Por Raúl Mejía
Me sumergí en el mar de Google para darme una idea: ¿desde cuándo Suecia existe como país unificado? Me encontré en dificultades pues podía ser desde 1523 cuando incluso decidieron adoptar las ideas luteranas en materia de divinidades; podía ser a partir de 1772 con algo conocido como “la monarquía absoluta” o con su modernización en 1866.
Elija la fecha. Es igual. Lo cierto brinca por el lado geográfico: Suecia siempre ha tenido una cercanía de menos de cien kilómetros con Alemania en sus distintas versiones (ese país, ya se sabe, ha modificado fronteras varias veces).
Quien esto les escribe se pregunta, muy perturbado por los recientes acontecimientos futboleros, si los padres y madres de los suecos actuales, los que alinean en la selección nacional de fucho, alguna vez, en su tierna infancia les hablaron de un profeta llamado Gary Lineker, quien en uno de sus más célebres sermones apuntó que el futbol era un juego de once contra once y al final ganaba Alemania. ¿No lo contaron a sus rubios escuincles desabridos un poco antes de irse a dormir?
Entonces es obvio que la versión actualizada de esa célebre frase la cargarán como el Pípila mexicano por varios mundiales… y no los queremos en México por pinches babosos. Vean la recién acuñada frase de LIneker traducida por mí:
“El fútbol es un juego simple: 22 hombres persiguen la pelota durante 82 minutos. A los alemanes les expulsan un jugador, entonces 21 hombres persiguen la pelota durante 13 minutos y al final, de alguna pinche manera, los alemanes siempre terminan ganando”.
No hay ser humano sobre la faz de la tierra que ignore algunos preceptos básicos cuando de los alemanes se trata: no basta con irles ganando en el minuto 91 de juego; no importa si les expulsaron a la media cancha completa y un extremo izquierdo; es irrelevante si están jugando con suplentes o si son enanos o les falta un ojo.
Nada de eso importa.
A los alemanes, como a las cucarachas (seres eternos y perfectamente capaces de sobrevivir a la noche de los tiempos) hay que impedirles cualquier posibilidad, cualquier intersticio infinitesimal por el cual puedan seguir controlando el balón. Los alemanes juegan hasta la última centésima de segundo… y eso lo olvidaron los suecos.
¿Alguien se acuerda, en medio del frenesí en que vivimos los mexicanos y de tener “la mejor selección de la Historia», cómo nos traían en los últimos diez minutos del encuentro de hace poco más de una semana?
Si no salieron las cosas mal fue porque se contrató y vilipendió hasta el hartazgo (soy parte de eso) a un entrenador colombiano necio y que éste juntó a una mayoría de jugadores atemperados en Europa con el fin de controlar a los bárbaros alemanes (“bárbaros” por cabrones; no por elementales o faltos de fe luterana).
Se logró el objetivo: ganar el juego, pero eso fue todo. No ha ocurrido nada más. No hemos calificado. No se ha hecho nada asombroso. Si pasamos a la siguiente ronda será lo normal. Lo hemos hecho desde 1994. Lo asombroso es lo que hacen los hijos de… Goethe.
Los medios de comunicación, incapaces de serenarse y tropicales mentales -como marca el reglamento- empezaron a ver, en 45 minutos bien jugados (y sólo eso) a la mejor selección mexicana de la Historia -con mayúscula.
El sábado, todo mexicano digno de ese patronímico lo supo: Alemania puso al Grupo F del Mundial en condiciones de presión y temperatura extremas. Anotó en el cabrón minuto 95 el gol del triunfo. Clásico de las hordas germánicas. ¿Acaso los aztecas ya aprendimos la lección y los suecos siguen siendo pálidas versiones vikingas de Leif Erickson… pero sin neuronas?
Todo indica que sí. No les hace sinapsis el sistema neuronal a los gélidos rubios.
Confiemos, en cambio, en que nuestros moctezumas postmodernos ya no verán augurios nefastos cuando pasen las estelas vikingas ni se le hincarán nunca más a cualquier baboso que se parezca a Quetzalcóatl. Amamos la historia. Aprendamos de ella. Los suecos no lo recordaron.
¡Ay, qué pinche complicada se ve la última jornada de la fase de grupos, amigos y amigas!
Los suecos, según me cuentan, andan bien enojados y miran con rencor a todos los mestizos que pasan por su hotel. Para ellos todos son México y en sus celulares sólo ponen música clásica que es patrimonio de la humanidad. No a Wagner por aquello de lo magnífico, sino a Led Zeppelin por aquello de lo objetivo. Me cuentan que se la pasan escuchado la chillona voz de Robert Plant entornando los ojitos y cantando la invasiva rola conocida en México como “la canción del inmigrante” que les dejo en sus líneas iniciales:
(Aquí va un grito muy intimidador)
We come from the land of the ice and snow,
From the midnight sun where the hot springs blow
The hammer of the gods
Will drive our ships to new lands,
To fight the horde, singing and crying,
Valhalla, I am coming!
On we sweep with threshing oar,
Our only goal will be the western shore!
¡uy, qué miedo!
No es broma.
Ya se enojaron y no podemos responderles con la siempre bien apreciada cortesía mexicana… ni gritando la pendejada de «eeh… puto», por favor:
(Aquí va un suspiro gemebundo)
De la sierra morena cielito lindo, vienen bajando…
Un par de ojitos negros cielito lindo de contrabando…
¡Ay ay ay yay… canta y no llores!
El miércoles no será de plaza… o sí, pero en donde festejemos la derrota de los fuckin hijos de Leif Erickson. Nada de cuidar el resultado. México necesita 98 minutos al nivel jugado con Alemania hace poco más de una semana. Los suecos se enojaron bien gacho. Andan enchilados y nosotros sabemos del asunto de las enchiladas porque nos la aplican cada rato (la próxima, el 1 de julio).