La bruja (The VVitch: A New England folktale, 2015) es la ópera prima de Robert Eggers, quien ya contaba con una trayectoria importante como director de arte, así como en las labores de diseño de producción y vestuario. La película debutó hace más de un año en el Festival de Sundance, en donde ganó el premio a Mejor Dirección en la categoría drama.
En Estados Unidos, a pesar de que buena parte del público juvenil considera que “no da miedo”, logró convertirse en un pequeño éxito al recaudar 25 millones de dólares, superando en más de siete veces sus costos de producción. Mientras que en México, país donde el género es normalmente bien recibido, se canceló y finalmente se reprogramó su estreno en una cantidad aceptable de salas.
Situada en Nueva Inglaterra en el año de 1630, la película nos presenta a una familia conformada por devotos cristianos, quienes deciden abandonar la comunidad en la que viven para construir una granja en un pequeño claro que linda con un oscuro bosque. En ese lugar, el aislamiento, las malas cosechas, eventos sobrenaturales y una irreparable tragedia, provocarán el resquebrajamiento moral y psicológico de un grupo de personas que son víctimas del fanatismo, la paranoia así como de misteriosos poderes ocultos.
Aunque muchos hicieron eco de las palabras que el escritor Stephen King publicó en su cuenta de Twitter: “me asustó, es real, tensa, provocativa y visceral” (igual hay que tomar con pinzas las recomendaciones cinematográficas de llamado “maestro” de la literatura de horror), lo cierto es que el largometraje debut de Eggers no podría catalogarse como una cinta típica del género, de esas de las que se estrenan cuarenta a lo largo del año y cuya característica más notable es una absoluta carencia de originalidad.
La bruja tiene un ritmo pausado, evita el susto fácil y el uso vulgar de efectos especiales, en cambio, se apoya con eficaces cortes a negro para sugerir algunos de los momentos más espeluznantes del relato. Es clara la intención del director de realizar una película de terror de corte clásico, con una narrativa lineal, usando un tema históricamente importante en la región donde se desarrolla la historia (Eggers es originario de Nueva Inglaterra), con la particularidad de que el diseño de arte y vestuario, incluso la utilización de un lenguaje acorde a la época, permiten que el espectador se sumerja en este cuento de horror psicológico.
A decir del propio cineasta, para el guion retomó frases y relatos tanto de periódicos como de expedientes de juicios de la época, con la intención de escribir la mayor parte de los diálogos, hecho que resulta muy efectivo a la hora de transmitir el profundo sentir religioso de la familia. Pero la aparente armonía del clan se pone a prueba con una serie de sucesos que cuestionan la moral de sus integrantes: el padre incompetente, el hijo que miente, los pequeños gemelos que calumnian y el aparente rencor de una madre hacia su hija. Y es precisamente la hija mayor quien se siente atrapada entre la rígida estructura familiar y sus iniciales arranques de rebeldía, por lo que buscará en la broma cruel y el fanatismo religioso una salida a sus pesares.
Eggers encuentra en la debutante Anya Taylor-Joy a la protagonista adecuada. Logra darle vida a la pequeña rubia que desconoce los efectos de su pubertad, ingenua y curiosa, pero con ese indescriptible encanto femenino al que tanto temían los más acerbos puritanos, que no dudaban de tacharlo como simple y llana brujería.
Quienes busquen la cinta de terror genérica, repleta de clichés y trucos baratos, se sentirán decepcionados. La bruja tiene otros alcances, es una cinta que luce gracias a su notable aprecio por el detalle, su perturbadora sobriedad y la atmósfera inquietante que acompaña un gran trabajo musical. Es muy posible que se encuentre entre lo mejor del año, sobrepasando los límites de un género que suele estar marcado por la monotonía.