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Expediente vegetal #8

Por Raúl Mejía

Héctor Alfonso y otros dos amigos vegetales llegamos puntuales a la cita con Mely, dueña del mejor expendio de menudo del hemisferio occidental que, para nuestra fortuna, está en Morelia.

Cada quien su expendio de menudo. No entremos en controversias.

El nuestro es el de Mely.

El local, con poca gente, resultaba extraño. Normalmente los fines de semana está hasta el huevo de comensales y el tiempo de espera es de cuarenta minutos, pero desde hace un mes aquello está insoportable y hay que hacer fila en la calle. Eso no es de Dios. No nos lo merecemos. Por eso, Lucio Vasconcelos se puso a escanear el entorno y propuso que cambiásemos nuestras rutinas y pasáramos a degustar nuestra dotación de librillo, nervio y pedacitos a cualquier día entre semana y los sábados los dispusiéramos para deleitarnos con un café de calidad incuestionable (lo hay).

Estuve de acuerdo.

Pedimos nuestro combo. Para mí, jugo de naranja, una quesadilla y el menudo con nervio y librillo; para Héctor Alfonso, una coca de vidrio y -en el plato- pura pedacería surtida (pata, callo, panalito etcétera). Eugenia optó por unas quesadillas y puro caldo; Pacorro agua de Jamaica y pedacitos. Luego de sazonar el menjurje ese, les propuse me acompañaran a comprar un maletín para mi compu y luego al café. Declinaron la oferta porque Pacorro había acordado de manera formal, seria e inapelable, ir a un pueblo cercano con Micaela (en adelante Micah) y se había levantado de la cama con la mentalidad enfocada en pasar unas horas en su gratísima compañía. Le había prometido, además, un espeso caldo de oso curado con avena y de paso arreglar asuntos misceláneos en esa zona de la entidad.

Parecía un gran plan.

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Los demás estaban acusando los primeros síntomas del mal del puerco y se despidieron.

Para no aburrirlos, el caso es que, en el primer tercio de nuestra ingesta, le llegó un whatsapp a Pacorro de parte de la Micah cancelando la cita y una excusa normal, tradicional, predecible: había recibido un mensaje de la señora Kristalina G, quien es la directora o gerente de algo muy importante (no recuerdo de qué en este momento) y la urgía a conectarse vía Zoom “as soon is posible, honey” para que le dijera dónde estaban las fuckin llaves del fuckin Land Rover verde olivo.

 

Micah, para que lo sepan, se encarga de los detalles enfadosos de la cotidianeidad de la Miss Kristalina, quien llegó a ese cargo gracias a la recomendación de la señora Lagarde. ¡La mismísima Cristina la nombró su sucesora con la única condición de dejar en su puesto a Micah!

Así las cosas con Micaela. Una mujer exitosa hasta la náusea.

Cuando terminó de leer el whatsapp, Pacorro se puso, por decirlo con prudencia, incómodo, porque Micah “siempre le hacía lo mismo” … es más, no sólo ella, sino casi todas sus amigas le cancelaban con pocas horas de anticipación los compromisos… cuando le avisaban.

A mí, se los confieso, me pasa igual… pero antes no era así. De hecho, antes nada era así.  Todavía hace unos veintisiete años, mi tasa de “cancelaciones a la mera hora” era del 20 por ciento. Dos de cada diez citas. Un buen promedio. Exitoso, digamos. Esas cancelaciones casi siempre eran por causas entendibles, justificadas, explicables y sin la ventaja “postmoderna” del whatsapp que, incluso, permite terminar cualquier vínculo sin dar la cara.

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Hoy las cosas son diferentes no sólo con el tipo de vegetal que soy. Es algo generalizado y uno termina por asumirlo sin incomodar a nadie. Mi tasa de cancelaciones al día de hoy es la normal: entre siete y ocho de cada diez compromisos me los cancelan o posponen con excusas que de tan recurrentes y chistosas, dan risa.

La más eficaz y ante la cual nada se puede hacer por la relevancia del evento y la tecnología que se pone en marcha, es cuando la parte “potencialmente canceladora” no sabe qué inventar para no cumplir un compromiso. Los sepelios funcionan cada vez menos, los malestares físicos terminan por aburrir… pero cuando alguien “tiene que atender un asunto por Zoom” todo cambia.

Es imposible oponerse a la fuerza de la cibernética. Las reuniones de trabajo en formato Zoom son imposibles de eludir y resuelven el enfadoso “tener que» encontrarse con esa persona a quien no se quiere ver o escuchar (pero no pueden decirle que no la quieren ver o escuchar). “Tener un Zoom inesperado” es de lo más efectivo. Nadie puede negarse a tenerlo y, sobre todo, a espetárselo a quien armó el día para encontrarse con esa persona.

Además, no es necesario ni llamar a la otra parte. Basta ser lacónico por whataspp: “¿qué crees? Me salió un Zoom y es a la misma hora de nuestra cita; de verdad no te imaginas la pena que me da tener que posponer nuestra cita ¡ay, estaba tan ilusionada!” (o ilusionado). En esta falsa excusa, un Zoom siempre emerge como lo hacen los barros.

Me la han aplicado varias veces y me he preguntado si ese pinche Zoom o quienes lo promueven no son capaces de entender que a esa hora se tiene otro compromiso. ¿TODO es más importante que un encuentro con Raúl? (o José o Jorge o Imelda).

Pues chance sí, porque me aplican ese pretexto con frecuencia… y sin Zoom.

Mi amigo estaba enojado justo por eso: armó su día para encontrarse con Micah y ésta se topó con la bendita y oportuna “opción del Zoom” que le permitió seguir con su fin de semana de manera agradable, en compañía de su esposo y su suegra… y sin ver a Pacorro.

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Lo vi tan apesadumbrado que decidí era el momento de lanzarle una homilía: Permíteme -empecé mi perorata- echarte un choro para alivianarte. No es un consejo. Es la experiencia marginal de un tipo con más años que tú en esto de ser un vejete -aquí hice una pausa dramática y esperé a ver la reacción de mi amiguito, pero éste estaba en la maravillosa experiencia de darle un tragote a su coca bien fría que le hacía sentir bien chido en la garganta y dejé que terminara de sentir esa gratísima experiencia rasposa en el cogote. Se volvió a mí, eructó apestosamente y luego graznó: “Suelta tu veneno”. Yo empecé:

Fui paternal: en algún momento de tu proceso de adaptación a la adultez en plenitud te darás cuenta de una cosa: entre más te adentres en los caminos plácidos de la naturaleza vegetal, aprenderás a no incomodarte por las cancelaciones. Serán la norma porque, como todo en esta vida, devenir en vegetal es un pro-ce-so. En general -y enfaticé lo de “en general”- a uno lo pelan por lo que es en la vida productiva, por lo que uno representa y eso es de lo más normal: andar buscando el reconocimiento, el progresar, el conseguir metas, salvar a la patria (o el municipio) y esas macanas esenciales en la vida de cada uno, te vincula con puro sujetoide o sujetoida en las mismas circunstancias. A uno lo toman en cuenta por eso… y no sólo en la vida laboral o profesional, pero el tema es justo el de la feria de vanidades.

Es por eso que nos reímos de los chistes de un jefe o escuchamos con atención su aburridísima trayectoria profesional; por eso ni se te ocurre cancelarle un compromiso a alguien que te puede ayudar. Todo es una inversión que habrá de rendir dividendos. Tú has pasado por la experiencia de ser jefecillo de algo y todos querían que los miraras ¿te acuerdas? Ante ciertos apellidos, te volvías un genuflexo profesional ¿te acuerdas?

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Entre más te alejas de tu etapa de Persona Importante, pasas a ser un recuerdo, una anécdota. Sólo te buscan esos seres que de verdad te querían a pesar de la imagen que te daba una posición laboral, política, de poder o podercito (casi siempre lo último). Pasadas esas vanidades, chance te inviten a presentar un libro, pero, como dice una famosa frase: “hasta eso va a pasar”.

Pacorro puso en duda mis palabras, pero es natural. Prefiere pasar por necio antes de reconocer que alguien le dice algo sensato (y a mí no me considera sensato, by the way). Lo más difícil en esta vida es dejar de ser objeto de la atención de “las masas” -aunque esas masas sean microscópicas- sobre todo porque uno cree que esa atención es por nuestra calidad humana, profesional o política.

Con esto termino, querido Pacorro -le di dos palmadas en el hombro y seguí mi homilía-. Eres nuevo, estás chavo en esto de ser un vegetal. Apenas tienes sesenta años. Eres un inocente mocetón todavía. Tu pasado glorioso aún tiene peso… pero va a pasar (a menos que te conviertas en prócer y esperes homenajes). Atiende a las cosas sencillas de la nueva cotidianeidad y, sobre todo, no dependas tanto de “los otros” para rolarla en esta etapa. Cuando le encuentres el sentido último, germinal y fundacional a la frase “nunca aceptes ir a ningún lado del cual no puedas regresar a pie”, podrás decir, muy ufano “no he vivido en vano” … y bueno, hay que decirlo, uno se vuelve insoportable y debemos hacer un reconocimiento a quienes nos aguantan con nuestros temas de los setenta, ochenta y noventa del siglo pasado.

Pero es que Micah no era así hace doce años -se defendió y me dio mucha ternura.

Pequeño y valiente amigo -me puse en formato Kalimán- los otros andan en otro pedo. Se huelen las flatulencias y son felices así. Nosotros estamos fuera. Atascados de sabiduría que a nadie le importa. Ojalá también estuviésemos atascados de dinero (eso cambiaría todo, claro). Mira, pon atención: hay cientos de Micah (o pedros o luises) en el mundo y cuando les llamas se alegran de escucharte (el peso del pasado) ¿a poco no te sueltan el clásico “no te vas a morir pronto; estaba pensando en ti” e informan que tu llamada llegó en el momento oportuno: “No te imaginas lo que tengo por contarte ¿cuándo nos vemos? Urge”.  Y tú, con todo el tiempo del mundo a tu disposición, propones fecha y te ilusionas… aunque sea poquito.

No te pongas intenso. Los pedros, luises y micahs fueron sinceros en la propuesta de encontrase contigo para chismear, pero nosotros ¡ay, qué cosas! ya somos materia ligera, vivimos -perdona la referencia libresca- en una extraña esfera conocida como la insoportable levedad del ser (no pesamos en el ánimo de los otros como antaño) y justo para eso sirve una reunión por Zoom. Esa cosa vino a resolver uno de los problemas de este presente líquido y ligero cuando se trata de quitarse de encima a alguien a quien no se quiere ver, escuchar o confrontar: “discúlpame, Raúl, pero ¿qué crees? tuve que atender un Zoom, estoy bien apenada contigo”.

Cancelarle a quienes viven la ligereza no es relevante.

No pasa nada.

Ya habrá otro día en que te digan lo mismo: “estaba pensando en ti en este momento”.

Y la historia se repetirá.

Hasta que tú quieras o deje de importarte (recomiendo lo segundo).

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