El cine mexicano de estos días es, por decir lo menos, sui géneris. Hay quienes dicen que no se le apoya como es debido, y otros creen que el gobierno gasta demasiado en películas que no pasan de ser exhibidas en unos cuantos festivales. Algunas denuncian censura, pero el mismo Felipe Calderón no tuvo problemas para que se produjera y distribuyera con dinero del Estado El Infierno, la cinta de Luis Estrada que denuncia el nuevo México bárbaro. El mismo director le restregó a EPN la mucho menos afortunada La dictadura perfecta, en la que se insinúa que una poderosa televisión está por encima de todos los poderes gubernamentales.
En el México del siglo XXI, las películas nacionales laureadas en Cannes y otros prestigiados festivales fracasan en la taquilla (pregunten a Michel Franco, a Amat Escalante, a Carlos Reygadas o a Fernando Eimbcke) y las cintas que detestan los críticos recuperan lo invertido y hasta ganan mucho dinero (Derbez, Bárbara Mori, Higareda, Alazraki).
En este país de socavones, el premio más importante para el cine tiene nombre de detergente y a nadie le importa, ni siquiera a un jurado que en la última edición condecoró a una cinta que hasta la fecha nadie ha visto.
Sin embargo, y pese a todas las adversidades, aquí estamos viendo películas mexicanas. Algunas mal producidas pero bien interesantes como la punketa Te prometo anarquía; y en el extremo, las mamonas pero con buena manufactura como Nosotros los Nobles. Aquí seguimos recomendando joyas como La Jaula de Oro y pese a los críticos más afilados confiamos en la chilanga Güeros, en la caótica Tenemos la carne o en cualquier pretensión firmada y filmada por Reygadas.
Queremos más documentales como Tempestad, Bellas de Noche o La libertad del diablo, y aunque a veces los odiamos seguiremos yendo a festivales como Morelia, Guadalajara, Guanajuato o Los Cabos.
Dicen que hoy, 15 de agosto, es el Día del Cine Mexicano. Ese que mucha gente odia porque “solo habla de narcos y de violencia”, ese que tantos aman porque es vanguardista y arriesgado. Es lo que hay, y es tan bueno o tan malo como el gusto de cada quién.