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Ga ga ga ga ga

En una de sus constantes visitas a México, Lady Gaga conoce a Alejandro, un taxista con sex appeal, un auténtico latin lover. Juntos se verán envueltos en una historia que afectará al turismo nacional, por lo que chinampas, nopaleras y volcanes correrán el peligro de perder su sagrada soberanía…

Por Juan Maya Ávila

 

Para Aletita y su ipod.

Aunque en realidad no ha pasado tanto tiempo, digamos, acaso un siglo, no mucha gente sabe (o hablando en términos socráticos: recuerda) de qué manera (un tanto cómica) penetró el capital privado a gestionar, financiar y administrar (ar, ar, ar) el patrimonio histórico de nuestro país. A los mexicanos de ahora, nos es común que una empresa, asociación, magnate o artista patrocine las obras de trabajo en las pocas zonas arqueológicas o naturales aún inexploradas o apoyen la restauración de tal o cual inmueble o bien artístico o en su caso, contraten por cuenta propia a investigadores y creativos de cada una de las ramas del arte, las disciplinas científicas y la cultura. In illo tempore, en el 2021, por decir un año (por cierto, el del bicentenario de la consumación de la independencia) era un escándalo poner sobre la mesa cualquiera de los temas mencionados, y a la menor insinuación, los más puros burócratas e intelectuales salían a las plazas a rasgarse los mantos y cubrir con cenizas sus cabezas, muestra de su indignación ante los vendepatrias. Cabe aclarar que en esa época la mayoría de las zonas arqueológicas se hallaban en total abandono y a merced de los saqueadores, despreciadas por quienes sólo ponían atención a las construcciones magníficas, a las ciudades y culturas “rentables”. El patrimonio arquitectónico era amenazado por las pésimas políticas de restauración y en fin, digamos que tras sexenios de pillaje las instituciones culturales se resquebrajaban.

Algunos hechos anunciaron esta caída. La lista de ellos es larga: la permisión para construir dos centros comerciales de capital norteamericano, de los cuales el primero se erigió sobre un barrio de artesanos teotihuacanos en la ciudad de los dioses; y el segundo destruyó, hasta reducirlo a polvo, el flamante casino de la selva de Cuernavaca; las alteraciones irremediables que al pasar los años hicieron los despistados concurrentes a las zonas arqueológicas durante el equinoccio, y que dejaron a la posteridad un daño irreparable al grado de que nosotros no conocimos la pirámide de los nichos en el Tajín, ni las fauces de Ek Balam y mucho menos el basamento circular de Cuicuilco; también resultó un golpe duro el asestado por Francia, que hipócritamente (y digo hipócritamente porque tenía siglos de propiciar el saqueo) y cuando sirvió a sus fines políticos, puso al descubierto una red de saqueadores y oscuros anticuarios quienes ante la total pasividad del inah y el gobierno mexicano, sustrajeron tesoros invaluables que los países europeos, aún ahora, se niegan a devolver (lo caído, caído, argumentan) y no por ello dejan de señalar incriminatoriamente con el dedo más largo que tienen. El colmo sucedió en el citado año de 2021: el grupo encargado de la conmemoración del bicentenario acusó que en las anteriores fiestas bicentenarias del 2010, se aprobaron técnicas de restauración que ponían en riesgo las estructuras de varios edificios coloniales, al grado de que varias catedrales, conventos y edificios civiles de diversos estilos y ciudades del país, se hallaban al borde del colapso. Incluso, para nuestra desgracia, algunas cayeron.

La primera fue la barda atrial del convento de Tepotzotlán, que antes presumiera ser orgullosa pieza de cantera y tezontle, donde se averiguaban episodios de la vida cotidiana virreinal en finas incrustaciones indígenas, y que por caprichos de munícipes tarugos y autoridades borrachas de poder fue en algún momento repellado con cal y arena para su “conservación”, los detalles de la barbaridad perpetrada se encuentran en la prensa de esos años; antes de llegar el 2021, la barda sucumbió. Igual infortunio sufrió el exconvento de la Concepción y el de San Antonio Abad, en el centro de la Ciudad de México, de los cuales subsisten ruinas. Así mismo, quedó en entredicho la capacidad y sensibilidad histórica y artística de los arquitectos mexicanos, cuando se cayó a pedazos el pobre convento de Corpus Cristi y varios inmuebles de la chimuela colonia Juárez a causa de las intervenciones que provocaron los constructores de los modernos edificios a su alrededor.

           

No quiero hacer la cuenta larga. Sólo diré que un grupo de valientes se decidió a denunciar e incluso llevaron a las cámaras una iniciativa que proponía la participación de capital privado nacional para rescatar ciertas zonas arqueológicas amenazadas por el olvido, era el caso de La Ferrería en Durango, el corredor de arte rupestres del pacífico y los tetzacualcos y cavernas brujas de la Sierra Nevada. Supieron desde el principio que las autoridades del inah se les arrojarían encima con todo su poder en el afán de aplastar sus intenciones, pero resguardaban un as bajo la manga: en cuanto los altos jerarcas comenzaron a protestar, ellos presentaron cierto documental que caló en la opinión pública nacional y extranjera: la costa maya de Quintana Roo estaba prácticamente en manos de capital privado, ni siquiera del país (cundían los argentinos y los españoles) que compró a precios risibles hectáreas de litorales, selvas, manglares y pronto convirtieron esos santuarios en “zonas ecoturísticas”, sin que nadie respingara al hecho de que la mayoría ostentaba, además, ¡su propia zona arqueológica! Y así, los diversos centros de recreación (desde Xel-Há hasta el changarro de doña Pek), balnearios y cenotes extendían sus menús a: “mire usté qué bonito, tenemos lo que es la pirámide maya, que el cenote sagrado, que el idolito de obsidiana a veinte pesos”.

Y nadie, nadie…ningún partido, instituto, centro cultural, etcétera, etcétera, etcétera, dijo jamás nada. Esto abrió un debate, el cual quizá no habría durado mucho. Entonces entró el gremio cementero con una propuesta: querían invertir en la restauración de un patrimonio perdido: las lenguas indígenas de los estados donde ellos operaban. No era gratuito su “gesto bondadoso”, trataban de mitigar el castigo que se les impuso por el deterioro ecológico en el estado de Hidalgo. Gracias a ello, dilataron los de por sí dilatados periodos legislativos y los insurrectos ganaron tiempo.

Así, pues, se abrió el escenario para que entrara cierta reina del espectáculo mundial y pusiera su toque al asunto; ella dio al episodio ese remache necesario para ingresar con bombo y platillo a nuestra absurda y no obstante mágica Historia Nacional. La extinta cantante de pop Lady Gaga. Y es meritorio mencionarlo: también un tal Alejandro, que fue su amante. Ridículo, sí. Pero a veces de lo ridículo nacen las leyes que nos rigen. Sé que resultará ajeno a los estudiosos serios el paso de esta mujer por nuestro país. Sólo es necesario saber que en una de sus primeras incursiones conoció a un latin lover al que llamó Alejandro y tanto impresionó a la pálida cantante su charro de ocasión, que le compuso una pieza musical, la cual ahora solamente recuerdan algunos nostálgicos de la Zona Rosa. She is like revenge in a bucket: palabras oscuras y al mismo tiempo reveladoras. En el fanático y cariñoso público mexicano el detalle caló hondo y se construyó una simbiosis que duró algunos años. En uno de esos años, cuando Lady Gaga caminaba in fraganti y a la medianoche por la banqueta de la avenida Juárez, un taxi se estacionó bruscamente pocos metros delante de ella. El conductor alcanzó a bajar la ventanilla para atajarle el paso a la diva. Era, por supuesto, Alejandro. Para entonces se conocían bien y perpetraban ese tipo de encuentros furtivos con la mayor naturalidad.

La invitó a subir y bueno, se sabe de sobra que ella no era remilgosa. Mmmmm, noche tropical, desfile de piel, pelos…diamantina. En la comarca de Garibaldi abundaban los lugares para satisfacer a la reina. Siempre Garibachas. Es una pena que Monsiváis muriera años antes, sino, habrían inscrito en la infinita noche un trío anómalo. Sin embargo, el rubicundo gatófilo no les hizo falta. Del exceso y el pecado provienen personajes carnavalescos que a lo más chupan sangre y se van. Casi nunca, en realidad, matan. Pura mala fama. Tan es así que la Lady Gaga salió ilesa de la mano de su taxista Alejandro. Con todo y que terminaron en el hotel Aztecas fumando con el clan de las pirujas asesinas, ante los ojos de despiadados padrotes, infames drogadictos y lo que es peor: policías. Nadie reconoció a la platinada narigona, la dejaron en paz e incluso sonrieron ante el carácter jocoso de esa “gringuita” que se deshacía en carcajadas. La naciente luz matinal les agüó la fiesta en la plaza. Alejandro tomó a su lady y la llevo al taxi. Ella se desparramó en el asiento y recargó la cabeza en el cristal. El sueño la venció. Es una lástima. Se perdió del bello espectáculo que es mirar el amanecer cundir por las faldas de las sierras sureñas: del Teuhtli al Ajusco. Y calzada de Tlalpan derecha como la garganta de un telescopio que enfoca bien la impresión del paisaje. Ella no lo vio. Alejandro sí, pero no quiso despertarla. Una verdadera lástima, quizá habría escrito una bella canción.

Al llegar a Milpa Alta la despertó. Se bajaron en el centro. Aún no había gente en las calles. Los únicos eran los tamaleros madrugadores. Con uno de ellos compró Alejandro el desayuno. Los dos devoraron sus respectivas güajolotas. La Gaga estaba tan borracha que no respingó. O quizá hasta le gustó. Su latin lover enfiló por el camino que lleva al volcán Teuhtli. Le dijo: “te quiero enseñar algo muy bonito”. A ella, excéntrica, le pareció un paisaje excéntrico: selvas de nopaleras contenidas por tecorrales amurallaban el camino. Un basamento piramidal por aquí, un baño Temazcal en ruinas por allá y aunque parezca mentira, resultó que la Lady Gaga sí los reconoció y le rogó a Alejandro detenerse en un terreno que le pareció muy bello pues en el centro se erigía una antigua e inexplicable construcción, una especie de iglú de piedra (esa fue la primera imagen que se le vino a la cabeza a Gaga) donde al entrar ambos cuerpos quedaron unidos y sus manos nerviosas se buscaron. La pareja estuvo allí lo suficiente como para que al salir el sol matinal les lastimara los ojos. A ella le pareció increíble que ese campo tan verde todavía pudiera llamarse Ciudad de México. Él encontró en el suelo un malacate con esgrafías de estrellas y lunas que le daban la vuelta. Lo puso en la palma de la mano femenina y ella, fascinada, lo observó: pequeño monte de barro, pieza mágica, mil años contenidos en polvo cocido. Cuántas sensaciones para esa noble alma que no soltó el regalo y lo llevó prendido a su cuello hasta el fin de sus días.

Prosiguieron el ascenso y al llegar a la cima del volcán a ella le pareció una pétrea ágora. En los relabios que protegen al cráter están las partes altas. Alejandro escogió un templete donde sentarse. Por fin se abrió a los ojos de la Gaga el tesoro que con tanta ansia querían mostrarle: una visión, una postal llegada de muy atrás, de un tiempo en que existió la ciudad más bella del mundo, el fuego oculto entre las aguas. Las humaredas que se escapaban de las cocinas y la bruma mañanera hacían misterioso el horizonte. Los caseríos se alzaban entre la tierra móvil de las chinampas. Otro volcán pequeño, con forma de ombligo, flotaba a mitad de un lago místico, hermano menor de los otros titanes secos. Si ella hubiese sabido que eran aguas negras las de esos reductos de lago. Pero nunca supo. Tampoco se enteró que todo ese paisaje era un espejismo, abajo cundían colonias infrahumanas o caseríos debatiéndose míseros centímetros con parcelas sucias y solares muertos. Alejandro tampoco le dijo nada. Ni siquiera pensó nunca en ello, él es mexicano y los mexicanos nunca piensan en eso. Si se quieren sentir mexicanos toman pulque, no piensan en eso.

Alejandro disfrutaba el paisaje. Le hacía recordar cuando su padre y su abuelo, miembros de una cuadrilla de concheros, lo obligaban a subir en las madrugadas y lo sentaron cien veces en ese mismo terraplén para contarle historias de la vieja Milpa Alta, historias como las que cuenta Librado Silva Galeana y que ahora a pocos, muy pocos, llaman la atención. En fin, él pensó que quizá a Lady Gaga le gustaría saber algo de nahuales, hierbas alucinógenas o las ruinas escondidas en las faldas del Teuhtli. Recrear la escena resulta casi irresistible: Alejandro narra una a una las historias de esos lares sin dejar de mirar el horizonte preclásico, con el sol bañándole el rostro y Lady Gaga escucha al que ahora se ha convertido en una estatua de bronce, bella, sabia, parlanchina estatua de bronce. Y cuando ha oído suficiente sobre esos lugares, se levanta para abrazar del cuello a su hombrestatua y lo besa y pide que ya no hable pues a cambio ella restaurará sus tiernos sueños, sus hermosas visiones del pasado. El narrador no entiende. Ella delira. Acerca sus labios al oído de Alejandro y antes de derretirse en sus brazos le susurra urgentes versos o ya plegarias: Call my name, you now it…i am your babe and I wanna a kiss, a hot kiss like Mexico.

A ese buen amante de nombre Alejandro, algunos han querido construirle una estatua en los patios del Museo Nacional de Antropología e Historia. Cierto es que le debemos la resolución de los debates en las cámaras legislativas. A él y a la promesa de su lady quien tuvo palabra y cumplió. La Gaga, luego de retozar en las cimas del Teuhtli, regresó a su país unos meses después no sin antes dejar abierto un fideicomiso e instrucciones precisas a un grupo de intelectuales (mexicanos) que se harían cargo del rescate arqueológico de la zona Xochimilco, Milpa Alta y anexas. El regalo para su Alejandro. El gobierno mexicano se burló de lo que al principio quiso considerar como chismes de la farándula, pero el fideicomiso era tan nutrido en lo económico que llamó la atención de la Unesco y del primer mundo. Siendo así, al gobierno no le quedó sino doblar las manos y comenzó a abrir la posibilidad de que cierto capital escogido incidiera en la exploración y conservación del patrimonio nacional. Al día siguiente de las nuevas promulgaciones, la primera en venderse ante el terror del alumnado y del personal docente, fue la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Su comprador resultó ser la unam.

Basta añadir que a causa del fideicomiso “Ga ga ga ga ga”, además de precipitar el asunto legislativo, se descubrió la zona arqueológica más grande de nuestro continente hasta ahora registrada, la cual incluye áreas con profusos petroglifos, antiguos campos de entrenamiento militar xochimilca, una especie de alcabala mexica, el puerto lacustre de Ayotzingo, casas enteras con verdaderos muros y techos de la época prehispánica, sofisticadas infraestructuras agrícolas que incluyen métodos de captación de agua (y a la postre sirvieron a los científicos para solucionar el problema hidrológico del sediento Distrito Federal y el oriente del Estado de México), una red de intricados caminos pavimentados y almenados que es tan enmarañada como para rivalizar con cualquiera de los laberintos del mundo, ciento veintisiete metros cuadrados de maquetas, ochocientas cincuenta pinturas murales, más de dos mil terraplenes y adoratorios de arquitecturas inéditas, doce changos de obsidiana de tres metros de alto, mil quinientas semillas de la desaparecida especie datura tezcatlipocae halladas dentro de un cofre de piedra en la tumba de un mago, y en tres distintas cavernas de la cerros Ayaqueme, Tenayo y Chinconquia se hallaron igual número de códices, a saber: los Anales de Malacachtepec (Milpa Alta), Tla xi hual huia Nahualtecuhtli o de cómo adorar a los nahuales (correspondiente al pueblo de Tenango del Aire) y el ahora afamado Libro sagrado del guerrero imperial (recuento de doscientos treinta y cinco relatos rituales entre los que se incluye la verdadera etimología de México).

*Juan Maya Avila (Tepotzotlán, 1980) ha colaborado en diarios y revistas de toda la república, así como en diversas antologías literarias entre las que destaca Estación central (Ficticia, 2008). Formó parte de la redacción del desaparecido suplemento de libros Hoja por Hoja y fue becario en la Fundación para las Letras Mexicanas durante los ciclos 2006-2007 y 2007-2008. En este año aparece La Venganza de los Aztecas (mitos y profecías) obra con la que ganó el Premio Internacional de Cuento, Mito y Leyenda Andrés Henestrosa 2012.

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