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Grafitero o vándalo; esa delgada línea…

Por Jorge A. Amaral

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Cuando se dio a conocer que unos individuos habían pintado un grafiti enorme en Las Yácatas de Tzintzunzan, alguien hablaba de la importancia de que en cada primaria, en cada barrio, en cada núcleo social, estuviera un historiador concientizando a la gente y, sobre todo, a las nuevas generaciones sobre la importancia de preservar el patrimonio artístico, arquitectónico y cultural que aún conservamos, y con eso se evitarían incursiones como la de aquella zona arqueológica. Quizá quien lo dijo estudió en la Facultad de Historia y por eso planteaba la necesidad de ampliar el campo de acción de los egresados de esa carrera, no lo sé.

Al escuchar ese tipo de comentarios recordé que yo también estuve en la primaria y que toda mi vida he vivido en núcleos sociales; también recordé que desde niño se me enseñó a respetar, a no andarme con pendejadas, a no destrozar las cosas.

Pero también recordé que no necesité que ningún historiador me concientizara sobre qué tan importantes son los monumentos arquitectónicos para no dañarlos, como tampoco requerí que un experto en urbanística me aleccionara sobre por qué no es bueno grafitear la casa del vecino ni tirar mi basura en su jardín. Lo único que necesité fue la buena educación y disciplina de mis padres y algo de sentido común.

No es que yo sea muy puritano y por ello esté en contra de manifestaciones como el grafiti, de hecho un buen trabajo siempre me va a gustar y por eso lo reconoceré y elogiaré, pues hay verdaderas obras de arte urbano. Incluso en una ciudad tan jicarera y mocha como Morelia he podido observar excelentes obras. Lo que siempre he criticado -y no dejaré de hacerlo- es el abuso de ciertas libertades, como poner un tag incomprensible que nadie -en verdad, taggers del mundo, nadie- agradecerá en la fachada de su casa o en un monumento arquitectónico.

Pero tampoco hay que hacer tabula rasa pues hay diferentes tipos de grafiti con diferentes funciones, como aquellos que sirven para delimitar la zona de influencia de una pandilla para que las demás lo sepan y entiendan el riesgo de meterse a otros barrios, de donde posiblemente salgan golpeados, heridos o muertos; están aquellos a modo de consigna, que sirven para manifestar una inconformidad, una crítica o un reclamo al gobierno y al sistema, son los que tienen un mensaje político y social como el tan popular en México «vivos se los llevaron y vivos los queremos», o «Zapata vive, la lucha sigue», además del «2 de octubre no se olvida».

En Sudamérica, por ejemplo, existe el escracheo, cuya finalidad es hostigar a políticos y otras figuras públicas indeseables, que incluye protestas pacíficas y pintas para alertar a los habitantes aledaños con cosas como «su vecino del número 354 es un genocida», «usted vive junto a Juan de las Pitas, un corrupto» o «en esta casa vive un nazi». Pero están también aquellos grafitis que una mañana aparecen en un muro o en un puente como intervenciones artísticas en espacios públicos, y por lo general son murales con un mensaje político, social, ecologista o artístico.

Pero del arte urbano y la denuncia social a que un tipejo cualquiera decida hacer un garabato en una casa sin estar en una zona de pandillas, sin que ese garabato se entienda o sin que sepamos ni nos importe quién coño es Cox, y eso asumiendo que se alcance a leer lo que dice, pues hay un mundo de diferencia.

Y digo, ¿cómo calificar a la familia que estuvo en la Peña de Bernal y dejó constancia de ello o a esos que pensaron que Las Yácatas se verían mejor con un placazo gigante?, ¿cómo llamarle al que en una acera cerca de mi casa denunció con aerosol rojo que son «putos todos», o a Deck, el rudísimo hideputa que puso su tag en la fachada de mi casa? Corrió con suerte de que no lo sorprendiera, pues quién sabe en qué estado lo hubiera mandado a su casa.

Claro que, aunque nos pueda pesar, así como Deck, quienes grafitearon Las Yácatas fueron congruentes con la idea del grafiti, pues este elemento de la cultura hip hop es ante todo subversivo, clandestino, y esa es la gran diferencia entre los grafiteros y los llamados artistas urbanos, ya que los primeros no piden permiso, no tienen que hacerlo, por eso actúan en las sombras y en el anonimato, y los segundos participan en campañas convocadas por el gobierno para plasmar su arte en muros y columnas de espacios públicos que de todos modos, tarde o temprano, serán pintarrajeados, y de tener un tag incomprensible y absurdo a un mural que acompañe una placa del gobierno, pues obvio que las autoridades van a preferir lo segundo.

Ahora bien, en cuanto a Deck, para que no vuelva a vandalizar la fachada de mi casa he optado por no borrar su placazo, pero no se puede hacer eso en Las Yácatas por tratarse de una zona arqueológica y, por ende, turística, así que habrá que ver qué hacen las autoridades para devolverle a ese espacio su aspecto original, lo que no será nada barato ni mucho menos fácil.

¿Es bueno?, ¿es malo?, ¿es vandalismo o una expresión legítima?, son preguntas que no hay que dejar de hacernos y de hacerles porque ellos deberían planteárselas, incluso quienes, durante una marcha, suelen dejar pintas como «Atotzi vive», «Tiri vive», «ONOEM vive», «gobierno represor» y toda una serie de consignas para reivindicar al proletariado, consignas que precisamente alguien del proletariado se encargará de borrar, pues ni el cerdo imperialista ni el hijo del burgués lo harán.

Y en cuanto a Deck, si estás leyendo esto pequeño recabrón, haz un buen grafiti y te regalo uno de los muros de mi casa, palabra.

 

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