CARTELERA RETROSPECTIVA
Pasaron 30 años para que llegara a las pantallas la nueva entrega de la saga post apocalíptica de George Miller, Mad Max: Furia en el camino (Mad Max: Fury road, 2015), noveno largometraje y cuarto de la serie que firma el productor, guionista y director australiano.
Previo a su estreno internacional, la película se presentó en el Festival de Cannes donde formó parte de la sección de cintas fuera de competencia y en nuestro país se exhibió desde hace algunos días en la modalidad de funciones especiales. A pesar de que la prensa ha recibido con buen ánimo este alucinante espectáculo de locura sobre ruedas (hay quien desde ahora la califica como “la mejor película del verano”), el público suele acoger con cierta reticencia a los filmes de género, que suelen debutar con números espectaculares pero que con el paso del tiempo pierden audiencia de manera acelerada.
Desde un principio Miller aclaró que su nueva producción no es ni un remake ni una secuela de las anteriores, la califica más bien como una revisión del universo en el que se desenvuelven los personajes, considerando que ahora, a treinta años de estrenarse la más reciente de la serie, buena parte de la audiencia pueden ser espectadores que poco o nada saben de las originales.
La idea es relativamente simple, el inadaptado Max Rockatansky, atormentado por su trágico pasado decide vagar solo por un mundo desértico en donde la gasolina y el agua son los bienes más preciados. Pero sus planes se desbaratan cuando se ve arrastrado por Furiosa, una guerrera de élite, quien huye de la Ciudadela tras haber arrebatado a un grupo de valiosas “pertenencias” del tirano Immortan Joe. Es en ese momento cuando se desata una violenta cacería de la que pocos saldrán con vida.
Aunque puede funcionar como una simple película de acción por sus abundantes secuencias espectaculares (el propio Miller se defiende aseverando: “el cine de acción es cine puro”), habría que hacer un poco de historia, recordando los años en que el director trabajó en una sala de urgencias atendiendo toda clase de accidentes automovilísticos en su natal Australia, los cuales derivaron en la primera versión de Mad Max (1979), que ha sido, contrastándola con bajos sus costos de producción, una de las más rentables de la industria cinematográfica. La consolidación vino dos años después con Mad Max 2 (1981), rodada con un presupuesto mucho más elevado, con una estética más definida y un Mel Gibson ya situado en el panorama internacional.
Pero al margen de su pirotecnia visual (hay que reconocer la decisión de Miller de minimizar el uso de imágenes digitales para recrear sus accidentadas persecuciones), Mad Max retoma uno de los temas más recurrentes de la ciencia ficción: la destrucción del mundo tal como lo conocemos. La barbarie, el caos y la lucha por la supervivencia se traducen en un entorno en donde los escasos recursos son controlados por un pequeño grupo de personas, “si eso es el apocalipsis, todos vivimos en el apocalipsis”, ha dicho en más de una ocasión el sonriente cineasta.
Tom Hardy no desmerece como el nuevo Mad Max, aunque buena parte del espectáculo se lo roba Charlize Theron, quien con gesto adusto y pocas palabras, logra dar un rumbo a esta estruendosa y a veces agotadora dosis de culto automovilístico. Es cierto, es simple y previsible, pero es también dinamita visual, por lo que seguramente será una experiencia intensa, claro, solo para los amantes del género.