Revés Online

Expediente Vegetal 16: “las vueltas gratis” de Saccomanno

PREÁMBULO

Leí unas líneas de un tal Guillermo Saccomanno, un argentino que ganó el premio Alfaguara en estos días. Me llamó la atención algo que dicen sobre él en El País (19 de marzo, 2025): «El escritor, guionista y ensayista cree que, con 76 años, está “dando una vuelta gratis”. Escúchenlo parlotear: “No sé si el miedo es una combustión, pero cuando estás metido en una novela te salvás, porque antes de morirte tenés que terminarla”. Por insistencia de sus amigos y su novia, decidió enviar la novela al concurso de esa editorial y entre 725 manuscritos, el jurado eligió la suya por unanimidad. Además de la publicación, el galardón incluye una escultura de Martín Chirino y 168 mil euros»

Las palabras de Saccomanno me pusieron en modo dubitativo y salió lo que leerán a continuación.

PARTE UNO

Hay cosas, pequeños planes en los que uno debería meterse, intentar llevarlos a cabo. No sé si para “salvarse” porque siempre me ha parecido que a uno no lo salva nada y eso de andar cacareando que la escritura puede cumplir esa misión me parece medio mamona; aunque cada quien es libre de encontrar sus tablas salvadoras, obvio, pero sí creo que uno debe darse tiempo de cumplir algunos pequeños sueños porque varios estamos por empezar, como dice Saccomanno, a “dar vueltas gratis” y el miedo sí es una combustión.

En eso estoy de acuerdo con el Premio Alfaguara 2025.

Todos los achaques de la vejez, a los que solemos aludir festivamente alrededor del medio siglo de vida son gracejadas y lo siguen siendo hasta la mitad del sexto piso, cuando empieza a cuartearse el edificio de la dorada “juventud de la senilidad”. A mí, por ejemplo y de manera preocupante, se me olvidan cosas de manera apenas concebible. No entraré en detalles, pero me ocurre.

Todavía no se me olvidan cosas esenciales, pero la sombra ominosa de Leteo (la diosa griega del “puta madre, ya no me acuerdo”) ya está ahí. A “cierta edad” el deterioro es evidente y si no me creen pregúntenle a cualquiera que NO sea fan de las frases de aliviane personal para confirmarlo.

Absténganse de consultar a los devotos de las frases feisbuqueras. No son de fiar.

Algunos se preguntarán a dónde quiero llevar este rollo y les recuerdo que muchas cosas ya se me olvidan, pero retomo el camino de la sinapsis en plenitud de conexiones.  Agárrense que ahí les va.

Hace tres semanas estaba tranquilo, sin molestar a nadie y pensando en Sara Barquinero de manera obsesiva. No están para saberlo, pero desde hace dos meses, esa mujer nomás no me la quito de la cabeza y en unas semanas les voy a soltar toda la sopa sobre ella. En esos trances me hallaba cuando empecé a sentir como agujas en una rodilla. Con eso bastó. Pasé días sin poder caminar como Dios manda y mi hija me llevó a hacer los inefables análisis (lo único peor de tener una hija… es que esa hija sea doctora).

El resultado, para abreviar y decirlo en lenguaje coloquial, es que los “amortiguadores” de mis rodillas -al menos los de la izquierda- están valiendo chetos y me espera una larga temporada de achaques si no me cuido.

También lee:

El agravio del Golfo y la apropiación de los nombres también

Cuando mi hija supo que mi plan para este año era rolarla por algunos países de Europa del Este en compañía de cuatro amiguitos vegetales y que ya estaba (yo) como chile en comal en la fase de los preparativos, sentenció: “lo impediré cueste lo que cueste”, pero fue más allá: “tu viaje a esos lugares lo vas a cancelar si acaso amas tus rodillas. Las caminatas viajeras al otro lado del mundo (e incluso las municipales) te van a pasar la factura si no tomas cartas en el asunto. Debes atender esos padecimientos. Estás a tiempo”.

Saberlo me puso triste y pensé de inmediato en un plan B para ese plan viajero. Uno en donde caminar no sea la piedra angular de nuestros afanes, pero, sobre todo, que no nos tome tantas semanas porque estamos en una edad en donde todo puede pasar.

Para que me entiendan, paso a chismearles un caso de la vida real.

Hace menos de un año, una parejita de amigos se fue a Irlanda nomás de pura onda. Apenas llevaban dos o tres días en Dublín y en cosa de minutos mi amigo se puso grave. De no ser por su mujer, seguro se hubiera calaqueado, se los juro… pero bueno, hoy, eso es anecdótico (aunque fue angustiante). Lo cierto es que sí me puse circunspecto luego de mis dolencias en las bisagras (rodillas) y otros achaques que ostento orgullosamente, sobre todo porque pude librarlos.

Saccomanno

En el caso del viaje con mis amigos, era necesario ajustar al realismo las posibilidades viajeras. Sobre todo, dejar de andar rascándole las bolas al tigre.

Platiqué con tres de los eventuales compañeros de viaje sobre el cambio de planes y aceptaron gustosos. El cuarto viajero se enterará del cambio al leer este Expediente Vegetal. Quise comentárselo hace una semana, pero andaba (él) en otras latitudes y acordamos hablar apenas regrese al municipio. Ya me le adelanté.

Y sí. Quien recién se enterará se llama Gil B, un vegetal recién jubilado. Pongo toda mi fe en que aceptará el cambio porque el dream team con quien se planea el viaje es de alto nivel y es con ellos con quien quiero llevarlo a cabo.

¿Cuál es el plan? Recorrer en tren prácticamente todo Canadá: de Vancouver a Toronto. Cuatro días de viaje ferroviario. Una vez en Toronto, rolarla por algunos lugares de interés.

Miren, no es que sea gacho o egoísta, pero ese viaje lo haré aunque me vaya solo. Por fortuna, los otros tres siguen emocionados y espero que Gil no se ponga mamuca y salga con la jalada de que siempre ha soñado con quedarse un fin de semana en el balneario Atzimba de Zinapécuaro.

PARTE DOS

Por eso me sorprendió el nuevo Premio Alfaguara y sus palabras en la entrevista que le hicieron (si quieren tenerla me avisan y se las mando. Ya tengo una versión en copy/paste para mis lectores y bueno, tampoco crean que es una cosa maravillosa) pero ya saben cómo son los editores de El País. Extremadamente egoístas.

De ese tipo ganador del Alfaguara no sabía nada, pero tiene algo valiosísimo (y no es el Premio Alfaguara, que tiene lo suyo, claro. Nomás 160 mil Euros). ¿A qué me refiero? A que ese cabrón tiene 76 años… ¡y también tiene novia, carajo! Está rete feo el ingrato… pero tiene novia.

Me lleva ventaja en todo.

PARTE TRES Y FINAL

Pienso algo raro: a partir de los sesenta, el paso de los años se metamorfosea. Es como esa cosa de que los años de los perros equivalen a ocho de los humanos. Yo tengo otros datos: luego de los sesenta, cada año es como si se instalaran cinco. Me explico: eso de que “los años pasan” sólo aplica en la juventud y hasta el quinto piso; luego todos los años se nos quedan… y se nota, de tal manera que, en estricto sentido y siendo optimistas, nos quedan “cinco años vegetales de vida” (si tenemos suerte), o sea, con cierto optimismo podemos especular que viviremos hasta los 85 (cinco “años vegetales”) aunque la forma en que llegaremos a esa provecta edad sea otro asunto.

Pero bueno, en el momento actual de mi vida vegetal, ya casi he “dilapidado” dos de esos atípicos “años vegetales” y no es por restregarles mi vida tranquila, pero me gusta creer que soy feliz y cada vez le presto menos atención a más cosas. He seleccionado, bajo mis rigurosos parámetros de calidad, a las personas con quienes me gusta convivir… aunque es bien probable que a algunos de esos agraciados personajes tocados por mi cariño, mi presencia les resulte enfadosa. Mmh, de hecho, así ha ocurrido: me han bateado inmisericordemente de manera directa (por whatsapp) y sin anestesia, pero también mantengo prudente distancia con otras personas.

Nada de hard feelings. Simple distancia.

Pero hay contratiempos muy enfadosos: lo “normal” en este tramo de vida con varios de mis compañeros de ruta y generación, es que les ha dado por morirse. En un año, al menos seis entregaron el equipo. Eran personas con quienes de vez en vez charlábamos y nos caíamos bien. Hasta hoy, al momento de escribir estas líneas, nadie de mi círculo cercano ha entregado los tenis -aunque casi todos andamos cargando varias visitas a hospitales para ser intervenidos de padecimientos que nunca habíamos padecido.

Te puede interesar:

La Llamada, de Leila Guerriero

Pocos ejemplares siguen invictos, olímpicos y sanotes los cabrones. Déjenme contar… a ver a ver a ver…

Uno de ellos, el más jovencito, está a punto de cumplir sesenta y parece una “jacaranda en flor”. Rozagante, sanote, rollizo y feliz en su desempleo autoinfligido y placentero.

Otro está por llegar a la mitad de su séptimo piso y lo único que ha requerido con urgencia es una visión biónica. Hoy, es capaz de leer libros con letra chiquitita y sin lentes (maldito).

Otro casi llega a los ochenta y es la envidia de todo el personal. Incluso presume ser poseedor -y usuario sicalíptico- de una “próstata de adolescente” (dos veces maldito).

La mayoría ya tenemos en nuestro expediente varios ingresos al taller para reparaciones da variada índole: la próstata, los riñones, un cáncer felizmente derrotado, una operación de columna, rodillas que ya no reaccionan a las terapias de choque, requerimientos de oxígeno para poder seguir fumando, otros con un incipiente pulso de maraquero y cosillas así.

Normales pues.

Todos razonablemente tranquilos y sin muchas ganas de salir de casa.

Para mí y algunos vegetales afines -aún en funcionamiento- esos pocos “años vegetales” (cinco si somos afortunados) bien pueden emplearse en ocuparse de cosas esenciales si las posibilidades son las adecuadas o la voluntad está templada por el carácter.

Un viajecito, por ejemplo (si las circunstancias lo permiten).

Comer sabroso y sano en ambientes de alto nivel o a ras del suelo (hay varios precios, pero eso sí, cualquier cosa de alto nivel sale cara… aunque unos tacos de El Jacalito, en Villalongín, son pura ambrosía divina -veinte pesos cada unidad taquera).

Leer mucho si acaso eso les gusta (en libros electrónicos se ahorran un chorro de dinero).

Ver pelis y series a lo bestia (todo mexicano que se respete tiene acceso a alguna plataforma).

Disfrutar de las pocas amistades que van quedando o deciden seguir acompañándonos (sale gratis).

Hacer ejercicio (ahí sí es cosa de cada quien, pero puede ser gratis).

No es poca cosa.

Salir de la versión móvil