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Esos muertos michoacanos que a nadie le importan

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Esos muertos michoacanos que a nadie le importan

El estruendo se escuchó a eso de las siete de la tarde, cuando el sol aún pega radiante, cuando ni una sola luz se ha prendido en las calles. Primero fueron unos cuantos disparos, ruidosos, secos, y dos segundos después vino la ráfaga que entonces puso en alerta a los vecinos de una colonia popular en Morelia.

En esta ocasión, dos gatilleros entraron a una casa y descargaron el odio de sus almas en dos cuerpos jóvenes, masculinos, que apenas rebasaban los 20 años. Según testimonios, una vez que cumplieron su cometido, huyeron en un taxi hacia rumbo desconocido y nadie los atrapó. Los veinteañeros quedaron tirados en el piso. Uno de ellos murió al instante; el otro fue trasladado en una ambulancia en graves condiciones, pero vivo, al menos en ese momento.

Antes de que arriben las patrullas, algunos vecinos ya se asoman para observar qué diablos pasa. Con la certeza de que el fuego ha cesado, asoman sus narices en una intentona por saber más, por enterarse antes que nadie. Luego llega la policía, acordona el área y abre la casa donde ocurrieron los disparos. También arriban los investigadores forenses, esos personajes que parecen sacados de una serie negra, los que cuentan los casquillos, registran huellas, calculan distancias y toman decenas de fotografías.

Escena habitual

Lejos de entrar en shock, asustarse o sorprenderse, para los colonos atestiguar un crimen parece algo común. Mientras los policías hacen su labor, las personas cuchichean, se preguntan si ahí vive tal o cual joven, si andaba “metido en algo” o si es hijo de tal señora. Algunos ya hacen bromas y luego de unos minutos, una joven madre le pega un coscorrón a su cachorro menor de 10 años: “Ándale, cabrón, ya deja de estar de chismoso, vámonos”.

No puede faltar la prensa. Al menos un par de reporteros ya está en la escena del crimen, se graban con su propio celular e intentan tomar las mejores fotos, pese a que un policía, un tanto tímido, les pide que no invadan la zona acordonada.

La secuencia de terror ha durado menos de una hora. Después de ello todo parece normal; comienza a oscurecer, el día muere, igual que uno de esos jóvenes que nunca llegó a los 30.

Más tarde algunos portales ya dan cuenta del crimen. En mimorelia.com informan que habrían sido 22 las balas disparadas; en La Voz de Michoacán se incluye un video con la voz de un reportero quien transmite en vivo para Facebook. La nota termina con la siguiente leyenda: “Al momento se desconoce quién perpetró el crimen, así como el móvil del mismo”. Esa línea periodística revela lo que es un común denominador: pocos, muy pocos, son llevados a prisión después de cometer un asesinato.

Impunidad

De acuerdo al Índice Global de Impunidad en México (IGI-Mex) nuestro país ocupa la cuarta posición mundial en ese rubro, el de matar a alguien sin que nadie te inculpe. Michoacán tiene el tercer sitio en cuanto a entidades donde no se castiga al homicidio, tan solo detrás de Tamaulipas y Tabasco. Por si fuera poco, Michoacán es el quinto estado con menos jueces y magistrados, lo que lo pone en desventaja para dar seguimiento a la ola de violencia que nunca se detiene.

La burocracia que rodea al crimen es atroz. En el informe del IGI-Mex, se apunta que “el porcentaje de encarcelados entre homicidios en averiguaciones previas bajó de 27.5% a 17.09%. La disminución de casi diez puntos porcentuales de este indicador es resultado de los problemas estructurales de las instituciones de seguridad y justicia a nivel estatal: las entidades no tienen agencias de investigación profesionales, independientes y con capacidades suficientes para atender el delito de homicidio”.

Por ello, matar en México tiene un bajo índice de riesgo, y más cuando esos crímenes los perpetúan organizaciones delictivas, con capacidad para escabullirse de la justicia.

Una nota tras otra

Truman Capote inauguró el non fiction novel cuando escribió A sangre fría, una investigación novelada sobre el asesinato de una familia sin razón aparente. En los medios masivos de comunicación solemos seguir algunas historias así. Una de las más recientes, por ejemplo, es la del joven Leonardo, asesinado en la Ciudad de México y en la que al parecer está involucrado el sacerdote de la zona, quien lo habría asfixiado en un juego con tintes sexuales.

Pero a los crímenes que suceden en una ciudad como Morelia nadie les da seguimiento y menos se escriben libros al respecto. En un condado como Holcomb, en el Kansas de 1959, un crimen masivo era el terror absoluto. En Morelia es algo habitual, como ver caer el sol, como mojarse con la lluvia del verano. Un periodista difícilmente podría darle seguimiento a un asesinato porque horas después ocurrirá otro, y otro más. El reportero Omar Cuiriz, de La Voz de Michoacán, informa que en un lapso de 30 días en el estado se han cometido 139 asesinatos y 653 en lo que va del año.

El atentado contra los jóvenes de la colonia Molino de Parras ocurrió el lunes 17 de junio, pero un día después el cuerpo de un hombre decapitado y con un narco letrero fue hallado en el Mercado de Abastos. Horas más tarde, a otro hombre se le encontró con los párpados desollados en la colonia Agustín Arriaga Rivera. Si algún periodista quería más detalles de estos dos hechos, no había tiempo, pues por la tarde dos cuerpos sin vida fueron encontrados en la colonia Presa de Los Reyes. En ningún caso hubo detenidos, ni sospechosos, ni indicios de absolutamente nada.

Si ya el lunes y martes eran lo suficientemente rojos, el miércoles arrojó a un hombre decapitado, ahora en el fraccionamiento Punta Floresta. Y antes de esa semana, vecinos reportaron a otro cadáver tirado al lado de un Oxxo en la colonia Prados Verdes, mientras que el 7 de junio supimos de un sujeto asesinado y torturado a la altura de la Plaza Monumental de Morelia.

Muertos olvidados

Si nos sujetamos a las cifras del IGI-Mex, ninguno de esos homicidios será resuelto. Lo más probable es que sus ejecutores no paguen por los hechos, no al menos en el sistema penal del país. Algunos dirán que los perseguirá el karma, otros que tienen sus días contados, porque en el mundo del hampa, nadie vive demasiado.

Y no: ningún medio dará seguimiento a los crímenes. Y nadie escribirá ningún libro sobre esos muertos.

Foto de portada: Flickr/EUPOL

 

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