La figura de la madre es fundamental en el cine mexicano. Al pensar en ello, quizás la primera imagen que viene a la mente es la de aquella mujer asexual, abnegada y llorosa que vino a este mundo a sufrir. El personaje de la madre en el melodrama familiar se nutre hasta la fecha de las interpretaciones de Sara García en Mi madrecita (1940) y de Marga López en Corona de lágrimas (1968), en donde las protagonistas sufren por la ingratitud de sus retoños pero aceptan mansamente el destino que les tocó.
Pero los tiempos están cambiando y surgen nuevas maneras de representar a la madre en las pantallas. Es el caso de Huesera (2022), la ópera prima de Michelle Garza Cervera. La protagonista es Valeria (Natalia Solián), una joven que tiene dificultades para asumir la maternidad, al grado de convertir todo ese temor y repulsión en una entidad sobrenatural que amenaza su existencia.
Resulta significativo que la primera secuencia de la película sea una peregrinación a una enorme escultura guadalupana, no solo como indicador del apego a los valores tradicionales de las personas que acuden a estos lugares, sino también por la figura de la Virgen, que cumple en buena medida con las características de la madre del melodrama mexicano. Valeria y su progenitora suben la empinada escalinata del lugar para pedir el milagro: un embarazo. Las plegarias son escuchadas y en pocas semanas la joven recibe la esperada noticia. Pero, ¿es realmente lo que ella desea?
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Una reunión familiar con motivo del 10 de mayo nos permite conocer el entorno en el que creció la protagonista: padres rígidos, una tía que nunca se casó y la hermana, madre soltera de dos escuincles insufribles. Pero lo más importante de esta visita es que nos revela el poco apego que siente Valeria hacia los infantes. No es un tema menor en una familia que sobrevalora la maternidad, para ellos tiene más importancia la madre soltera amargada y desempleada, que la tía sin hijos destinataria de todo tipo de comentarios hirientes.
Los temores de la futura madre se acentúan con la renuncia. Renunciar al cuarto donde fabrica muebles para cedérselo al bebé y renunciar a las relaciones sexuales porque la pareja piensa que se puede dañar el producto, en resumidas cuentas debe renunciar a su independencia. Sus miedos se convierten en un monstruo que la acecha por las noches y la tensión se manifiesta en un escabroso tronar de huesos, característico de la entidad que la acecha.
Michelle Garza tiene una inclinación natural hacia el horror, hasta antes de esta película su filmografía estaba conformada por una serie de cortometrajes del género. No es extraño que transforme los sentimientos de su protagonista en un ente fantástico que la aterroriza. La directora decide adentrarse por ese riesgoso camino y aunque tropieza no cae, no del todo.
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Fuera de una extraña mujer saltando desde un balcón para aparecer segundos después arrastrándose por el pavimento con los huesos expuestos, hay muy pocas secuencias para destacar que aludan al género. Para colmo, nos ofrece cerca del final un ritual de exorcismo pobremente logrado. Quien espere ver la típica cinta de terror repleta de sustos fáciles seguramente saldrá decepcionado.
Huesera podría haber funcionado de igual manera sin adentrarse demasiado en el aspecto sobrenatural. Claro, tal vez hubiera sido más difícil de comercializar (es impresionante la cantidad de salas en las que se pudo ver en su semana de estreno), pero la historia de una mujer que decide renunciar a la maternidad para enfocarse en resolver su vida tiene suficiente peso como para que la película decaiga.
No es un tema menor para los tiempos que corren, Michelle Garza logra exponenos con firmeza el caso de una mujer que se enfrenta a la presión social y que elige, en vez de una cárcel disfrazada de hogar, su independencia.