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Escribir con las nalgas…

La escritura se goza pero se respeta, leer un libro es apreciar el esfuerzo y valor de una persona que dedica mucho tiempo a desarrollar una historia. Pensemos lo que se necesita para que en unas cuantas páginas se origine un universo que fluya, ande por sí mismo.

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Por Jaime Garba

No se trata pues de sacralizar al escritor, fuchi, ya existen quienes sin merecerlo piensan que la literatura es eso, veneración; se trata de escribir a conciencia, de saber que una obra es un diálogo, y como tal, tiene que ser claro y debe estar a la altura de ambas partes. Digo esto porque como editor me he topado con decenas de libros que pueden ejemplificar por un lado: el esfuerzo, el trabajo y la pasión que impregna quien crea, dando como resultado verdaderas joyas que valen la pena, que ruegan sean publicadas; y por el otro: personas quienes creen en esa frase de que en la vida se debe correr un maratón, plantar un árbol y escribir un libro, haciendo esto último como si la verborrea y llenar de páginas a lo loco significara una proeza, créanlo, no lo es.

El problema radica en la infinidad de escritores que escriben sintiéndose que la vida les debe su arte, que son la última coca en el desierto, son estos escritorzuelos los que contaminan el ambiente. No pasaría nada si libros malos se escribieran, pues lo malo hay en todos lados, en la música, en el arte, en la academia, en la economía, en cualquier parte de nuestra existencia la contraparte «mala» existe, como dicen, cómo apreciar lo bueno si no podemos compararlo en función de aquello que no lo es. El problema radica en la infinidad de ente que escribe sintiéndose que la vida les debe su arte, que son la última coca en el desierto, son estos escritorzuelos los que contaminan el ambiente.

Un libro no es malo porque esté mal escrito, porque sería insensato pensar que cualquiera que comience a escribir lo hará con obras maestras, pero si lo que se crea es simétrico a la perspectiva que se tiene, quien lo hace abona al mundo de las letras, pero si por el contrario, el nivel de escritura es pésimo y el autor anda presumiendo lo que hace, el delirium escritorus se vuelve peligroso, venenoso y contamina lo que toca; entonces se leen esos libros, se venden, roban oxígeno y espacio a quienes poco a poco van construyendo a base de perseverancia.

Me ha tocado leer libros escritos con las nalgas, malos como la carne de puerco en cuaresma, libros que queman los ojos de terribles pero que sus autores llegan con la soberbia como tarjeta de presentación, dicen: «quedé en tercer lugar de los juegos florales de Chichicuilillo», «es mi cuarto libro…autopublicado», «aparezco en la antología de poetas nacidos en el 2000», «Claro que leo…Bajo la misma estrella, El alquimista, ya sabes, cosas de ese tipo». Escritores que en los talleres de creación literaria leen sus textos como si fuesen versos del sagrado Corán y que patalean cuando el maestro de cuento les deja de tarea escribir uno de dos cuartillas para el día siguiente, “¡imposible!” , exclaman, “si en la noche tengo peda con los cuates en el antro, we”. Escritores que no escriben más que cuando la musa los acecha y después de ver la telenovela o la serie de TV y que no leen porque lo que hacen es puro, les sale desde muy dentro, aunque en verdad lo que hacen es pura mi…gaja.

Ya todo está escrito, dicen los grandes autores, lo reafirman las magnas obras que se han escrito antes de nosotros, hace décadas, siglos, pero siempre valdrá la pena crear, contar, leer, cuando se es consciente del poder de la literatura.

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