La Caminera
Por Darío Zalapa Solorio
La realidad y la ficción son nuestras dos lunas
que nos hacen dar cuenta de nuestra condición mundana
cuando las observamos: estamos solos.
Pierre Herrera
Habría que discernir primero: El equívoco cervantino es o no un libro. Pierre Herrera, imaginante, ofrece en su ópera prima la posibilidad de conocer a fondo el acto creativo tal y como él lo vive y se lo ha ido formando. Se trata de un recorrido por las lecturas que más lo han hecho cuestionarse el porqué de la literatura y cómo afrontarla; se trata también de una revisión a su razonamiento tan fetichista y un repaso de las notas que ha ido acumulando tras años de haber iniciado en su oficio como lector –o así lo dejan ver sus ensayos: uno juraría, al leerlos, que son rompecabezas armados concienzudamente y que reunir sus piezas fue una tarea de paciencia y estudio.
Cada ensayo sentencia momentos distintos del acto creativo (planteado en este libro como la formulación de una hipótesis frente a la realidad). Y, como ensayista de hueso colorado, Herrera logra, no sin sutileza, arremeter cada juicio con los argumentos necesarios para validar lo que está diciendo. El primer capítulo o ensayo, “Espejismos”, centra su atención en la duda de todo imaginante: cuál es el punto sin retorno entre la realidad y la ficción. Habría que sumar a tal cuestionamiento que la ficción para Herrera, en todas sus vertientes, es “de cierta manera un mundo aparte de éste, un mundo de posibilidades y por lo tanto la literatura en su conjunto no es más que la posibilidad cuántica de ser. Ser volviendo a encontrarnos en otros espacio y tiempos. Ser otro pero al mismo tiempo ser el mismo que pensamos que somos”.
En el tercer capítulo Herrera da un giro drástico pero bastante afortunado. Aquel lector que después de leer el segundo ensayo, “La Torre de Babel”, siga pensando que lo intangible es el tema del libro, se verá bastante perturbado cuando descubra que para Herrera realidad y ficción son sólo artilugios requeridos por la literatura, que es en sí misma sujeto y no objeto. Él afirma que la realidad es una vuelta entre la humanidad y sus ficciones, y yo apostaría a que eso le ha salido bastante caro: deambular entre lo leído, lo escrito y lo vivido –tres planos que convergen en un solo ángulo: él mismo–, sin tener razón alguna para hacerlo más que su propia búsqueda. La literatura, dice, se nutre de todo esto.
El quinto ensayo, “Crítica desde el vacío”, es el más representativo de Pierre Herrera como escritor. Quienes se han acercado a alguno de sus otros ensayos sabrán que para él la crítica es objeto de pasión y que está seguro de que se complementa con la creación sin estar nunca la una sobre la otra. El crítico habla de sí mismo, afirma; sus ideas son apenas residuos de todas sus lecturas, de su enfrentamiento con el mundo vivencial y el onírico. Acota que la crítica es en realidad un ejercicio de reconocimiento en el que quien observa un objeto se está descubriendo a sí mismo y, por tanto, termina disertando acerca de su andar hasta llegar al punto en el que coincidió con eso que estaba estudiando. “Se puede hablar de todo en una crítica, principalmente de uno mismo, porque no hay vacío más grande en el mundo que el ser humano. ¿Qué palabras no se desvanecen frente a ese vacío?”, cuestiona.
Hacia el final del volumen se encuentran “La biblioteca de Eco” y “El comienzo de la escritura”, ensayos emparentados en los que Herrera trata de redescubrir sus inicios como lector y como escritor, siendo ambos términos muy distantes entre sí. Hacer literatura, cuestionar la verdad y hacer literatura que cuestione la verdad son tareas que poco o nada tienen que ver entre sí. En “La biblioteca de Eco” se recuerdan las primeras lecturas como a los primeros amores; así descubrimos a un Herrera paseando entre sus libros, redactando frente a un librero y releyendo la poesía de Borges, todo al mismo tiempo. En “El comienzo de la escritura”, en cambio, surge la idea de un alejamiento de la creación; se cuestiona la validez propia de la escritura y, como en todo el libro, se hace presenta una de las máximas para Herrera, la cual se ha apropiado del mismo Borges: que otros se jacten de las páginas que han escrito; a él lo enorgullecen las que ha leído.
Finalmente, en “Cervantes y yo” –con un epígrafe hermoso y preciso de Fernando Pessoa–, surge la que es la idea central de su ensayística: quién valida lo que él ha escrito. Se trata de un ensayo donde la fuerza de la palabra está al margen de la de lo vivido. Si, como le sucedió a Quijano, la realidad de todo lo leído termina por ser nuestra única premisa de vida, nuestra razón y nuestro desasosiego, entonces este libro no es un libro. Será, en cambio, un álbum con recortes de todos aquellos momentos que en Herrera han influido; literatura, cine y personas; lecturas por hacer y las que nunca se harán. Como él mismo se lo pregunta: ¿Quién crea la realidad que se inserta en mi vida, si no tú, lector, mientras yo desaparezco?
Pierre Herrera, El equívoco cervantino (SECUM, 2012; Premio Ópera Prima de ensayo).
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