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García Márquez no quería un Nobel, quería el Oscar

“Tu siempre en medio [estorbando] como el jueves”

MARÍA MOLINER, DICCIONARIO DE USO DEL ESPAÑOL

Primer ojo morado fílmico: los jueves no sirven ni para morir, ni meterse al cine

Gabriel García Márquez escribió que “los jueves no sirven ni siquiera para morir”, y vaya paradoja porque el novelista, que además de enterarse un jueves muy temprano —pero del año de 1982— que había ganado el Premio Nobel de Literatura, falleció el jueves Santo, al mediodía, a los 87 años de edad, en la temblorosa Ciudad de México. Agregar que “el mejor oficio del mundo”, como tildó al periodismo García Márquez –el cual ejercía a la par de la literatura–, hizo que los periodistas en tiempos de Internet se pusieran a trabajar en uno de los “mejores” días para estar en silencio, emprender la huida al mar o adelantar notas atrasadas.

Para el escritor colombiano, radicado en México por décadas y hasta el día de su muerte, el jueves también era un día híbrido. Así lo plasmó “Gabo”, como solían llamarlo conocidos y extraños, en esa nota titulada “Jueves”, compendiada en su libro de Textos Costeños, Obra periodística, volumen I, 1948-1952, (Brugera, 1981) y agrega que ese día es: “Una torrija del tiempo, sin sabor ni color, sin otra justificación que la de obligarnos a gastar un pedazo de vida que podríamos utilizar en cosas útiles.”

El jueves, además, tampoco era un buen día de la semana para gastarlo en meterse al cine, ya que el 12 de febrero de 1976, en la función de La odisea de los Andes, el ahora también Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa le dio un puñetazo en el rostro al autor de Crónica de una muerte anunciada.

Hasta hoy continúa la leyenda de lo sucedido a las afueras de la proyección que estaba por iniciar, precisamente un jueves en la Ciudad de México, pues no se sabe en realidad por qué el escritor peruano no dejó ni pronunciar dos palabras a su amigo colombiano, quien al abrir los brazos y decirle: “¡Hermanito…!” (¿o Mario?), cayó noqueado al suelo.

Queda el silencio de Mario Vargas Llosa al respecto y una imagen del fotógrafo Rodrigo Moya, tomada dos días después del altercado, en la que el autor del Relato de un náufrago mostrara su cara con una amplia sonrisa y el ojo izquierdo amoratado, como si fuese la clásica broma infantil de invitar a mirar detrás de una cámara manchada previamente por pintura. El cine le jugó bromas muy macabras al Premio Nobel.

Segundo ojo morado fílmico: sus novelas al cine

Es sabido que el escritor colombiano venerado por millones de personas en el mundo fue al mismo tiempo un cineasta en permanente frustración. Gabriel García Márquez estudió cine en el Centro Sperimentale di Cinematografía, en Cinecittà, de Roma, en 1955, mismo año en que publicó su primera novela La Hojarasca.

Así, el 2 de julio de 1961 —con veinte dólares en el pantalón, cuenta la leyenda— viajó a México, junto con Mercedes Barcha Pardo, su esposa, y su hijo Rodrigo —cineasta por cierto y con filmes nacidos para el olvido—, con la idea obsesiva de hacer cine.

Sus novelas, incluso, estaban pensadas como si fuesen películas. Tal como sucede con El Coronel no tiene quién le escriba (1961), la cual no era literatura sino cine, su estilo narrativo es similar al del montaje cinematográfico, ya que “la novela se desarrolla con la descripción de los movimientos de los personajes como si los estuviera siguiendo con una cámara”, explicó alguna vez García Márquez. De hecho más adelante acabó vendiendo los derechos para su realización, pero el resultado a cargo del director de cine mexicano Arturo Ripstein fue decepcionante porque no consiguió una “estrella” —según el novelista— que lograra darle vida al personaje sin caer en concesiones de tipo comercial.

El Coronel no tiene quien le escriba, la peli de Ripstein que no le gustó al Gabo

Esto es curioso porque si algo le gustaba a Gabo, según cuenta el crítico de cine Jorge Ayala Blanco, era el cine comercial. “Tanto en cine como en la música le gustaba lo popular. Platicábamos de los estrenos. Recuerdo que celebró cuando llegaron a México las películas de Elvis Presley, quien le parecía un chico simpático e inofensivo”, comentó el crítico de cine a Héctor González en una entrevista publicada en el sitio de la revista Vértigo Político días después de fallecido el literato colombiano.

Ese mismo año que llegó a México, realizó el guión de El gallo de oro, una novela del escritor Juan Rulfo, el cual tenía un problema: “que los diálogos estaban en colombiano y no en mexicano” (de Piedad Bonet, en la revista colombiana Nómadas, núm. 23, octubre, 2005, pp. 145-161), por lo cual se asoció en su ejecución con el novelista mexicano Carlos Fuentes. Aunque esperaba trabajar sólo en sus guiones de cine, también tuvo que laborar en algunas revistas y en la agencia Walter Thompson México, donde era redactor publicitario. El dinero para vivir seguía siendo insuficiente. El nacido en Aracataca, Colombia, había logrado su “sueño”: entrar al mundo del cine.

Su próximo trabajo fue directamente un guión basado en una historia original: Tiempo de morir (México, 1965), la ópera prima del cineasta Arturo Ripstein. La idea se le ocurrió un día que volvía a casa y descubrió al portero —un antiguo matón—, que tejía un suéter y se dijo asimismo que ahí había “una historia… y cinematográfica. […] Arturo [Ripstein] demostró con la película que es un excelente director, pero jodido porque está completamente metido en el sistema. De todas maneras la película tiene momentos preciosos”, apuntó. (De Miguel Torres, en “El novelista que quiso hacer cine”, en: Revista de cine cubano, La Habana, 1969). Tal vez para el desembrujo de su no tan buena relación con el cine, es que se fue de vacaciones con su familia al puerto de Acapulco, pero en la carretera, metidos en el auto, vino la resolución a su emblemático Cien años de soledad (1967), el cual también, dijo, nació de una imagen “cinematográfica” que fue la de un viejo llevando a un niño a conocer el hielo. “Ese niño era él y el viejo su abuelo, que alguna vez lo llevó al circo a conocer un dromedario.” (de Bonnet Piedad, en revista Nómadas)

García Márquez se enfocó en esa novela, la cual se negó a que fuera llevada al cine. Más adelante, vino una crítica a Gabriel García Márquez, no en referencia a sus guiones cinematográficos sino a su trabajo literario. El comentario fue del cineasta Pier Paolo Pasolini, en su artículo publicado en la revista Tempo, el 22 de julio de 1973, con el título de “Un escritor indigno”. A Pasolini le pareció un lugar común considerar la novela Cien Años de Soledad como una obra maestra.

“Este hecho me parece absolutamente ridículo”, afirmó el también poeta y continuó: “Se trata de la novela de un guionista o de un costumbrista, escrita con gran vitalidad y derroche de tradicional manierismo barroco latinoamericano, casi para el uso de una gran empresa cinematográfica norteamericana (si es que todavía existen). Los personajes son todos mecanismos inventados —a veces con espléndida maestría— por un guionista: tienen todos los “tics” demagógicos destinados al éxito espectacular”.

Tercer ojo morado fílmico: “Séptimus” y su escuela de cine

Gabriel García Márquez comenzó a reportear a los 21 años para el diario El Universal de Cartagena y luego para El Heraldo de Barranquilla, en donde comenzó a escribir crítica cinematográfica con el seudónimo de “Séptimus”—. El ladrón de bicicletas (Italia, 1948), de Vittorio de Sica —a quien conoció algunos años más adelante—, fue su primera película que sometió a la crítica: “una película invulnerable, de las muy contadas que no admiten objeciones desde ningún punto de vista”.

En el estupendo artículo del crítico de cine argentino Guadi Calvo, “Gabriel García Márquez, del cine y otros demonios”, explica como el escritor se topó con el cine antes de estudiar Derecho.

En 2002, el escritor colombiano Jorge Franco exploró, en un artículo publicado en El Tiempo de Colombia, la relación del Nobel de Literatura con el cine. Ahí, explica que “En Roma, [García Márquez] se inscribió en el Centro Experimental de Cinematografía con el apoyo de Fernando Birri, director argentino que más tarde dirigió una adaptación de “Un señor muy viejo con unas alas enormes”, y quien también fue su cómplice para realizar, 30 años después, el gran sueño de ambos: crear una escuela para enseñar, producir y promover el cine latinoamericano. Birri y García Márquez son los fundadores de la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños en Cuba.

El gallo de oro, con la complicidad de Rulfo y Gavaldón

Días después de la muerte de García Márquez, en la revista Letras Libres el periodista cultural Rogelio Villarreal apuntó que el cine y el Nobel mantuvieron una prolongada relación mal avenida y apunta: “La mayoría son producciones olvidables, y acaso la excepción la sea El gallo de oro (de Roberto Gavaldón, 1964), coescrita con Juan Rulfo”, en el texto “Memoria de mis putas tristes: el cine, la moral y la literatura”, Villarreal incluye lo siguiente: “Quizá poco más de una veintena de títulos de filmes mexicanos y coproducciones entre Cuba, Colombia, Chile, Italia, Venezuela o Dinamarca —desde En este pueblo no hay ladrones (Alberto Isaac, 1965) hasta Memoria de mis putas tristes (Henning Carlsen, 2011)— sean suficientes para demostrar la ingratitud del séptimo arte con el escritor colombiano. Entre las fallidas películas vinculadas a su pluma están, por ejemplo, La viuda de Montiel (Miguel Littin, 1979), Crónica de una muerte anunciada (Francesco Rosi, 1987) y Un señor muy viejo con las alas enormes (Fernando Birri, 1988), además de El amor en los tiempos del cólera (2007), tedioso melodrama que mereció un Globo de Oro por mejor canción original… de Shakira”.

Gabriel García Márquez le dijo alguna vez a un periodista con el que charlaba sobre esta misma relación: “Te sugiero una frasecita para que cierres el reportaje: ‘el cine y yo somos como un matrimonio mal llevado, no puedo vivir ni con él ni sin él’” como la de “’un matrimonio mal avenido’”.

Ese jueves Santo de 2014, en que falleció Gabriel García Márquez, un comentarista de cine colocó en Facebook una fotografía con el Nobel: “Descanse en paz —si puede— el escritor Gabriel García Márquez”.

Cuarto ojo morado fílmico y último: Gabo, Mario y Cien años de soledad

En este ensayo sólo quedará una pregunta sin respuesta: ¿Acaso Gabo hubiera renunciado al Premio Nobel de Literatura por acariciar un Oscar en la categoría A mejor director, por su película Cien años de soledad, con actuación estelar de Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler? Nunca lo sabremos pero aquí creemos que sí.

*Texto que amablemente nos comparten nuestros hermanastros de Los Cínicos

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