su nueva versión.

Empero, apremia su amor por el cine, la música y, justo como él mismo mencionó, sigue filmando inspirado en lo que la crítica del NY Times, Pauline Kael, escribió sobre Á bande apart, de Jean Luc Godard en 1966: “Un artista puede lamentarse por no poder experimentar los placeres artísticos de su niñez y juventud, los verdaderos placeres que lo llevaron a formarse como artista. Godard no es, como muchos productores de Hollywood, lo suficientemente inocente o cínico para volver a hacer las películas con las que creció. Pero, al amar las películas que crearon su gusto, utiliza esta nostalgia por las películas viejas como un elemento activo en sus propias películas. No niega, como otros artistas, el pasado que ha sobrellevado; tal vez se asegura de no negarlo, tal vez no lo ha superado del todo”.

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