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La muerte del intendente Riaño

Por César Arceo

Estamos viviendo tiempos intensos, en donde nos debatimos y nos dividimos entre opiniones distintas. Unos apoyan un lado, otros apoyan lo opuesto. La crítica mordaz, el chiste y la broma, los memes y los largos comentarios en redes sociales, los “likes” a las fotos y las desaprobaciones en comentarios. Como nunca antes la posibilidad para la opinión (no su alcance) está en las manos de grandes cantidades de personas.

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En este inmenso mar de confrontaciones y de contradicciones podemos ser testigos como en México la alienación y los efectos de cierta anestesia social son parte de la cotidianidad. El inicio del letargo tiene, para variar, diversas posibilidades algunos dirán que desde el encuentro con Europa, otros desde el fracaso de la independencia, unos más desde la revolución, otros desde la masacre del 68, otros más desde el levantamiento del EZLN, o desde la llegada de Fox, o bien del arribo de nueva cuenta del PRI al mando federal y así hasta ayer, aunque la memoria no es una cualidad en el país.

Actualmente varias reformas están en el ojo del huracán. Sin duda todas en su conjunto forman un gran bloque de intensiones muy dudosas que el partido en turno considera pertinentes. Por su lado, los opositores a ellas y una buena parte de la población han dado un sinfín de argumentos para la reprobación de muchas de estas propuestas. El tema educativo no es la excepción. La polarización más que nunca hace su aparición en este tópico, algunos argumentan un dolo dirigido hacia el gremio de los docentes, otros subrayan las faltas que muchos de ellos han cometido. Sin embargo la médula educativa entendida como la transmisión o la construcción del conocimiento parece quedar en el limbo.

En uno de esos cajones olvidados está la historia, esa que construye la memoria colectiva y la que da carácter y sentido a una nación. Muchos países les guardan respeto y  aprecio a su patria a través de su historia. Acá en México el panorama es distinto. La formación en historia siempre se presenta acartonada, sosa, sin pasión, lo que muchas y muchos traducen en aburrido. Hacemos banderas en la primaria, copiamos el reverso de estampas en las libretas y nos obligan a memorizar fechas y no a reconocer la importancia de lo sucedido en esos días. Repetimos los honores a la bandera como los rezos en las iglesias, sin razón, sin sentido, sin sentirlo, refrendando palabras que,como decía Cortázar, de tanto decirlas se gastan, se vuelven huecas.

Hasta hace unos años, gracias a un gran amigo, pude conocer otra cara de la historia de México y además pude leer otras historias dentro de la misma historia, que por las banderas, el baile y las láminas que había que copiar, no pude conocer. Hoy quiero compartir con ustedes uno de esos pasajes que me maravilló. Lo hago con el simple ánimo de compartir, de rebasar, aunque sea por un momento las diferencias que nos separan, gracias a los gustos, las preferencias, las opiniones.

En los días en que la independencia de México estaba por estallar,  Miguel Hidalgo sostuvo una serie de cartas con el Intendente Riaño, quien estaba a cargo de la Alhóndiga de Granaditas. En las misivas, Hidalgo le expresaba al Riaño las razones por las cuales se unía a la insurgencia y le invitaba a sumarse a la misión libertaria. Sin embargo, Riaño no accedió y se atrincheró en la Alhóndiga dando pie a la escena que muchos recordamos. Sobre el momento de la muerte de Riaño retomo las notas de Eduardo Bautista al respecto:

“El Intendente Riaño da indicaciones para acomodar a un pelotón de fusileros al pie de la trinchera frente a la entrada principal de la alhóndiga. Los tiroteos alrededor del fuerte se han intensificado. El Intendente se encuentra muy cerca de la puerta que ha quedado abierta en la  ausencia de los guardias, da media vuelta para acudir a su resguardo pero en ese instante un proyectil le atraviesa el cráneo por el ojo izquierdo. Cae violentamente. Su escolta se precipita para llevar el cadáver dentro. La escolta del Intendente entra con él mal sujetado de manos y pies. Lo depositan en una mesa. Su hijo Gilberto, en un ataque de pánico saca su pistola, se apunta en la sien y dispara; pero el nerviosismo lo hace  temblar y falla. Se oyen gritos por todos lados, los soldados y los españoles armados se aglomeran en el salón. El Mayor Berzábal sacude a Gilberto que no se repone pero al fin logra mantenerse en pie.

El mayor pone su pistola en las manos, se miran. El cadáver de Riaño está tendido bañado en sangre detrás de ellos. Mientras los insurgentes avanzan sobre la puerta aún en llamas, el Mayor Berzábal da indicaciones a su pelotón de dar una descarga, pero estos se voltean contra los españoles, se hace la descarga, algunos caen y los demás entregan las armas al tiempo que la muchedumbre insurgente se avasalla contra ellos. De rodillas imploran capitulación pero sin resultados; son sacrificados en el acto. El Mayor Berzábal abrazado a las banderas de los regimientos Provincial y del Príncipe con la espada rota se defiende entre algunos de sus hombres españoles, desenfunda su pistola pero cae abatido entre sus banderas al ser atravesado por una lanza. Uno de sus soldados se acerca y le da el tiro de gracia.”

 Imágenes

Arriba: Hernández/Helguera

Abajo: eriromero.blogspot.com

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