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La Casa de Jack: entre Dante y los asesinos seriales

El Festival de Cannes declaró “persona non grata” a Lars Von Trier después de sus polémicas declaraciones en mayo del 2011. El veto duró siete años, ya que el más reciente trabajo del cineasta danés, La casa de Jack (The house that Jack built, 2018), fue estrenado, aunque fuera de competencia, en el quisquilloso certamen francés.

La recepción fue mayormente negativa y el filme fue ninguneado por todos los festivales importantes. Sin embargo, la 65 Muestra Internacional de Cine decidió incluirla en su programación, por lo que la película ya inició desde el año pasado un extenso recorrido por los circuitos de arte del país.

Hay una clara fijación de Lars Von Trier con los Estados Unidos, país que nunca ha visitado y que de acuerdo a sus propias palabras, jamás visitará. Su inconclusa trilogía americana retrata algunos de los aspectos más negativos de nuestro vecino del norte. Ahora, el cineasta danés sigue poniendo el dedo en la llaga con el tema de los asesinos seriales y la fascinación morbosa que provocan en el público estadounidense.

La cinta sigue los pasos de Jack, un ingeniero que quiere ser arquitecto y que a pesar de su evidente desequilibrio mental ha logrado ocupar un lugar en la sociedad. A pesar de sus métodos claramente desordenados, Jack se siente superior a quienes le rodean. Alterna sus crímenes con una serie de digresiones sobre la naturaleza humana, la construcción y las obras de arte, ya que considera que por la sofisticación y lo grotesco de sus asesinatos, bien podría considerárseles obras artísticas.

El nombre del personaje se funde con el del primer asesinato mostrado en la pantalla. El protagonista golpea con un gato de tijera (“Jack” en inglés) a una exasperante mujer que le pide ayuda en la carretera. A partir de ahí, comienza en voz en off una especie de sesión de psicoanálisis, en la que el protagonista intenta encontrar justificación para sus crímenes.

Si observamos detenidamente, cada uno de los asesinatos recuerda a alguno de los muchos episodios incómodos por los que ha pasado el cineasta danés. Por ejemplo, las acusaciones de misoginia y acoso sexual que vivió tras el rodaje de Bailando en la oscuridad (Dance in the dark, 2000), al igual que Dogville (2003), son aludidas por Jack cuando señala amargamente: “los hombres siempre son los culpables y las mujeres las víctimas”.

Von Trier vuelve a tocar el espinoso tema del nazismo cuando apunta la confluencia del crimen con el arte en aspectos tan disímbolos como la arquitectura de Albert Speer inspirada en el mundo clásico y el roble de Goethe que terminó dentro del campo de concentración de Buchenwald.

Para construir a su personaje (interpretado por un irreconocible Matt Dillon), el cineasta tomó varios momentos de algunos de los más tristemente célebres asesinos seriales norteamericanos: los disparos al estilo francotirador desde una torre (Charles Whitman), la policía que pasa por alto la solicitud de ayuda de una víctima (Jeffrey Dahmer), el uso de muletas para provocar compasión (Ted Bundy), al igual que la referencia al prolífico Richard Kuklinski, quien solía congelar a sus víctimas antes de deshacerse de ellas.

Si bien la construcción del asesino serial parece consistente (aunque de ninguna manera ofrece algo nuevo), Von Trier falla al intentar conectarlo con su aproximación a la obra de Dante Alighieri. Virgilio (llamado Verge en la película), la voz de la razón, es interpretado por el recientemente fallecido Bruno Ganz, a manera de un psicoanalista que atiende con interés pero con cierto distanciamiento a su atribulado paciente y cuya conclusión es predecible y en cierto modo decepcionante.

Quizás la parte más interesante de este segmento sea su vigorosa composición de La barca de Dante una de las obras más conocidas de Eugène Delacroix.

La casa de Jack retoma muchos elementos previos del cine de Von Trier y los utiliza como una forma de reivindicación de su obra. Su ácido sentido del humor, así como su típica incorrección mantienen a flote muchos tramos de la película, pero al final le falta cohesión y le sobran minutos. El danés asegura que podría ser su última película. Nadie lo cree, pero sería lamentable cerrar una filmografía tan destacada con una obra claramente menor.

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