DESDE AQUÍ
Cartas desde el autoexilio
Por Xoch Tavera
Cuando uno llega a otro país, lo primero que quiere es conocer toda la lista de lugares que ya algún pariente o amigo le hizo llegar sobre lo “imperdible”. Efectivamente, cada amigo, primo, tío y colado dio sugerencias específicas y diametralmente opuestas como debe de ser. Sin embargo, uno junta todo lo que ya recibió y medio la procesa tratando de no llegar al punto de “¿Cómo me dijo que se llamaba la plaza?”
A mí me pasó lo mismo. Todo mundo me dijo que visitara además de Madrid otros sitios interesantes… Que si Granada, que si Guadalajara, que si Málaga y por supuesto el típico amigo fiestero aseguró que no me podía regresar sin contarle la vida nocturna de Ibiza.
Pero la realidad por acá es distinta. Los tiempos, el capital, el humor… no siempre tenemos ánimos de viajar o para conocer lo “imperdonable”. Debo decir que aunque yo juré y perjuré que mi viaje había sido menos que productivo, tengo que nombrar aquí mismo mis destinos para que se constate (y me convenza a mí misma) de que sí hice y mucho estando por acá: El Escorial, Pamplona, Sevilla, Córdoba, Granada, Lisboa, Barcelona, Tarragona.
Disfruté mucho cada uno de esos lugares y no me arrepiento en nada de haberlos escogido como destinos. Claro que yo moría por París, por Roma, por Marruecos… pero a veces no se puede todo en esta vida y a veces… quedarse también era bueno, porque podía estar haciendo mil cosas con la gente que me rodeaba y conociendo Madrid de día y de noche.
Aprendí a sentir dolor gracias a estos viajes (no dolor emocional, de ese hablaré en otra crónica) era dolor y sufrimiento físico. Entendí el valor de mi sueño de 8 horas, las ventajas de tener dónde y con qué comer todos los días, aprendí que en todos lados se puede conocer gente, pero no en todos lados se puede ir caminando campantemente.
Aprendí cómo se rechaza una droga, el olor de una ciudad que no sólo está llena de toros, superé mi récord personal en caminata, determiné y elegí a mis compañeros de viaje, hallé lugares para gastar menos en comida y más en entradas para lugares visitables (JA), pero sobre todo aprendí a valerme por mí misma y a controlarme.
Suena a novela ¿no? A película de Hollywood. Pero no es así. El autocontrol en un lugar y con personas que no conoces es importantísimo porque te permite tener en claro qué hacer en posibles situaciones complicadas. Pensar mejor, sentir y decidir mejor. ¿Yo hacer eso? Jamás. El miedo es mi segundo nombre. Para mí aventarme a siquiera matar un bicho (cosa que seguiré manteniendo hasta el día que muera, orgullosamente) es una situación de total estrés.
Ahora hablemos de arribar a una ciudad extraña, con modos y lenguajes extraños, sin un lugar a dónde llegar, sin un suéter con qué cobijarte (¿por qué habría yo de fijarme en el clima antes de llegar?) y vivir de un limitado presupuesto y que alcance para postales y comida… eso sí es todo un reto.
¿Ustedes ya se animaron a aventarse a hacer algo que nunca habían hecho? Inténtenlo. Se siente bien.
Twitter: @exouexou